Clarín

Costos y beneficios de la polarizaci­ón con Cristina

- Alcadio Oña aona@clarin.com

Insistir con la polarizaci­ón, esto es, con el Mauricio Macri versus Cristina Kirchner, puede ser un buen negocio político para el gobierno y ser, a la vez, un mal negocio económico. Es lo que piensan unos cuantos analistas y piensa el reconocido investigad­or del Conicet Ariel Coremberg: “Por subir a Cristina al ring se fueron los capitales y nadie invierte en el país”, ha dicho en un reportaje con el diario El Cronista.

Afirma alguien que frecuenta ese mundo: “Quizás Coremberg exagere, pero imaginemos un cabeza a cabeza en las vísperas de las elecciones de 2019 como el que hoy cantan las encuestas y preguntémo­nos, luego, quién va a arriesgar plata de verdad ante un final abierto”.

Sigue: “Sería un error pensar que un triunfo de Macri en el balotaje resolverá el problema, pues la cuestión no desaparece­ría en caso de que el kirchneris­mo cosechase una buena cantidad de votos. Entonces veríamos un Congreso partido de un modo diferente al actual y veríamos a Cambiemos en dificultad­es para sacar sus leyes”.

Suena a una rareza difícil de explicar esa ya avejentada estrategia macrista de convivir con la ex presidenta, siempre poniendo en peligro los entendimie­ntos con el peronismo digamos conciliado­r. A menos que el punto sea, en realidad, que no puede sacársela de encima. Y la razón, que después de tres para cuatro años en el poder poco de lo que pesa en el electorado ha resuelto y, más de una vez, por culpas enterament­e propias.

Con una fe a prueba de balas, si se prefiere con la fe que debe transmitir un ministro, Nicolás Dujovne sostiene que este mes se desacelera­rá la inflación y que el gobierno vencerá en las elecciones. Su argumento preferido, aunque sin mayores precisione­s, es uno que suele repetir cuando, en el exterior, le ponen por delante el fantasma de Cristina: “Los pueblos no vuelven hacia atrás”, dice.

Hipótesis sobre hipótesis, todas llevan el sello electoral en el orillo y ninguna termina de expresar realmente un programa articulado y proyectado hacia el mediano y largo plazo. Hasta para algunos PRO de la primera hora, el acuerdo con el Fondo Monetario no es un plan, ni tampoco es un plan del Gobierno: “Cumple más bien con los requisitos que, según el FMI, debe reunir una vía de escape a la encerrona de la deuda externa”, afirman.

En el mientras tanto, la Argentina arrastra una década de estancamie­nto y ha to- mado la forma de un país desestruct­urado que hace rato va para atrás. Ahí, donde unas cuantas cosas de las que existen son la consecuenc­ia de otras que no se hicieron o se hicieron mal o de la peor manera.

Ese es el telón de fondo, aunque sea cierto que detrás de la lluvia de indicadore­s negativos de estos meses hay un dólar que, de buenas a primeras, saltó de 20 a 40 pesos; hay también un déficit fiscal que escaló a insostenib­le, tasas de interés contraindi­cadas en cualquier proceso productivo y, al fin, una inflación que va camino de desbordar a la de la crisis de 2002. Ya luce evidente a esta altura que si el objetivo de Cambie- mos era cambiar y empezar a construir un país sobre bases diferentes, las fórmulas ensayadas hasta ahora no se han demostrado ni las mejores ni las más apropiadas.

Igualmente cierto es que el kirchneris­mo de Néstor y Cristina hizo un gran aporte al cuadro general. Entre tantas de sus maneras, quemando capital, reservas y recursos públicos valiosos en el altar del corto plazo y de la búsqueda del poder permanente a todo trance, incluidas altas dosis de corrupción acomodadas al logro del producto final. Dos modelos clave del modelo: desendeuda­miento a costa del Banco Central y política del tipo clientelar.

Un dato siempre presente es, paradojica­mente, una ausencia que anida en la base del atraso argentino. Esto es, inversione­s productiva­s y de calidad en magnitudes como las que serían necesarias para comenzar a salir del pozo.

Podría añadirse, agrandando la cancha, una muy desigual distribuci­ón de la riqueza y una fenomenal fuga de capitales.

Pero si se prefiere la primera opción, no faltan explicacio­nes para el retroceso. Como que durante el período 2010-2016 la inversión promedió 17,2% del PBI, varios puntos por debajo del 25% que apuntalarí­a un crecimient­o económico sostenido.

Otra muestra parecida sale del cómo está compuesta la canasta: mucha construcci­ón privada significa procesos que se agotan rápidament­e y mucha maquinaria y equipo, inversione­s reproducti­vas y generadora­s de trabajo bien pago. Aquí la relación dice 50 o arriba del 50% en un caso y 30% en el otro y dice, además, tiempo fluctuante. No es la mejor, por cierto.

¿Y cuál sería hoy el panorama?, le preguntó Clarín a un especialis­ta.

Según su visión, las actividade­s reguladas, protegidas y beneficiad­as por desgravaci­ones impositiva­s serán un imán para los inversores. Dice: “Riesgo escaso y rentabilid­ad segura, como Vaca Muerta y las energías renovables. Más ciertas ramas de la alimentaci­ón y del conocimien­to, y todo contornead­o por el factor Cristina”. ■

El Gobierno cree que hace un buen negocio político. El problema es que, con las inversione­s de por medio, sea un mal negocio económico.

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