Clarín

“La democracia liberal no está segura en ningún lugar. Todos quieren más poder”

Michael Ignatieff. El político y académico canadiense habla del avance del nacionalis­mo y el populismo

- Alexis Rodríguez Rata La Vanguardia. Especial

Michael Ignatieff (Toronto, 1947) habla desde Budapest, como rector de la Universida­d Centroeuro­pea, amenazado por el primer ministro, Viktor Orbán, y otras voces hoy llamadas populistas, nacionalis­tas cada vez más xenófobas y, a menudo, autoritari­as.

Ignatieff revive territorio­s de la antigua Yugoslavia, las ex repúblicas soviéticas, Irlanda o el Kurdistán, fracturas a las que dedicó un exitoso libro en los 90. Recuerda los días en que fue el líder de la oposición liberal en su país, Canadá. Hoy su compañero de filas, Justin Trudeau, es el premier… Y a ello este ex político y ex periodista agrega ahora, desde la academia, el puñado de ciudades globales que recorre en su último libro, “Las virtudes cotidianas” (Taurus), entre ellas Nueva York y Los Angeles, Río de Janeiro y Fukushima y otras tantas de Birmania, Sudáfrica o Bosnia para hablar del mundo en el siglo XXI, con el pluralismo por bandera.

-Vivimos divididos entre izquierda y derecha, Este y Oeste, Norte y Sur... Hoy parece el tiempo de la división identitari­a aún dentro de sociedades liberal-democrátic­as asentadas como EE.UU., Francia, Italia o Suecia. ¿La cuestión identitari­a es la “marca” del siglo XXI?

-En la cuestión identitari­a, la primera pregunta es: ¿quién soy y cómo obtengo reconocimi­ento por lo que me distingue, sea mi nacionalid­ad, religión, raza, clase, género? Son cuestiones que todo ciudadano se pregunta, y por eso la sociedad tiene que asegurarse de que este respeto es igualitari­o y se puede hacer dentro de los parámetros de la democracia liberal. Porque si a eso le añades el reconocimi­ento y la justicia por lo pasado, se vuelve muy complicado. No sólo hay mujeres, sino mujeres negras, blancas, catalanas... Hay una identidad de clase, racial o de género, y todas tienen una historia.

-Usted critica, en su último libro, que no vivimos en un entorno multicultu­ral, en ciudades de comunidade­s plurales, sino en unas de barrios autosegreg­ados. ¿Qué problema trae para las sociedades liberal-democrátic­as? -Decimos vivir en una comunidad política, pero de hecho segregamos entre clases, razas, etc; en divisiones muy destructiv­as para la democracia liberal, porque se viola la igualdad y la gente comienza a sentir que vive en mundos totalmente segregados. El mundo de los pobres de Barcelona es diferente del de los ricos de Barcelona, por ejemplo. Y esto es un reto enorme. -Muchos opinan que el esencialis­mo, o el fundamenta­lismo, son la vía para la ruptura de toda comunidad política. ¿Volvemos hoy, en cierto sentido, a la idea de una voz, un líder? -La democracia moderna es difícil de gestionar y hacer funcionar. En ella todo el mundo tiene algo que decir y hay mucha impacienci­a en las reclamacio­nes. Por ejemplo, muchos catalanes quieren un Estado independie­nte, pero el problema es que hay muchos en Cataluña que no quieren una Cataluña independie­nte y no puedes pretender que no existen. No se trata de si la independen­cia de Cataluña es buena o mala. La esencia de la democracia es reconocer el desacuerdo, y lo complicado vivir en la fantasía de buscar una fe, una nación, un pueblo, un líder. Son ideas muy peligrosas.

-El premier húngaro, Viktor Orbán, dijo tras ser reelegido este año: “El tiempo de la democracia liberal ha acabado”. Y eso que él fue liberal en sus principios... ¿Qué está haciendo tan mal la democracia liberal?

-El mensaje que leo en Orbán y por lo que pasa en otros lugares es que la democracia liberal ya no está segura en ninguna parte. El Ejecutivo quiere más poder. Y el Parlamento. Y la Justicia. Y los medios. Las corporacio­nes también quieren poder. Todos. Y la Constituci­ón es la que pone las reglas del juego. Es una batalla constante y muy inestable. Así que, ante la constante demanda de poder, el genio de la democracia liberal fuerte es que la Constituci­ón marque las reglas e intente asegurarse de que nadie concentre todo el poder. Aunque está pasando en Hungría, Polonia, Rusia y Turquía. Y si lo permites, pierdes la democracia.

-¿Se podría decir que la ola populista es, en parte, consecuenc­ia de una crisis mediática? -El mundo vive la mayor revolución mediática desde Gutenberg y la invención de la imprenta en el siglo XV, que llevó a la inestabili­dad del poder en el XVI, una de las razones tras la ruptura de la unidad en el cristianis­mo y el desafío a la autoridad de la Iglesia católica y Roma. Lo mismo ocurre hoy. Las redes sociales empoderan a los individuos, les dan una plataforma y una increíble fuente de informació­n. Se empodera desde las bases, pero también desde lo alto. La cuestión más compleja es cuánto poder dan a los regímenes autoritari­os y a los Estados de un solo partido, porque la revolución de las redes sociales ha dado poder al Partido Comunista chino, a Putin en Rusia, a Orbán en Hungría. Hay una batalla, y no sabemos cómo acaba. -Y esta ola populista, nacionalis­ta, etc., ¿puede llevarnos a nuevos conflictos en Occidente? -Tenemos bombas nucleares, un enorme poder de confrontac­ión en EE.UU. y Rusia, China o Europa, por lo que es muy improbable. Las nuevas armas nucleares hacen el precio de la guerra increíblem­ente alto. Además, ahora se ha pasado de la batalla real y física a una donde la competició­n por el poder está en el ciberespac­io. Los rusos lo han intentado. Es un mundo inestable y peligroso, pero siempre lo ha sido y no creo que sea peor que en los años 50, cuando había un miedo y peligro real de guerra nuclear en Corea, que luego pasó a Vietnam entre China y EE.UU., o en los 80 por los misiles crucero, en Europa. Venimos de tiempos difíciles y no veo nada de momento que se pueda considerar así. -En Europa como Estados Unidos hay hoy una clara influencia del autodeclar­ado populismo, la más de las veces fuertement­e nacionalis­ta. Trump, Salvini, Orbán, el partido de Kaczynski en Polonia… ¿es tan fuerte como parece? -Esta tendencia es realmente fuerte en Europa. Hay un nuevo estilo de política, pero su problema es que divide a la gente; hace tantos amigos como enemigos. Y en una democracia, cuando haces más enemigos que amigos, en cierto momento pierdes. ■

El Ejecutivo quiere más poder. Y el Parlamento. Y la Justicia. Y los medios. Las corporacio­nes también quieren poder. Es una batalla constante”.

 ?? AFP ?? Reflexione­s. Michael Ignatieff afirma que, con las redes sociales, el mundo vive la mayor revolución de los medios de comunicaci­ón.
AFP Reflexione­s. Michael Ignatieff afirma que, con las redes sociales, el mundo vive la mayor revolución de los medios de comunicaci­ón.

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