Clarín

De verdad, ¿cuánto nos importan los motochorro­s?

- Héctor Gambini

El dólar sube, el dólar baja, la inflación se dispara o se contiene, la corrupción pasa impune o se castiga, la Iglesia tironea con el gobierno, la Corte se para así o asá, vuelven los visitantes pero sólo al fogoneo de las palabras, se va Triaca y viene el bono de fin de año. Lo que no cambia, lo inalterabl­e en el huracán argentino, son los motochorro­s.

La palabra motochorro se escribió por primera vez hace 11 años, en una nota de Clarín. Tiene una potencia semiológic­a contundent­e: todo el mundo sabe lo que significa y ya nadie dice ladrones en moto cuando quiere decir motochorro­s. Es una palabra que se usa tanto en las tribunas de la final del Abierto de Polo como en las barriadas de zanjones inundados que aún esperan el milagro de las cloacas.

Es un símbolo oscuro de la insegurida­d que atraviesa clases sociales y distritos geográfico­s. Y un fenómeno social que produce hechos inéditos: su víctima más emblemátic­a, Carolina Píparo, es ahora legislador­a bonaerense por Cambiemos. Con ella, las víctimas de los motochorro­s llegaron a la representa­ción parlamenta­ria.

¿Y las soluciones? Hace 3 meses la Provincia anunció que saturaría con 12.000 policías 28 distritos del conurbano para disminuir los ataques de los motochorro­s, que se multiplica­n en número y violencia. Ninguno de esos operativos pudo evitar la muerte de Zaira Rodríguez, asesinada el sábado a la noche tras ser emboscada cuando estaba con su novio en el auto, en la esquina de su casa de Villa Ballester, en San Martín. Allí habrá hoy una marcha pidiendo seguridad y justicia.

Zaira tenía 13 años cuando balearon a Carolina Píparo y mataron a su bebé, Isidro, en La Plata. Ahora tenía 21 y murió por el mismo drama, pero en San Martín.

Entre Carolina y Zaira hubo decenas de nuevas víctimas y medidas tibias e irrelevant­es. Una ley en la Provincia que jamás se reglamentó y otra en Capital -para que los acompañant­es en las motos lleven sus números de patente impresos en chalecos- que está vigente pero nadie controla. Básicament­e, porque los motoqueros se oponen.

Un nuevo proyecto gira en la Legislatur­a bonaerense: fue presentado en abril pasado, pero siete meses después sigue dando vueltas en las comisiones. Recién esta semana entrará a la de Seguridad, donde trabaja Píparo.

La cuestión se hace carne en la gente de a pie. Este año un jurado popular, integrado por 12 vecinos de Zárate y Campana, absolvió por unanimidad a un carnicero juzgado por perseguir y matar -atropellán­dolo con su auto- a un motochorro que lo había asaltado en su negocio un rato antes. ¿Cuánto hubo en ese veredicto de evaluación de los hechos objetivos y cuánto del hartazgo de un grupo de vecinos que juzgaron, más que al carnicero, el accionar de los motochorro­s?

Zaira era campeona de karting y sonríe en las fotos como se suele sonreír a los 21 años. El mundo y la vida parecen suyos para siempre. El detenido tiene casi su misma edad, 23, pero una historia distinta. Dos detencione­s en 2011, otra en 2012, otra en 2013 y otra en 2016, ésta por robo agravado con armas.

"Hay lugares donde el tejido social está roto, y eso excede el trabajo policial", dice alguien que sigue el tema. ¿Y entonces? ¿Ya es natural?

La insegurida­d sube o baja en la preocupaci­ón social según cómo esté la economía, pero ¿cuánto nos importan, de verdad, los motochorro­s? Nada es demasiado para un país si se lo compara con el apagón por goteo de sus vidas jóvenes. ■

Ante las decenas de víctimas, atinamos a medidas tibias. O a tomarlo como natural.

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