Cuidador del patrimonio
Vecino de Parque Chas.
El hallazgo en la basura del nomenclador de una calle disparó su interés por esos carteles azules con letras blancas, que se dejaron de colocar en 1973. Ya registró más de 600 imágenes y las subió a la Red.
Hay varias formas de preservar el patrimonio porteño. Algunos buscan frenar las topadoras. Otros “salvan” buzones. Un vecino de Parque Chas hace un rescate fotográfico: desde hace tres años, Rodolfo Sánchez toma fotos de los antiguos carteles de las calles de la Ciudad y ahora los comparte en las redes junto con sus historias. Ya fotografió más de 600 placas y su colección crece semana a sema- na, mientras estas piezas van desapareciendo de las esquinas por vandalismo, descuido o desinterés.
Rodolfo es geólogo y experto en temas antárticos, pero los fines de semana los dedica a fotografiar elementos bien porteños: los clásicos nomencladores azules enlozados, esos que sólo indican el nombre de la calle y no aportan ningún detalle más pero que, sin embargo, cuentan una historia. Los más antiguos se remontan incluso a principios del siglo XX; varios tienen el viejo escudo de la Ciu- dad; los hay planos y bombé, simples o con un fino marco blanco.
Buenos Aires tiene 2.405 calles, 300 de ellas nacidas después de 1973, cuando dejaron de colocarse estos carteles enlozados. Pero las placas sobreviven -aunque cada vez son menos- en numerosos puntos de la Ciudad, especialmente en sus pasajes o en los barrios “no oficiales” de River, en Belgrano, y Cafferata, en Parque Chacabuco.
Para intentar salvarlos del olvido, Sánchez les toma fotos que comparte en el marco de su proyecto “BArolo Patrimonio Porteño” (el nombre no tiene nada que ver con el edificio Barolo). Tiene cuenta en Instagram (@barolo_patrimonio) y en Facebook (https://www.facebook.com/barolo.patrimonioporteno).
El de Sánchez es realmente un trabajo de rescate: varios de los nomencladores que fotografió ya no están. Es el caso, por ejemplo, de la desaparecida placa en Cerrito casi Arroyo, frente a la Embajada de Francia. “Hay calles o avenidas que los han perdido por completo: Libertador, Cabildo, Alem. Fueron reemplazados o desaparecieron por una nueva construcción o porque son robados para venderlos”, explica. Basta hacer una búsqueda rápida por plataformas de compraventa online para encontrarlos. Muchos son nuevos, hechos a pedido. Otros son originales y a veces hasta cuentan con el antiguo escudo de la Ciudad. Se consiguen por entre $ 900 y $ 2.700.
La semilla de esta idea ya se le había plantado a Sánchez a mediados de los 80, cuando encontró el cartel de una calle desaparecida en un montón de basura en el barrio de Flores. Era el de Republiquetas, hoy Crisólogo Larralde. Casi sin pensarlo, lo levantó y lo llevó a su casa. Hoy lo exhibe orgulloso, como parte del acervo que se completa con los conocimientos acumulados tras horas - que suman días- recorriendo calles, avenidas y barrios en busca de los famosos letreros.
Así fue como descubrió, por ejemplo, que en la esquina de Arroyo y Juncal hay un cartel que parece antiguo pero fue puesto por un vecino. O que el cruce de Forest y Maure, en Chacarita, tiene un nomenclador que luce como los enlozados pero fue pintado por alguien sobre la pared. O que en la avenida Álvarez Thomas no hay ningún cartel a la vista, excepto uno en Ortúzar, “gracias a un toldo que de algún modo lo resguardó”, según cuenta Rodolfo.
Una herramienta clave en esa búsqueda fueron las fotos en 3D de Google Street View, “sobre todo para barrios muy extensos, como Villa Lugano, Soldati o Pompeya. Igual, a veces los carteles aparecían en la imagen pero después yo iba en persona y ya no los encontraba”. O bien estaban, pero en otro estado: hay placas intervenidas, grafiteadas y hasta invadidas por vegetación, con enredaderas que se “comen” parte del nombre. Eso suma diversidad a un tipo de objeto urbano de por sí variado.
Es que “hay al menos tres generaciones de estos viejos carteles”, explica Sánchez. Están los más antiguos, del primer tercio del siglo XX; una segunda generación, entre los años 40 y 60; y “la tercera y más efímera: entre fines de los 60 y el final de esta serie, en 1973. Cada generación tiene rasgos propios de estructura y diseño”. Eso sí: todos son rectangulares, y de color azul con letras blancas.
En la Ciudad, el patrimonio cultural está protegido por la ley 1.227, pero estos letreros no fueron designados como bienes culturales patrimoniales. “Estaría bueno que la Legislatura los declarara bajo esa categoría para que queden amparados por la ley”, propone Sánchez. Mientras tanto, cuenta los secretos de este legado porteño a todos los amantes de la historia local. ■