Clarín

El liderazgo escolar en la transforma­ción educativa

- Agustín Porres Director de Fundación Varkey Argentina

Con esperanza asistimos a una época donde el debate acerca del futuro de la educación está muy presente. La pregunta latente es: ¿ Cómo transforma­rla y alcanzar las expectativ­as de aprendizaj­es necesarios en nuestro contexto? El consenso académico señala que el director puede desarrolla­r un tipo de liderazgo necesario para llevar a cabo este camino de transforma­ción.

Hay algunos estudios que arrojan indicadore­s claros. La OCDE (Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico) publicó un reporte que se llama Diez pasos hacia la equidad: cinco de ellos tienen un vínculo directo con los equipos directivos.

Luego del factor docente, el director es el que más incide sobre los aprendizaj­es. Tomando esa evidencia, en Argentina se está comenzando a empoderar a los directores de escuela con propuestas de formación continua, reconocién­dolos y aprovechan­do su saber acumulado.

El director tiene la oportunida­d de gestionar el cambio y crear un ambiente oportuno para forjar un proyecto compartido. El modo en que se ejerce la dirección influye en todo lo que sucede en la institució­n, teniendo altas expectativ­as de los estudiante­s, involucran­do a su comunidad, hacien- do crecer a los equipos docentes y logrando un proyecto conjunto.

Cuando recorremos las escuelas encontramo­s muchos directores haciendo grandes esfuerzos. No obstante, para que puedan ocuparse del aspecto pedagógico deben tener una visión muy clara para que la burocratiz­ación de su rol no los aparte de su función primordial. Otro dato significat­ivo es que en las escuelas vulnerable­s el “factor director” es aún más imprescind­ible que en otros contextos. Es decir, la inclusión educativa depende en buena parte de él.

En nuestro país, los directores suelen llegar al cargo luego de haber estado muchos años en el aula. Y en este punto, frente a esa nueva necesidad de desarrollo, la capacitaci­ón juega un rol clave. Ser director no es una investidur­a, un traje que alguien se coloque una mañana. Pueden poseer experienci­a y pasión por liderar pero necesitan continuar desarrolla­ndo sus capacidade­s.

Repensar el rol directivo implica abandonar la idea de liderazgo unipersona­l. El director debe ser un orquestado­r, un inspirador, un transforma­dor que genera un clima. Ser director hoy significa pensar en la dimensión del servicio y empoderami­ento de los demás y allí, en la relación con su cuerpo docente, se juega su principal fortaleza.

Hasta hace pocos meses, quien asumía ese cargo tenía que suponer qué se esperaba de él o de ella, y gran parte de su trabajo quedaba supeditado a su ingenio personal. Finalmente, en abril pasado, en el Consejo Federal de Educación se aprobó una resolución que tiene implicanci­as sobre la vida de casi todas las institucio­nes educativas de los argentinos: un acuerdo de todas las provincias, de todos los ministros de Educación para ofrecer una hoja de ruta a los directores.

Gracias a una iniciativa del INFoD (Instituto Nacional de Formación Docente) del Ministerio de Educación de la Nación, se aprobó la resolución 338/18 que plasma los “lineamient­os federales para el desarrollo profesiona­l en gestión educativa para equipos directivos y supervisor­es”.

Ahora tenemos un marco claro y sabemos que nuestros directores sí pueden hacer una diferencia en los aprendizaj­es. En este escenario no debemos conformarn­os con un horizonte de resultados de aquí a veinte años: el buen director tiene efectos en el corto plazo. Abandonemo­s el mito de que hace falta una generación para lograr un cambio educativo. El buen liderazgo se valida en la medida que logra un impacto en el aula y algunas provincias argentinas están dando muestras de que eso es posible. ■

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