Clarín

Los silencios que generan incomodida­d

- Juan Tejedor jtejedor@clarin.com

Con los peluqueros, mi hermano es peor que yo: si intentan iniciarle una conversaci­ón, no vuelve más. Dice que ya tiene suficiente­s personas con quienes conversar, que ahí va a que le corten el pelo. Como no es un exquisito en cuanto a modas y estilos, cambiar de peluquería a cada rato no le resulta un problema.

Yo no soy tan extremista pero entiendo su perspectiv­a. Las conversaci­ones con el pelu- quero, igual que con el taxista, el muchacho que vino a revisar la heladera que no enfría o –la versión recargada- el padre o la madre que también está esperando que su hijo salga de la escuela, son imposicion­es de nuestra propia insegurida­d. Juegos de la mente, como decía Lennon. Es como un largo viaje en ascensor un día en el que no hace calor ni llueve. El silencio está mal visto, “debería comentar algo”, la psique juega con nosotros, “no puede ser que estemos los dos callados, algo tengo que decir. Qué incomodida­d”. Entonces hablamos.

Guarda, porque por ahí parezco un troglodita antipático y no quiero: no pido silencio sino que haya tema de qué hablar.

Hace 12 años que voy a cortarme el pelo con Raúl. Él es más bien callado, perfecto. Me pregunta cómo lo quiero, le digo que “más corto pero no demasiado”, cuando termina me muestra la nuca (la mía) con el espejito, “bárbaro, fenómeno”, le digo, nos deseamos buen fin de semana y listo. Así cada dos meses durante 12 años. A veces hablamos: en total llevaremos acumulados cerca de diez minutos. La vez pasada, por primera vez, en lugar de consultarm­e cómo quería el corte me dijo “como siempre, ¿no?” Es decir: ya soy cliente. ¿Qué más quiero? ■

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