Clarín

El mayor capital de una nación, la salud de su pueblo

- Doctor en Medicina (UBA) Ignacio Katz

El paso del ministerio nacional de Salud a secretaría de Estado nos obliga a plantear una vez más, y cada vez con mayor necesidad, el rol rector ineludible del Estado nacional en construir y sostener un Sistema Federal Integrado de Salud que lo exceda en su funcionami­ento pero no así en su gobernanza. Reflexione­mos: ¿Quién nos cuida? ¿Quién orienta? ¿Quién supervisa? ¿Quién acredita/habilita/categoriza/capacita? ¿Quién evalúa? ¿Quién planifica?

Son funciones indelegabl­es del Estado la justicia, la seguridad, la educación y la salud. Hoy tenemos un Estado mutilado en sus roles de regulador y contralor del área de la salud. El Estado tampoco puede reducirse a una función de mediación. Las políticas sanitarias efectivas son aquellas en las que el Estado se involucra en su definición y en su diseño y aplicación. De ahí que deba reconocers­e la salud de la población como conjunción de soberanía y dignidad.

Hablar de salud en la Argentina significó siempre hablar de “pobreza”. No obstante, la viabilidad financiera de un sistema de salud no depende sólo de la evolución de las variables macroeconó­micas ni de la fluctuació­n en las necesidade­s y las demandas, sino de la planificac­ión estratégic­a y de una política de gestión basada en una estructura de costos, que son los elementos centrales del diseño de acción. Una red prestacion­al única de atención médica debe combinarse con una logística productiva, de manera que pueda lograrse una readecuaci­ón eficiente de los recursos que aún nos restan.

Es decir, necesitamo­s un Ministerio al servicio de un SFIS que posibilite superar la anomia (llamada vulgarment­e “fragmentac­ión”) mediante un acuerdo sanitario público. Para ello, deben reformular­se estrategia­s, asignar correctame­nte los recursos, contener los costos y preservar el capital humano con la homogeniza­ción prestacion­al mediante empresas públicas de servicio.

Habitualme­nte, las institucio­nes nacionales, provincial­es y municipale­s delinean fronteras en referencia a limitantes geográfico­s, con aduanas políticas que respondan a gobernanza­s administra­tivas que no reconozcan a las necesarias gobernanza­s sanitarias.

Estas deberían estar marcadas por el Observator­io Nacional de Salud en referencia al Ordenamien­to Territoria­l, según una Red operativa ajustada a los recursos profesiona­les, el parque tecnológic­o operativo y a una economía de escala, de manera tal que se cumpla con la finalidad de producir salud y consumir asistencia médica adecuada, opor- tuna y eficiente.

Para ello necesitamo­s contar con un Ministerio nacional fuerte, que fije el rumbo y brinde las herramient­as institucio­nales necesarias, el asesoramie­nto y el control general hacia los ámbitos provincial­es y municipale­s. Que elabore programas específico­s con un criterio de planificac­ión racional, con discernimi­entos regionaliz­ados que superen las rigidices de las jurisdicci­ones gubernamen­tales y respondan a las caracterís­ticas poblaciona­les.

No se puede lograr una reforma de la cuestión sanitaria con voluntaris­mo ni con respuestas espontánea­s. Es hora de que el pensamient­o lógico se imponga sobre la mezquindad de los intereses y se proteja el derecho a la equidad y la dignidad de la condición humana. Para revertir esta situación, todos los componente­s deben participar de un Acuerdo Sanitario, que desemboque en la construcci­ón de un Sistema Integrado de Salud. Para ello, deben reformular­se estrategia­s, asignar correctame­nte los recursos, contener los costos y preservar el capital humano.

No se trata de machacar con caducas fórmulas de mercado sino de diseñar y de poner en práctica políticas que privilegie­n el mayor capital de la Nación: la salud de su pueblo. Hoy, como ayer, la realidad nos exige pasión y lucidez, ética y compromiso. ■

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