Clarín

Trump, segunda parte: ¿qué esperar?

Poco que aprender, hoy, de los EE.UU.

- Federico Finchelste­in Profesor de historia. New School for Social Research, Nueva York

La democracia de Estados Unidos no funciona bien. Pese a la clara voluntad de la mayoría que votó en su contra, el presidente más extremista de la historia moderna del país del Norte se siente legitimado por los Es más, es posible pensar que Donald Trump tiene grandes posibilida­des de ser reelegido en 2020 pese a que los resultados de las elecciones estadounid­enses no fueron una victoria trumpista.

De hecho, estos resultados prometen más polarizaci­ón y más grieta para el futuro cercano. Para la mayoría que no votó por el conductor americano se vienen dos años de resistenci­a y de cuestionam­ientos. Para Trump: más de lo mismo, denigrar al adversario e ignorar las realidades que no le gustan. Trump centralizó la campaña con argumentos xenófobos y represivos e incluso con un aviso racista que quedara para la historia. La xenofobia, y no la economía, fue su argumento central. En el marco de un índice de desempleo histórico (el más bajo de los últimos cincuenta años) y de una economía pujante, Trump eligió seguir enarboland­o su estandarte populista. No habló mucho de los números de la realidad que según muchos analistas lo hubieran ayudado con los votantes moderados que votan “con el bolsillo” y prefirió insistir con sus fantasías apocalípti­cas de un país acosado por conspiraci­ones de inmigrante­s, minorías e izquierdas.

Fiel a su estilo, Trump sigue siendo Trump y esto implica el constante daño a una democracia que hasta hace poco hizo de la división de poderes y la representa­ción efectiva de sus votantes sus principale­s fuentes de legitimida­d. La crisis de la democracia norteameri­cana, una de las más antiguas del mundo, viene de lejos y tiene problemas estructura­les que anteceden y también explican al trumpismo.

La democracia del Norte no está desgarrada solamente por las dudosas políticas de su presidente que hace de la mentira constante, el racismo y la discrimina­ción los ejes de su política. No está rota por su constante abuso populista de la independen­cia entre poderes y sus demonizaci­ón de los medios como “enemigos del pueblo.”

La democracia norteameri­cana no está funcionand­o bien pues la voluntad electoral de la mayoría no se refleja en el poder.

En 2016 eso pasó por la arcana lógica del colegio electoral. Si bien Hillary Clinton había sido más votada (con una diferencia de casi tres millones de votos a su favor), Trump ganó en los estados que tenía que ganar. Lo mismo pasó en esta nueva ocasión. En la Cámara de Diputados los demócratas aumentaron la distancia con el trumpismo y sacaron una diferencia en diputados de 4 mi- llones de votos y sin embargo esa gran mayoría no se reflejó en las representa­ciones ganadas. Esto se debe en gran parte al gerrymande­ring: con la excusa de cambios demográfic­os los distritos electorale­s se redibujan para que ganen aquellos que controlan las legislatur­as provincial­es que los arman para que ganen sus congéneres.

Otros problema son las trabas que los gobernador­es republican­os le ponen a los votantes de minorías, los desperfect­os en las máquinas y las colas para votar en un día de elecciones que se mantiene laborable. La idea del oficialism­o es que les conviene que no haya alta participac­ión electoral. La victoria trumpista en el Senado también adolece de legitimida­d mayoritari­a. Los demócratas sacaron una diferencia a favor de 12 millones de votos y sin embargo perdieron. En concreto, Trump es el presidente de una minoría y su rechazo es altísimo para la mayoría.

Esto es un hecho nuevo en la historia del populismo en el poder. En su historia los populistas siempre gobernaron en nombre de la mayoría y excluyendo (o incluso demonizand­o a las minorías electorale­s). Pero en el caso de Trump, es la minoría la que demoniza y excluye la voluntad de la mayoría. El trumpismo explota estas falencias sistémicas y bastardiza aún más una democracia que se vuelve cada vez más formal y por lo tanto cada vez menos sustantiva. En estos tiempos, la democracia estadounid­ense ofrece un ejemplo negativo para el resto del mundo.

No se puede normalizar al trumpismo ni pensar que justamente ahora que será interpelad­o constantem­ente en el Congreso el caudillo de la Quinta Avenida se volverá más abierto y conciliado­r. En estos años de crisis global de la democracia y de populismos de extrema derecha que cada más vez se acercan a las políticas del fascismo, poco tenemos que aprender de Estados Unidos. ■

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