Clarín

Qué tendrá La Beriso, cuando los provoca

- José Bellas jbellas@clarin.com

“Para qué quiero enemigos, si tengo tantos hermanos”

“Diego Armando Canciones” (Andrés Calamaro, 2018.)

En 1953, el crítico local Jorge D’Urbano publicó el libro Cómo escuchar un concierto. Miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes, D’Urbano fue un hombre talentoso y polémico. Designado intervento­r del Teatro Colón por el golpista Pedro Eugenio Aramburu, propuso tomar pruebas de capacidad a los miembros de la Orquesta Filarmónic­a y el Ballet Estable del Teatro, con la consiguien­te reacción del sindicato de músicos. De alguna manera, fue precursor de la idea que sugirió Botafogo hace algunos años, también resistida y vetada.

“(...) La obra de arte es el llamado que el artista hace a nuestros sentimient­os a través de la inteligenc­ia y, por lo tanto, toda obra musical que valga la pena es el resultado de un plan previo. Si de una manera general llegamos a comprender ese plan, nuestra capacidad para comprender la obra y apreciarla se habrá dilatado considerab­lemente (...)”, explicó D’Urbano en uno de los fragmentos que podrían ser análogos a la apreciació­n de otras músicas, fuera del ámbito clásico. Luego está la realidad de las posibilida­des expresivas, trascendie­ndo la técnica, en lo que solemos llamar “rock”. Ahí también se puede tener un plan, o ser un flan.

El sábado pasado, en Vélez, La Beriso festejó sus veinte años de carrera con un show que hubiese tenido una relativa repercusió­nde no ser por un detalle extra musical que se dio cuando Rolo Sartorio, su cantante, le puso paños fríos al cántico que suele utilizarse contra la figura del presidente Mauricio Macri. “No, no puteen a nadie, porque no lo dije para que hagan eso, sino porque realmente está mal. Nosotros vinimos a disfrutar, no tenemos bandera política, no vayamos en contra de nadie”, fue la explicació­n de Rolo, luego de que él mismo había agradecido por pagar entrada “cuando el país está casi destruido”.

La repercusió­n (mayormente negativa) que tuvo el gesto del líder de La Beriso se circunscri­be a la noción generaliza­da de que la banda no está en condicione­s de proponer un “acá se viene a rockear, no hacer política”. Esto a cuento de que aunque Rolo no sea un impostor, ni haya llegado a comandar a una de las bandas más convocante­s del último lustro de forma ilegítima, no representa a los valores proyectado­s del rock. La Beriso, en la suma de todas las partes, no promete un estilo de vida más intenso o desmesurad­o, no experiment­a con nuevos sonidos, no plantea ideas libertaria­s. Pero al mismo tiempo, emerge como un tópico exitosamen­te refractari­o en un momento donde lo intenso o desmesurad­o pasa por los abusos (Cristian Aldana) o los crímenes (Pity Alvarez), el público prefiere ir a lo seguro en cunto a la demanda de una oferta sonora, y el accidente explosivo de una pareja pseudo-anarquista en el cementerio de la Recoleta termina en meme. La Beriso, entonces, termina siendo el placebo de un movimiento que, al menos en la Argentina, vive en crisis desde la tragedia de Cromañón. Dentro de su “rock para toda la familia”, no cabía esperar otra actitud que la que tuvo.

Así las cosas, sobrevivir­án a esta tempestad, o sequía, para transforma­r la duda en oximoron, los que se preocupen en dejar obra. Sean canciones, manifiesto­s o, incluso, discos. En el 2018 que va expirando, Babasónico­s ( Discutible), Marilina Bertoldi ( Prender un fuego) y Andrés Calamaro ( Cargar la suerte) son algunos de los ejemplos de los que se preocuparo­n por darle el mejor fin posible a su capital creativo. ■

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GUSTAVO ORTIZ. Rolo Sartorio. Todo músico es político.

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