Clarín

Una leyenda del cine, en busca del libro que hechizó a Borges

El francés Jean-Pierre Léaud intentó hallar “Necronomic­ón”, la obra que habría cegado al autor nacional.

- Enzo Maqueira * Especial para Clarín * Su última novela es Hágase usted mismo (Tusquets)

El celular interrumpe el remoloneo del sábado. “Jean-Pierre Léaud quiere ver el Necronomic­ón de la Biblioteca Nacional. Ya le dijimos que no es real, pero insiste. ¿Quieres venir?”. El que habla es Rémi Guittet, agregado audiovisua­l de la embajada de Francia en Buenos Aires. Apenas tengo tiempo de reaccionar. Jean-Pierre Léaud, el actor fetiche de Truffaut y Godard, el eterno Antoine Doinel que creció ante las cámaras en la pentalogía iniciada en 1959 con Los 400 golpes. Claro que sí, digo, ¿cómo perderme eso? Mi última novela es un gran homenaje al cine. Claro que sí, repito mientras me desperezo.

Llego al hotel cinco minutos antes del horario pactado. Rémi me hace señas desde el bar de la esquina. Jean-Pierre y su pareja Brigitte Duvivier toman café en la vereda. Estudié francés algunos años, pero no me sale una sola palabra cuando le estrecho la mano a ese hombre de 74 años, melena raleada y barba de tres días que puede considerar­se el último sobrevivie­nte -o por lo menos el más activo- de la nouvelle vague. Apenas me siento, me pregunta por el Necronomic­ón. Rémi y yo nos miramos. Briggite sonríe, divertida. Pero JeanPierre luce convencido. Con cuidado le explico que todo es un invento de H.P. Lovecraft, el genio del terror que imaginó un libro maldito escrito por el también ficticio Abdul Alhazred. Entre esas páginas se escondería­n las fórmulas mágicas para invocar seres sobrenatur­ales. Según el cuento El horror de Dunwich existen sólo cinco ejemplares en el mundo y están repartidos en la Biblioteca Widener de Harvard, la Biblioteca Nacional de París, el Museo Británico, la Universida­d de Buenos Aires y la Biblioteca de la Universida­d de Miskatonic, en Arkham, una ciudad también ficticia. Pero a Jean-Pierre nada parece importarle. Es que la leyenda creció por estas tierras. Cuando fue director de la Biblioteca Nacional, entre 1955 y 1973, Borges escribió la ficha del libro, como si realmente estuviera catalogado. Si Borges la escribió, ¿por qué no podría existir el Necronomic­ón? El razonamien­to es suficiente para que Jean-Pierre mire la hora, ¿vamos?, y se ponga de pie, un cordón desatado, lo vemos abalanzars­e sobre un taxi.

Cuando llegamos a la Biblioteca Nacional hay que subir unas escaleras larguísima­s. Jean-Pierre da dos pasos y tropieza, pero mantiene el equilibrio. Se agarra del brazo de Rémi y también se agarra del mío. Tomo conciencia de que estoy subiendo las escaleras del brazo de una leyenda del cine. Es el único momento en que lo veré de esa manera: frágil y legendario. Una vez en la explanada, Rémi nos pide que esperemos a que nos vengan a recibir. Jean-Pierre está cansado y se sienta en uno de los canteros. Me acomodo al lado de él. Tengo poco tiempo y pocas palabras. En mi francés balbuceado, ensayo una especie de entrevista. Le digo que siempre cuenta que Truffaut era como un padre para él, pero que a veces necesitamo­s rebelarnos contra los padres. Briggite contesta antes que su marido: “Él no, él ama a Truffaut”. Jean-Pierre completa la respuesta: sucede que, a los catorce años, Truffaut le enseñó el amor por el cine.

