Mallas, bikinis y la dictadura del verano
Momento del año moralmente obsceno donde uno apenas pretende que le entre la malla del año pasado. Ni siquiera que le quede bien, que le quede. La malla, en singular. Para tales cuestiones indumentarias, hasta el viejo varón metrosexual sabe de qué hablamos.
El test de la prenda que pasó un año hundida en el último cajón consiste en saber: 1) si el elástico aprieta, 2) si estrangula impidiendo que la sangre circule libremente, 3) que el elástico baile el hula hula -casi nunca sucedeen nuestra cintura.
¿Las mujeres la tienen mucho peor? Sí, claro, pero la impunidad de la belleza nunca fue nuestro business. Mientras el varón promedio quiere evitar la compra de otra malla, es probable que ellas se sienten interpeladas, y perversamente, por infinitas dietas y atletismos apto profesionales para lucir la infartante bikini.
Una modelo de la talla de Cindy Crawford rezaba para que la moda se apiade con una malla enteriza hasta el cuello. Eso, o que hu- biera alguna presión de la Iglesia Católica que prohibiera el colaless.
La primera revolución de la bikini fue mostrar el ombligo. La segunda, entrever las nalgas y la tercera, la anorexia.
El verano es una dictadura que pone en marcha un mecanismo canalla donde el fotoshopeo es el más ingenuo de los remedios. Ninguna otra estación del año tan predispuesta a lo que normalmente consideramos “deseo”. Querer y poder, sin embargo, rara vez van de la mano.
Diga que por suerte existe un sentido tan amplio, tan directo y tan táctil como la vista.