Clarín

Mallas, bikinis y la dictadura del verano

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Momento del año moralmente obsceno donde uno apenas pretende que le entre la malla del año pasado. Ni siquiera que le quede bien, que le quede. La malla, en singular. Para tales cuestiones indumentar­ias, hasta el viejo varón metrosexua­l sabe de qué hablamos.

El test de la prenda que pasó un año hundida en el último cajón consiste en saber: 1) si el elástico aprieta, 2) si estrangula impidiendo que la sangre circule libremente, 3) que el elástico baile el hula hula -casi nunca sucedeen nuestra cintura.

¿Las mujeres la tienen mucho peor? Sí, claro, pero la impunidad de la belleza nunca fue nuestro business. Mientras el varón promedio quiere evitar la compra de otra malla, es probable que ellas se sienten interpelad­as, y perversame­nte, por infinitas dietas y atletismos apto profesiona­les para lucir la infartante bikini.

Una modelo de la talla de Cindy Crawford rezaba para que la moda se apiade con una malla enteriza hasta el cuello. Eso, o que hu- biera alguna presión de la Iglesia Católica que prohibiera el colaless.

La primera revolución de la bikini fue mostrar el ombligo. La segunda, entrever las nalgas y la tercera, la anorexia.

El verano es una dictadura que pone en marcha un mecanismo canalla donde el fotoshopeo es el más ingenuo de los remedios. Ninguna otra estación del año tan predispues­ta a lo que normalment­e consideram­os “deseo”. Querer y poder, sin embargo, rara vez van de la mano.

Diga que por suerte existe un sentido tan amplio, tan directo y tan táctil como la vista.

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