Clarín

La pasión de Sarmiento por el Tigre

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

Cuentan en la isla –a los habitante del Delta les gusta decir “la isla”, como si fuera una sola– que el río Sarmiento y el río Capitán –uno seguido de otro– en realidad eran uno solo que se llamaba “Capitán Sarmiento”. Y que en el mapa una palabra se leía detrás de otra y así quedó: de acá para allá Capitán; de acá para allá, Sarmiento.

Lo cuentan y lo olvidan, ¿qué tiene que ver con Sarmiento, Domingo Faustino, la calle Sarmiento en el centro, en el Once, en Almagro? Pero Sarmiento, el prócer, sí tuvo que ver con el Delta: llegó invitado por un estanciero amigo, Federico Álvarez de Toledo Bedoya, que con el tiempo le regaló una isla.

Cuentan que Sarmiento la recibió dando tiros al aire con un arma: así hacían los conquistad­ores estadou- nidenses cuando les arrebataba­n un territorio a los indios.

Sarmiento tuvo allí su casa, que hoy es museo. Cuenta Natalio Botana en El orden republican­o, que cuando fue presidente salían en los diarios muchas caricatura­s de “el loco Sarmiento” y él las colgaba de las paredes de esa casa.

El loco plantó en el Tigre la primera vara de mimbre del país: quería hacer que las islas no sólo fueran lo bellísimas que son sino que produjeran, que una California brotara de esos fangos. “Y sin embargo la tierra de las islas y el mimbre son el cuerpo y el alma: el uno completa a las otras. El mimbre crece en la humedad y a la orilla de las aguas”, vio y escribió. Y trazó su sueño de grandeza: “Esas fábricas de canastilla­s que suministra­n fortunas a los inteligent­es cesteros de Buenos Aires, se entretejer­án en adelante de nuestro mimbre, y los industrial­es vendrán a comprarnos por toneladas dentro de pocos años”.

Ya se sabe: el Tigre trabajó el mimbre durante años y hubo una industria potente entre 1930 y 1960. En los últimos años costaba encontrar esos mueblecito­s caracterís­ticos y ahora, aparecen. El río viene, el río va.

Sobre el río Sarmiento -donde se llama Sarmiento- está la casa de descanso del sanjuanino. Es una casa sencillita, de madera, hoy protegida por una cúpula de vidrio.

El prócer plantó allí la primera vara de mimbre del país: quería hacer que las bellísimas islas también produzcan.

Este lunes hubo fiesta en la casa porque se renovó el espacio y se armó un nuevo recorrido para contar la historia de Sarmiento. Como souvenir, los invitados se llevaron una macetita con una vara de mimbre.

Entre ellos, sentados junto al río, cada cual con sus sombrero, había un hombre y una mujer. Él era Edgardo Madanes, escultor que no trabaja la piedra sino el mimbre, tan frágil. A su lado, la crítica Diana Saiegh. “El mimbre es fibra, nos preguntamo­s de qué fibra estamos hechos”, dice Saiegh, que este año expuso obra de Madanes en la muestra Jangada, en la Alianza Francesa. “El mimbre entendido como una materia prima que transmite la esencia del Delta permite pensar a la varilla de modo análogo al individuo que vive en sociedad. Cada varilla es una identidad particular. El mimbre entretejid­o se presenta entonces como una metáfora de la encrucijad­a en la que se encuentran las sociedades actuales”.

En busca de la identidad, desde Sarmiento. Y su río. ■

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