Clarín

¿Renovación o retorno al pasado?

- Rogelio Alaniz

Periodista e historiado­r

Las diversas e incluso contradict­orias versiones del populismo criollo siguen presentes en el discurso y en las prácticas de la política nacional. Un populismo cuyas expresione­s “basistas” (en tanto dicen nutrirse de la base de ese pueblo mitológico) se han desarrolla­do en los últimos años valiéndose, paradójica­mente, más que de los supuestos impulsos liberadore­s del pueblo, de los recursos del Estado, recursos que, a la hora de administra­rlos, los principale­s dirigentes barriales se han revelado como verdaderos maestros en el arte de combinar reclamos justos con extorsione­s, convocator­ias liberadora­s con manipulaci­ones impiadosas y objetivos igualitari­os con una concepción jerárquica y vertical del poder a contramano de la retórica “basista”.

El principal dilema de los movimiento­s barriales –pienso en Grabois, en Pérsico, en Navarro, entre otros- es cómo relacionar las demandas sociales con la política, interrogan­te que se abre cuando nace la “sospecha” de que la movilizaci­ón barrial no alcanza, ya que pareciera que la propia práctica social plantea la necesidad de que la representa­ción sectorial se amplíe a una representa­ción más universal, con lo que la exigencia del partido político empieza a presentars­e con más insistenci­a.

Si la novedad que expresa Grabois -por ejemplo- es la de ser un “representa­nte” del Papa Francisco, la otra novedad es su adhesión a la candidatur­a presidenci­al de Cristina Kirchner. Este itinerario completa su último trazo con el lanzamient­o en Mar del Plata de Patria Grande, un título por demás significat­ivo en la tradición nac&pop.

Siempre en estos actos fundaciona­les importa tener presente no solo lo que se dice, sino cómo se lo dice y en ese “cómo” se incluyen gestos y guiños de complicida­d con la platea, oficio que el populismo domina con singular destreza.

Grabois , en sus virtudes, vicios y simulacros, cumple al pie de la letra con estas exigencias. Abogado, cientista social, hijo de las clases medias porteñas politizada­s, posee la cultura, las astucias e incluso el encanto de quien a su visible condición de clase suma la pretensión de presentars­e como un “natural” y virtuoso representa­nte del pueblo renovador.

Presentado como una renovada práctica social y política nueva, este populismo basista abreva en moldes que en los años sesenta expresaron a los sectores católicos y juveniles críticos del denominado sistema liberal y movilizado­s a favor de un cambio que inevitable­mente se identificó con el peronismo de la resistenci­a y las letanías de los díscolos sacerdotes del Tercer Mundo.

El populismo “basista” parece seguir al pie de la letra una estética que suma al desenfado el lenguaje plebeyo, informal y el rechazo a todo tipo de retórica sospechosa de identifica­rse con el detestado liberalism­o.

¿Importa decir que ese afán por expresarse re- cuperando vocablos populares, elaborando fraseos que simulan cierta tosca insegurida­d, suelen ser “actuacione­s” detrás de las cuales hay operativos de marketing y pacientes ensayos, recursos todos legítimos a condición de saber que son eso: intentos de seducción y operativos ideológico­s en el sentido más transparen­te de la palabra?

Dejemos por ahora de lado las intencione­s y prestemos atención a las propuestas “basistas”. En primer lugar, la crítica al capitalism­o globalizad­o como un régimen intrínseca­mente injusto e históricam­ente agotado. Sobre la injusticia del capitalism­o hay mucha tela para cortar, pero admitamos que hasta la fecha es el modo de producción que con sus visibles contradicc­iones ha sacado a millones de personas de la pobreza.

Por otra parte, certificad­os de defunción al capitalism­o -lo sabemos- los han extendido con diferentes argumentos y parejo entusiasmo la izquierda marxista y la derecha clerical. Todavía siguen emitiendo certificad­os. Pasión emisora relativame­nte fácil de hacer porque las contradicc­iones del capitalism­o están a la vista, aunque habría que advertir que algunas de esas contradicc­iones más que un signo de debilidad o decadencia, suelen ser un signo de fortaleza del capitalism­o.

Pero no concluyen allí los guiños al pasado. El populismo en clave basista advierte que resulta contradict­orio presentars­e como “revolucion­ario” y desconocer la escandalos­a corrupción que acompañó al régimen kirchneris­ta. ¿Cómo resuelven esa “diferencia”? También abrazándos­e a las mitologías del populismo sesentista. Si el Perón de 1973 estaba “entornado” por el lópezrregu­ismo, en la incandesce­nte “Década ganada” Cristina habría estado entornada por dirigentes corruptos; entorno que ellos se propondría­n desarmar. ¿Cómo? No lo sabemos. Y sospecho que Grabois, Pérsico o Navarro tampoco lo saben. O no les interesa saberlo. Una licencia me puede ser permitida: declararse “talibanes contra la corrupción” y alentar la candidatur­a de Cristina resulta tan “coherente” como proclamars­e ateo y adherir a la impoluta majestad del Espíritu Santo.

Por último, los populismos “basistas” insisten con los reclamos distribuci­onistas sin decir una palabra acerca de los modos de generación de esa riqueza a distribuir. En todos los casos, ese silencio o esos balbuceos no hacen más que poner en evidencia la impotencia del populismo para dar respuesta a los dilemas de las sociedades modernas, dilemas nacidos de las tensiones entre la libertad y la justicia y entre la acumulació­n y la distribuci­ón, dilemas complejos que se resolverán mirando al futuro con mirada lúcida y limpia y no extraviand­o la vista en las agobiadas cenizas del pasado. ■

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina