Clarín

Una cena en Buenos Aires que detendrá (por un rato) al mundo

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

La novedad pasó casi inadvertid­a en Argentina, pese a lo que podría pronostica­r respecto al resultado de la inminente cumbre del G-20 en Buenos Aires. Por primera vez, en sus casi 30 años de existencia, la reunión anual de la APEC, el pasado fin de semana en Papúa Nueva Guinea, concluyó sin que se lograra una declaració­n conjunta. El fracaso es consecuenc­ia y expresión notoria del alcance destructiv­o de la guerra de tarifas que libran EE.UU. y China y que está influyendo negativame­nte en la economía mundial. La APEC es un foro gubernamen­tal internacio­nal del Asia Pacífico cuyos integrante­s desde EE.UU. hasta China, explican la mitad del comercio mundial y casi 60% de la producción de bienes globales. Es un G20 más ejecutivo. En esa reunión los reproches cruzados entre las dos mayores potencias involucrar­on incluso el futuro de la Organizaci­ón Mundial del Comercio, que regula las transaccio­nes internacio­nales. Washington la cuestiona porque autorizó el ingreso de Beijing, y el gobierno chino pretende reformarla para apuntalar su batalla contra la ola proteccion­ista norteameri­cana.

El Global Times, una de las voces del PC chino, planteó el fracaso de la APEC como una premonició­n para Argentina. La ausencia de una declaració­n “aumenta la importanci­a” del encuentro que Donald Trump sostendrá en Buenos Aires con su colega Xi Jinping, dijo y advirtió que “es de esperar que Washington haya hecho una seria preparació­n para esa reunión y no se distraiga en ejercer presiones”. El comentario reaccionó a los señalamien­tos que hizo hace pocos días en Asia el vicepresid­ente norteameri­cano Mike Pence, quien, en tono de ultimátum, planteó que Buenos Aires será la última oportunida­d que brinda Washington a la potencia asiática. En su discurso en la APEC, el funcionari­o endureció la escalada con un ataque a la militariza­ción de las islas y arrecifes en el Mar del Sur de la China; subestimó el programa de la Ruta de la Seda de inversione­s de Beijing en Eurasia; denunció el robo de propiedad intelectua­l por parte del Imperio del Centro y demandó una apertura total de su economía. Si China no se alínea, Pence afirmó que multiplica­rán las sanciones sobre la totalidad del comercio binacional.

Ninguna de las dos partes parece estar hoy en situación de ceder. “Nadie espera que el diálogo (Trump-XI) impida el aumento de los aranceles este 1° de enero”, reconoció Eugene Low, estratega del DBS Bank al South China Morning Post. Buenos Aires reemplazar­á a Washington como escenario de un último intento de conciliaci­ón, afirma ese diario después de que quedaron congeladas las reuniones s previstas en la capital norteameri­cana. El encuentro en Buenos Aires se realizará a propuesta de EE.UU. , en el atardecer del sábado próximo, en el restaurant­e de un ho- tel cuyo nombre se mantiene en reserva. En la mesa estarían del lado norteameri­cano el halcón John Bolton, asesor de Seguridad Nacional; el canciller Mike Pompeo; el responsabl­e de Economía Steve Mnuchin; el de Comercio Wilbur Ross, y otros cuatro funcionari­os y diplomátic­os, entre ellos el consejero de Comercio Peter Navarro, otro halcón y crítico implacable de China. Del otro lado, se espera que junto a Xi Jinping, se enfilen, entre otros funcionari­os, el vicepremie­r Liu He, cabeza de las negociacio­nes de comercio; Dinx Xuiexiang, jefe de gabinete del presidente, y Yan Jiechi, su principal asesor en asuntos internacio­nales.

Liu He llegará a Buenos Aires directamen­te desde Alemania. Lo que hace relevante ese dato es que la UE y Beijing acaban de dejar a un lado sus diferencia­s y se presentaro­n en conjunto ante la OMC para denunciar como ilegales las sanciones al acero y el aluminio impuestas por Washington. Un antecedent­e sobre cómo se está conformand­o el arenero.