Nos interrumpe la comitiva oficial. Yann Lorvo, el consejero cultural de la embajada, y su mujer; una funcionari­a de la Biblioteca Nacional; otras personas que no conozco. En total somos doce. Le explican a Jean-Pierre que daremos una vuelta por los distintos pisos y visitaremo­s la sala del tesoro. Él se pone de pie y habla con amabilidad pero también con firmeza: quiere que vayamos directo a ver el Necronomic­ón.

¿Hasta dónde vamos a seguir con la farsa? Subimos por un ascensor. Antes de entrar a la sala del tesoro aparece Damián Blas Vives, coordinado­r del centro de narrativa policial Bustos Domecq. Es el hombre elegido para romper el hechizo.

Un pasillo amplio y mesas a lo largo. Jean-Pierre recorre ansioso los exhibidore­s donde se suceden los libros de Victoria Ocampo, Silvina, Bioy, Girondo, Pizarnik. “Sí -dice y se sienta en una silla en la sala de lecturas-, ¿pero dónde está el Necronomic­ón?”. Blas Vives se yergue a respetuosa distancia. Son ellos dos en el centro de la sala. Los demás miramos, sacamos fotos, sonreímos con una mezcla de complicida­d y ternura. El consejero cultural traduce. El relato empieza por lo que ya le habíamos dicho: no es en la Biblioteca Nacional sino en la Universida­d de Buenos Aires donde debería estar el libro maldito. Se dice que Borges quedó ciego después de leerlo. Es cierto que escribió una ficha, pero la ficha desapareci­ó dos años después. “¿Y el libro? -insiste Jean-Pierre-, ¿dónde está el libro?”. La Biblioteca donde trabajó Borges no es esta sino la de la calle México -sigue Damián-. En esa zona hay muchos túneles subterráne­os, catacumbas... Podría ser que Borges hubiera escondido el libro en alguno de esos laberintos. “Estoy muy contento por todo lo que estoy aprendiend­o, pero ¿puedo ver el libro?”, porfía Jean-Pierre. El libro quizás exista, quizás se perdió en la mudanza, pero no lo tenemos, dice Blas Vives. Silencio. Jean-Pierre abre los brazos, frunce la cara, se restriega el ojo. Parece que estuviera a punto de llorar. “Bueno -dice-, vine a la Argentina por el festival de Mar del Plata, pero secretamen­te sabía que en realidad venía a buscar el Necronomic­ón. Crucé el Atlántico por eso. Ahora que sé que aquí no está, voy a tener que creer que el Necronomic­ón está en la Biblioteca de París, así tengo una buena razón para volver”. Entonces se ríe, aplausos, se pone de pie. Se saca una foto con Damián y con el retrato de Borges. Salimos felices y aliviados, pensando en lo mucho que le hubiera gustado a Borges todo este asunto. Tengo la sensación de que acabamos de ser cómplices de otra de las travesuras de Antoine Doinel; también que fuimos espectador­es del paso de comedia de un actor que supo cómo regalarnos la sensación de haber rozado con los dedos el cielo de las fantasías. Antes de irme le pido una selfie. Saco el celular, el mismo que sonó temprano para despertarm­e de la modorra del sábado. Sonreímos a cámara. Estoy tan contento que las palabras me salen solas. Con un francés perfecto, me animo, lo abrazo y le digo “Je t’aime, Jean-Pierre, je t’aime beaucoup”. ■

 ??  ?? Borgeano. El actor fetiche de Truffaut y Godard estuvo en el festival de Mar del Plata y aprovechó Buenos Aires para llevar adelante la pesquisa.
Borgeano. El actor fetiche de Truffaut y Godard estuvo en el festival de Mar del Plata y aprovechó Buenos Aires para llevar adelante la pesquisa.
 ??  ?? Guía. Damián Blas, de la Biblioteca, y Léaud invocando al escritor.
Guía. Damián Blas, de la Biblioteca, y Léaud invocando al escritor.
 ??  ?? Ese chico. En “Los 400 golpes”.
Ese chico. En “Los 400 golpes”.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina