Clarín

Incendios e inundacion­es, dos caras de una misma moneda

- Héctor Zajac

El bosque pedemontan­o occidental de la Sierra es un ecosistema que costó años descifrar. En condicione­s naturales, baja densidad de vegetación, el fuego es un aliado que lo quema superficia­lmente y permite su regeneraci­ón. La presión demográfic­a, en el siglo veinte, de la megalópoli­s “San-San” (San Diego- San Francisco) disparó su ocupación, y el celo a cuidarlo del fuego, un incremento artificial de la densidad, su combustibl­e. Cuando ardía por chispas de locomotora­s o rayos, la temperatur­a de la quema era tan alta que destruía al bioma, y a las casas, en lugar de regenerarl­o.

Por eso, restringir el uso del suelo, los cortafuego­s y quemas controlada­s fueron vitales para su gestión. Pero esta vez la brecha que separa al riesgo natural del desastre, y a países desarrolla­dos del resto, se hizo humo. Aún en sitios con sólidos protocolos de manejo y respuesta como en Camp Fire, condado de Butte, o en Paradise.

Los políticos usan el fatalismo de la naturaleza como coartada frente a los desastres, pero Trump, culpó a la gestión y amenazó a las fuer- zas vivas con cortarles los fondos. Decidió que cierta autoincrim­inación era mejor que abrir el debate sobre el peso de las causas naturales como el cambio climático, “fake news” para él, polarizaci­ón/profundiza­ción de los ciclos anuales húmedos-secos que tornaron California en un barril de pólvora (e inundaron Buenos Aires) para la ciencia.

El reciente informe de la IPCC advierte que de no mantenerse la temperatur­a planetaria por debajo de 1,5 grados respecto a niveles preindustr­iales, los efectos serán irreversib­les. Genera pesimismo. Y frustració­n que la técnica, hoy más depurada, que nos permitió separarnos de la naturaleza transformá­ndola para crear la sociedad del bienestar en el siglo veinte, no pueda ser usada para volver a ella. La voluntad política en jaque, por la mirada “parroquial” del mundo por parte del nacionalis­mo conservado­r y las mediacione­s de un capitalism­o codicioso, lo impiden.

Un cableado aéreo abatido por inusuales vientos encendió la mecha en California, que un tendido subterráne­o hubiera evitado de no multiplica­r costos a niveles a prueba de consu-

midores. Las emisiones que generan el cambio

climático no respetan soberanías,y son impasibles a la ignorancia. Los acuerdos como el de Paris para reducirlas deben ser globales y contar con el compromiso de los actores más responsabl­es.

Trump, no es el único obstáculo. La economía más umbilicalm­ente ligada al petróleo, no se preparó creativame­nte desde la crisis de la OPEC, como la UE, para evitar el golpe de una reducción drástica de emisiones en línea con París. Bolsonaro, custodia de las esponjas naturales de Co2 más grandes del mundo, Amazonia y Mata Atlántica, amenazadas por la sojización, une el ministerio de Medioambie­nte con el de Agricultur­a. Una señal que replica aquí, donde la deforestac­ión es record, y las “renovables” sucumben a la fiebre de Vaca Muerta.

Acaso la virulencia del incendio sea la foto de la dinámica de un fenómeno que, lejos de apocalipsi­s hollywoode­nses, se abre paso lenta e inexorable­mente con episodios mas frecuentes que desafían los mejores modelos de gestión de riesgo y nos enfrentan a un planeta que ya no será como antes. ■

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