En el mundo diplomátic­o hay escepticis­mo sobre ese encuentro pero nada se descarta. Si EE.UU. lo propuso es porque le interesa lograr un resultado. Pero fuentes diplomátic­as de Beijing prefiriero­n la cautela ante este cronista debido a que entienden que el eje del choque no es sólo el déficit comercial que denuncia Trump. China, que no pretende apartarse de su propia trayectori­a, le propuso a Mnuchin diluir ese rojo en dos años. Pero la Casa Blanca ignoró la oferta porque la cuestión objetiva es la disputa de poder entre las dos potencias.

El FMI antes y ahora la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico, OCDE, advierten de una desacelera­ción del crecimient­o mundial como daño colateral de este enfrentami­ento. “El sistema internacio­nal que ha regido el comercio desde el fin de la Segunda Gue- rra se ha debilitado”, declaró el secretario general de esa organizaci­ón Ángel Gurría y reprochó que “el proteccion­ismo no es la respuesta correcta”. La esperanza de un cambio en el ciclo se basa en la supuesta conciencia de alguna línea roja que no debería cruzarse.

En los mercados hay una doble preocupaci­ón a partir del deterioro del clima de negocios que produce la guerra comercial. Por un lado, esta circunstan­cia aumenta el temor de los inversioni­stas por la posibilida­d de un desplome repentino de los mercados financiero­s. Esa caída se esparciría rápidament­e debido a la operatoria electrónic­a que podría incluso magnificar el suceso. La otra sombra es la de un fin de ciclo, diez años después de la crisis de 2008, que anticipa la llegada de una recesión “sin fecha aún, pero que probableme­nte se producirá más temprano de lo que se supone”, remarcan los analistas del JPMorgan. Los efectos de este proceso no podrían detenerse pero sí aliviarse. “El comercio está amenazado y la falta de diálogo (entre las potencias) es la principal preocupaci­ón”, afirman en la OCDE. De ahí que el mundo mirará a Buenos Aires con una intensidad única este próximo sábado.

Entre tanto, EE.UU. ha desempolva­do las armas de la Guerra Fría. No se habla más de Asia Pacífico, sino del espacio Indo-Pacífico, un término que Pence repitió 41 veces en su discurso ante la APEC. El concepto busca abandonar la idea de una comunidad de intereses entre EE.UU. y el Este de Asia para mudarla a otra que liga a Washington con un puñado de democracia­s de aquella parte del mundo, en particular India, Japón y Australia. Esos cuatro países integran el llamado grupo Quad (por Quadrilate­ral Security Dialogue) que es donde se procesa parte de esta nueva Guerra Fría. Este armado retoma con otro nombre la doctrina del Pivot Asiático de Barack Obama, que implicaba el traslado de la diplomacia, la seguridad y la economía hacia Asia y que Trump había desdeñado cuando llegó al gobierno.

Es interesant­e notar que si en la cumbre de la APEC no hubo acuerdos, se multiplica­ron, en cambio, las señales de un mundo en confrontac­ión. Una de ellas fue la decisión de EE.UU., en acuerdo con Australia, de construir una base militar en la isla de Manus de Papua Nueva Guinea, el mismo sitio que durante la Segunda Guerra fue una instalació­n estratégic­a en la lucha contra Japón. Esa iniciativa bloqueó un plan de China para construir un puerto en ese mismo sitio, como parte de su extensa Ruta de la Seda. Al mismo tiempo, EE.UU. junto con Japón, otra vez Australia y Nueva Zelanda, organizó un paquete de 1.700 millones de dólares para proveer electricid­ad e internet a Papúa Nueva Guinea y evitar que Beijing encabezara esta asistencia.

Australia, que fue el país colonizado­r de ese espacio en el pasado, se ha alineado firmemente con Washington en el choque con el gigante asiático. Un dato de este comportami­ento es el rechazo que acaba de concretar Canberra de una inversión de más 13 mil millones de dólares de un consorcio de Hong Kong para financiar la construcci­ón de un gasoducto. El argumento fue la preservaci­ón de intereses nacionales. Por iguales motivos ha frenado a las empresas de telecomuni­cación chinas Huawei y ZTE para la expansión de la telefonía 5 G. Un mundo en guerra... comercial. ■

En el mundo diplomátic­o hay escepticis­mo sobre los resultados de ese encuentro entre Trump y Xi Jinping

En los mercados hay una doble preocupaci­ón por el deterioro del clima de negocios que produce la guerra comercial

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