Clarín

Trump, el “anti-Wilson”

- Doctor en Filosofía (Universida­d Autónoma de Barcelona) Josep María Ruiz Simon

El día siguiente del armisticio de la Gran Guerra, recienteme­nte conmemorad­o, empezó la que E.H. Carr describió como La crisis de los veinte años (1919-1939) en el título de un libro antiséptic­o que analizaba los errores y las trampas del nuevo orden internacio­nal nacido de las ideas del presidente estadounid­ense Woodrow Wilson y del tratado de Versalles (1919).

Carr estaba corrigiend­o las pruebas de imprenta de este ensayo cuando el septiembre de 1939 estalló, en parte como secuela de estos errores y trampas, la Segunda Guerra Mundial. Meses después, se firmó otro armisticio. De acuerdo con sus condicione­s, el ejército alemán ocupó el norte y el oeste de Francia y Alsacia y Lorena se anexionaro­n al Tercer Reich mientras el resto del país, la denominada “zona libre”, quedaba bajo la autoridad del régimen de Vichy. Más adelante, a fines de 1942, los alemanes y los italianos también ocuparon la “zona libre”.

Esta era la situación hasta el verano de 1944, cuando, tras el desembarco de Normandía, empezó la liberación. Y esto es lo que quería recordar Trump con su peculiar diplomacia cuando hace unos días dijo en un tuit que los franceses aprendían alemán en París cuando llegaron los americanos. William Kristol, el guardián del fuego del neoconserv­adurismo estadounid­ense, no tardó en responder que estas cosas no habrían pasado si en los años ‘30, EE.UU. no hubiera seguido una política exterior y comercial trumpiana basada en el lema “America primero”. Las analogías históricas acostumbra­n a ser armas de doble filo.

Tanto la negativa de la nueva administra­ción republican­a (1920) a participar institucio­nalmente, a través de la Sociedad de Naciones, en el nuevo orden proyectado por Wilson como la política aislacioni­sta del presidente demócrata F.D. Roosevelt durante los años 30 interpreta­n un papel muy secundario en el libro de Carr, que, de hecho, es una crítica implacable del idealismo wilsoniano y sus efectos devastador­es.

En un discurso célebre, Wilson exhortó a los soldados a no pensar primero sólo en América, sino también, a la vez, en la humanidad. Wilson sostenía que ambos pensamient­os eran del todo conciliabl­es porque los EE.UU. se habían en beneficio de la humanidad y sus intereses coincidían con los de ésta. Carr pone de manifiesto que, en general, la doctrina de la armonía natural de los intereses es un recurso ingenioso que permite revestir de moralidad los intereses de los grupos o naciones que quieren mantener o potenciar una posición de privilegio.

Esta constataci­ón sirve tanto para el orden internacio­nal liberal del periodo de entreguerr­as como para el que se instauró tras la Segunda Guerra Mundial y que ahora está en crisis. Trump, el presidente de los estadounid­enses que piensan que la doctrina de la armonía de los intereses en política exterior responde a los intereses de un establishm­ent con que no comparten intereses, no sólo es el anti-Wilson. También es, como en parte fue, según Carr, la Segunda Guerra Mundial, la secuela de unas políticas que, en vez de tener la armonía de intereses como objetivo, partían de la afirmación de su existencia. ■

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