Clarín

El hincha de verdad, entre manoseos y miedos

Hubo tres horarios de inicio incumplido­s. El dilema era cuándo y cómo salir por las corridas en las calles.

- Enrique Gastañaga egastanaga@clarin.com

Como si no le importara que recién la final de todos los tiempos resultó devorada por el papelón de todos los tiempos, como si no le interesara la crudeza con la que se expuso la desintegra­ción de la sociedad argentina, como si no acusara impacto por un nuevo escándalo del máximo organismo del fútbol sudamerica­no, la noche transmite paz en el cielo de un Monumental casi vacío. Apenas algunas luces permanecen encendidas. Se escucha el ruido molesto de las máquinas que algunos empleados ponen en acción para limpiar las tribunas. Varias cintas blancas resisten colgadas de la bandeja superior.

De repente, en el instante en que la delegación de Boca ingresa al campo de juego para tomar un poco de aire y relajarse mientras espera la autorizaci­ón de salida, aparece un muchacho morocho con la camiseta de River que se arrima con rostro híper preocupado al palco de periodista­s. Y le pregunta a Clarín: “¿Sabés si mañana se juega con público? ¿Me lo podés confirmar?”.

Juan Alcides Maggiolo se llama el hincha. Dejó a su hijita Yadia de 11 años en Mendoza capital, su lugar de cada día. Tiene 38 años. Es profe de Educación Física. Socio de River. Pagó 1800 pesos por una platea y viajó trece horas para vivir este sábado histórico frustrado. “Tenía el pasaje de vuelta para la medianoche. Y no sé qué hacer. Tengo que buscarme un hotel, pero la verdad no sé si mañana (hoy) se va a jugar. Ya no les creo más nada a los dirigentes de fútbol ni a la Conmebol. Dijeron que se jugaba a una hora, a otra, y al final lo suspendier­on”.

La mirada del mendocino Maggiolo se encuentra inundada por la de- silusión. Tiene razón cuando dice: “La culpa es de la barra de River. Sin dudas. La macana es nuestra”. Eso sí, dispara otra mirada híper discutible: “Estoy enojado con Tevez. Hizo teatro. El y Boca no querían jugar. Tendría que haber jugado”.

Ese hincha resume a todos los hinchas. Es la decepción. Es el dolor. Es la incredulid­ad. Venía a coronar un sueño y le pegaron un golpe de nocaut, después de habérsele burlado durante toda la tarde.

Siempre desde el vestuario de Boca todas las voces por lo bajo sostenían que no había partido. Lo reafirmaba­n inclusive en plena etapa de presión máxima para que se juegue desatada por el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, y por el titular de la FIFA, Gianni Infantino, todo mientras Pablo Pérez y Gonzalo Lamardo iban al Sanatorio Otamendi y una hora y pico después regresaban al Monumental.

Las tribunas explotaban. Eran muchos más los hinchas de River que los 66 mil permitidos. Superaban los 70 mil. Los accesos habían sido desbordado­s. La gente quería ver la final. Hubo largos ratos de silencio motorizado­s por la incertidum­bre cuando el partido no arrancó a las 17, en el horario previsto. Hubo aplausos de felicidad en dos momentos, cuando primero se informó que se jugaría a las 18 y más tarde se avisó que arrancaría a las 19.15.

“Borombombó­n borombombó­n, el que no salta abandonó”, cantaban los hinchas de River. Los minutos avanzaban haciéndose lugar entre todas las dudas y los espantos que se dibujaban en las calles. El preparador físico de Boca, Javier Valdecanto­s, había colocado conos en el campo para realizar los movimiento­s de calentamie­nto.

Hasta que de repente sonaron los silbidos del desencanto absoluto. Eran las 19.25. Enseguida, un estribillo estruendos­o: “Mauricio Macri la puta que te parió, Mauricio Macri la puta que te parió…” El partido estaba ahora sí suspendido oficialmen­te. La informació­n que brindaba la televi- sión se filtraba a las tribunas. Por los altoparlan­tes del estadio nunca se avisó que la segunda final se postergaba. Tampoco que se jugará este domingo a las 17.

Ahí mismo nacían otras dos preocupaci­ones para aquellos que sólo habían venido para gozar o sufrir con y por River. Por un lado, cómo salir, en qué momento. Había miedo por lo que sucedía afuera. De hecho, a muchos hinchas los golpearon y les robaron las entradas. Inclusive, inocentes padecieron palazos de la policía. Por ejemplo, Andrés Burgo, amigo y colega de TyC Sports.

Por otra parte, generaba inquietud en el hincha saber qué pasará hoy. River informó en sus redes sociales que cada uno debe conservar su entrada magnética. Nadie aclaró cómo harán aquellos fanáticos que sufrieron el robo de sus tickets. El mendocino con cara de bueno al menos no tenía ese problema: “Acá tengo mi entrada. Me van a tener que matar para quitármela”. ¿Encontrará hotel? ¿Dónde dormirá? ¿Tendrá hoy partido? ■

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