Clarín

El Chino Luna hizo gritar a Tigre y Argentinos perdió a su técnico

- Felipe Lema flema@clarin.com

“Olé, olé, olé, olé, Chinooo, Chinoooo”. El grito bajó desde los tres costados del estadio José Dellagiova­nna. Todos confiaban en él. Claro, en un partido que comenzó de un modo que ni el más pesimista de los hinchas de Tigre lo hubiera imaginado, esperaban que el 7 con su andar cansino les regale una tarde de esperanza. Y la épica se dio. A los 42 minutos, Carlos Luna picó al primer palo y Walter Montillo detectó su movimiento. La pelota fue ahí, a media altura, donde más les duele a los defensores. El Chino voló de palomita y con su cabezazo desató la alegría en Victoria bajo la lluvia incesante. Esa lluvia que se mezclaba con las lágrimas de Luna mientras en la pantalla gigante figuraba su nombre en la tabla histórica de goleadores del club. Lo festejaron los de Tigre, lo padecieron los de Argentinos. El gol casi agónico no significó solamente una bocanada de aire para que Tigre se ilusione con la permanenci­a, sino que empujó a Ezequiel Carboni a la renuncia luego de un período donde solo logró sumar un punto en seis partidos.

Aunque claro, en ese mismo arco, Francisco Ilarregui había ilusionado a Carboni con revertir esta racha adversa que parece interminab­le y enderezar el barco de un Argentinos que está perdido en el juego y amenazado en la tabla de promedios. Augusto Batalla salió lejos de su área, fue gambeteado por Gastón Verón, que se perdió un gol de manera inex- plicable, y el arquero le protestó al árbitro por un golpe. En la euforia del reclamo recibió amarilla y casi sin querer pecheó al árbitro, que no dudó y lo expulsó. Y partir de allí, Argentinos capitalizó ese cimbronazo y empezó a dominar. El más movedizo, Ilarregui, tuvo su premio: tras una contra con superiorid­ad numérica, el punta encaró a Diego Sosa y selló un golazo, de emboquilla­da sobre Gonzalo Marinelli, reemplazan­te de Batalla. Un grito sagrado que cortó con la racha adversa sin convertir.

Inexplicab­lemente, Tigre se convirtió en protagonis­ta. Fue sin tantas ideas claras pero con mucha ambición y deseo por salir del fondo del mar. Diego Morales y Pérez García se convirtier­on en los abanderado­s del ataque. Argentinos cedió pelota y terreno, se propuso defender y salir de contra. La segunda etapa transcurri­ó bajo la misma coyuntura. La figura de Menossi empujaba a Tigre contra el arco de Cháves. Parecía que no era la tarde, no había caso: la pelota, rebelde, no quería entrar. Hasta que el propio Menossi decidió cambiar por un golazo un tiro libre a metros de la medialuna. El final fue un subibaja de emociones constantes, que llegó al éxtasis cuando Luna se reencontró con su amor de siempre: el gol. ■

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