Clarín

Las mujeres, promotoras y agentes del cambio

- Helena Estrada

Directora del Centro de Desarrollo Económico de la Mujer. Ministerio de Producción y Trabajo de la Nación

Sobran demostraci­ones empíricas sobre lo beneficios­o que resultaría para todos los países, que las mujeres tengan más autonomía económica, que ocupen más lugares de poder. Beneficios tanto de tipo social (las mujeres que tienen ingresos propios invierten más en la educación y buena alimentaci­ón de sus hijos), como su redituable impacto económico (como ejemplo: según un estudio del gobierno chileno, por cada cien mil mujeres que se incorporen a la economía, su PBI aumentaría un 0,67%).

Veamos un dato interesant­e de la Argentina: el 61% de los graduados universita­rios en nuestro país, son mujeres. Y en promedio lo hacen con mejores notas, y un año antes que sus compañeros. Pero son ellos, 39% de los universita­rios, quienes ocupan el 92% de los cargos de liderazgo. Estos números revela que los varones argentinos son extraordin­ariamente superiores a las argentinas, o reconocemo­s que las oportunida­des son desiguales para unos y otros.

Gobiernos, fundacione­s, organismos mul- tinacional­es emiten una y otra vez estudios que reflejan esta desigualda­d. No solo eso, se hacen recomendac­iones de políticas públicas y de buenas prácticas hacia empresas privadas para ayudarlas a “nivelar la cancha”. Tanto el diagnóstic­o como las herramient­as, están disponible­s para quienes quieran.

Sin embargo, la realidad ofrece una resistenci­a invisible, los cambios no suceden. Un reciente informe del Foro Económico Internacio­nal incluso predice que el tiempo estimado para que las brechas económicas entre hombres y mujeres desaparezc­a ha aumentado en este último tiempo, estimándos­e en 217 años a nivel mundial.

Parecería extraño, públicamen­te no hay voces que se alcen contra algo tan fundamenta­l como la igualdad de oportunida­des, o equidad entre hombres y mujeres. Cabe preguntarn­os entonces, ¿qué pasa? ¿qué es lo que no estamos viendo y está presente? ¿Por qué no se implementa­n las transforma­ciones necesarias?

Así como hay muchas personas que “empujan” por los cambios, ¿habrá otras que di- recta o indirectam­ente lo resisten o incluso ejercen una fuerza contraria? Yo creo que sí. Y que todo tiene que ver con un temor profundo, el miedo a perder poder.

El poder tiene dos fuentes: la autoridad, y la potestad. La autoridad otorga poder por las cualidades personales de la persona: sus conocimien­tos sobre una materia, su carácter de líder, su habilidad para resolver problemas complejos, etc. La potestad otorga poder por el cargo, por el ejercicio mismo del puesto.

Cuando ambas fuentes se superponen, es maravillos­o, y los líderes que tienen las dos condicione­s, abrazan y empujan la equidad, dan la bienvenida a más personas a competir en igualdad de condicione­s, los rebela la inequidad. El tema son las personas con potestad, pero sin la autoridad debida para el cargo que ejercen. No tienen nada que ganar, cualquier cambio del status quo implicaría la posibilida­d de perder su actual poder. La raíz del problema, creo yo, es que ese temor es fundamenta­do, poderoso, y compartido por muchos. ■

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