Clarín

Un clásico nuevo: el que no se juega

- Ricardo Roa

Es una gran tristeza. Lo que debía ser una fiesta terminó siendo una desgracia. Es más fácil indignarse con la fiesta que no fue que ponerse a pensar lo que sería políticame­nte incorrecto, por llamarlo de alguna manera: pudo ser peor.

Los hechos fueron lo que fueron y muestran lo lejos que estamos de resolver la violencia. Por empezar por alguna de las tantas macanas, la ministra Bullrich canchereó cuando le preguntaro­n por la seguridad del gran clásico. Dijo: “Si vamos a tener el G20, lo de Boca-River parece algo bastante menor... Y además, sinceramen­te estamos preparados: hace dos años y ocho meses que estamos trabajando para bajar la violencia en el fútbol”.

Es difícil creer en teorías conspirati­vas en un país en el que ni para conspirar hay eficiencia. Pero a la vez es difícil dejar de asociar lo que ocurrió con el desbaratam­iento del negocio de la barra brava de River con las entradas. Entradas de verdad, no entradas truchas.

En el ADN del macrismo está comentar la realidad como si fueran analistas y no funcionari­os. Está en Rodríguez Larreta, que en una conferenci­a a pedido de Macri dijo: “El problema acá son las barras bravas, que son mafias enquistada­s en el fútbol hace más de 50 años”. Gracias por la noticia.

Hay que darle la derecha en algo: Larreta dijo que River debería aclarar cómo llegaron al jefe de la barra, Caverna Godoy, las 300 entradas confiscada­s en su casa. Godoy llegó en medio del allanamien­to: no había nadie ahí cuando ingresaron el fiscal Brotto y la Policía. Brotto lo saludó y lo dejó libre. Falta alguien que diga que no fueron piedrazos sino que fue el ómnibus el que chocó a las piedras. El jefe de Brotto es Martín Ocampo, fiscal general de la Ciudad ahora de licencia: es el ministro de Seguridad de Larreta.

Entradas a la barra, un club que no dice nada y un fiscal que no hace nada. Todo muy clásico.

Si alguien puede explicarlo, que lo haga. Larreta no dijo una palabra sobre Brotto aunque dijo con todas las palabras que el piedrazo fue una vendetta: “Esos 300 fueron los principale­s protagonis­tas de todos los desmanes alrededor de la cancha e incluyeron las pedradas al ómnibus de Boca”.

La violencia se alimenta de la impunidad y la política no se pone de acuerdo para algo que debe estar de acuerdo. Debe, no debería, terminar con la hipocresía sobre cómo enfrentar a los violentos. En River hay mutis por el foro: nada sobre quién o quiénes de la Directiva facilitaro­n los tickets a la barra.

Locos y violentos hay en todas partes. Lo que es diferente es la respuesta del Estado. Las barras sirven a los dirigentes y a los políticos. No es nada nuevo. Va siendo tiempo de que alguna vez se atrape al tira piedras y que, como dijo el fiscal Moldes, no pongamos a la Policía a cabecear adoquines. Como ahora los que cabecearon fueron futbolista­s y famosos, parece nuevo. El médico al que llevaron para atender a Pablo Pérez, Heriberto Marotta, es vocal de Boca. Tampoco es nuevo.

Los violentos van a terminar por imponer la militariza­ción de los partidos. El problema no es permitir el ingreso de los visitantes. Ya tampoco se puede jugar con los locales. problema son los barras.

Hay que revisar esa violencia que es parte de la sociedad. Las piedras al micro y las piedras al Congreso, la marginació­n y el embrutecim­iento es una tendencia que crece en el país y que crece con complicida­d política. Todo esto ocurre a días del G20. Es el peor ejemplo. La fiesta ni siquiera comenzó. Salió todo mal. No hubo partido ni goles ni fútbol. Queda la tristeza. ■

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