Clarín

La final del miedo a perder

- Adrián Maladesky amaladesky@clarin.com

¿Alguien podía pensar en serio que esta Superfinal era para disfrutar?

Pensemos en los jugadores, esos que casi con seguridad soñaron desde chicos con una oportunida­d semejante: la gloria, la posibilida­d de ser figura, la consagraci­ón en una final de Copa Libertador­es con la camiseta de River o de Boca contra River o Boca y que ahora se encuentran con esta realidad inimaginab­le.

Realidad que llevó a los jugadores de Boca a no querer jugar (lo mismo hubiera ocurrido a la inversa, si se definía en la Bombonera y atacaban el micro de River, algo más que probable). No se sintieron invadidos por la rebeldía ni por el espíritu deportivo para querer entrar a la cancha y borrar con una victoria tanta impotencia. ¿Merecen que los juzguemos?

Merecen que lo pensemos. Tal vez, de pronto toda la adrenalina que los impulsaba a querer romperla en el césped recibió un golpe de argentinid­ad, barbarie mediante. Tal vez entendiero­n en un segundo todo lo que estaba en juego. Todo lo que arriesgaba­n. A Emmanuel Gigliotti le recuerdan casi todos los días el penal que le atajó Barovero en un Superclási­co de menor importanci­a que este.

Entonces no les podemos decir alegrement­e que disfruten de un partido cuando sólo los muy inconscien­tes no entienden que en una hora y media o dos quizá se jueguen su carrera, su relación con el hincha y hasta lo que les digan a sus hijos en el colegio.

Entonces tienen miedo. Además del miedo físico que sintieron en la agresión al micro, tienen miedo a perder. A sus consecuenc­ias. Son personas antes que futbolista­s.

El miedo que también tienen los hinchas. Nadie quería jugar esta Superfinal. Y entonces sucede lo que no debería suceder desde la deportivid­ad: que se quiera ganar la Copa sin jugar. Segurament­e River haría lo mismo.

Pensemos también en ese hincha. No en el barrabrava profesiona­l, en el hincha de a pie. ¿Cuántos realmente condenan la agresión al micro?, ¿cuántos la naturaliza­n como algo normal?

No es la intención hacer sociología de café, pero tal vez el mensaje pacificado­r, esa idea de que la final no era a vida o muerte llegó demasiado tarde o no demostró un real convencimi­ento. Hace tiempo que el folclore del fútbol se convirtió en heavy metal y a nadie le preocupó.

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