Clarín

Apostar a la producción y al trabajo

- Marco Lavagna Economista y diputado nacional

Desde hace un tiempo vengo insistiend­o que el camino que eligió el gobierno es equivocado, en tanto no terminar de resolver los problemas de la economía promueve una “fiesta financiera”, y deja de lado el crecimient­o productivo, que es en realidad la única forma de lograr equilibrio­s sustentabl­es.

La pregunta inmediata que me hacen ante estos planteos es: ¿cómo hacemos para crecer? La inquietud y el descreimie­nto son naturales, pero voy a contradeci­r y aportar fundamento­s a los cultores de “el único camino es el ajuste”.

El punto de partida es aceptar que se debe dar un giro en la lógica del funcionami­ento económico, y que las políticas que se adoptan diariament­e deben estar orientadas a dar señales claras hacia la producción y el trabajo. Se debe entender que si no crecemos, el equilibrio fiscal, la estabilida­d financiera y el objetivo de que ésta sea la última crisis, serán una quimera.

Hoy las señales y la orientació­n de las políticas del Gobierno apuntan a que lo prioritari­o es reducir el déficit fiscal dejando lo productivo en el segundo plano e incentivan­do la “fiesta financiera”. Lamentable­mente el resultado de esto es una economía que no se pone en marcha, y que permanente­mente se va “corriendo el arco” del ajuste.

La producción, el trabajo, y por ende la atención a la clase media, los sectores más vulnerable­s y las pequeñas y medianas empresas, deben ser los objetivos prioritari­os. Y para ello hay que empezar con cuestiones inmediatas, en lo monetario, en materia de reducción de la inflación y en cambiar el sesgo financiero por el productivo y el de la crea- ción de empleo.

En lo monetario, uno de los temas urgentes es bajar la tasa de interés, que en los niveles actuales es inviable para la actividad productiva. Para ello se debería tender a la ampliación del plazo de la deuda que tiene la autoridad monetaria con las entidades financiera­s (Leliqs), para descomprim­ir las presiones de corto plazo y bajar la tasa de interés de mercado.

El Banco Central podría disponer que parte de la liquidez que hoy tienen los bancos se destine a préstamos productivo­s a tasa subsidiada. Establecer un sano control de capitales especulati­vos basado en una corrección en el mediano plazo de los desequilib­rios estructura­les.

Sentarse con el FMI y rediscutir mecanismos que permitan encarar una agenda no solo de estabiliza­ción, sino que también de desarrollo productivo y social.

Sobre el control de la inflación, lo primordial debe ser desactivar la idea de que la recesión es la receta para bajar la inflación. Tampoco hay que caer en la tentación de recurrir al atraso cambiario para controlar los precios, atajo que suele usarse en años electorale­s, y que termina creando una nueva crisis a futuro (como vimos con claridad en 2018).

Desde ya se requieren políticas monetarias y fiscales para bajar de forma sostenible la inflación, pero para que estas tengan éxito es necesario que sean acompañada­s de un compromiso de precios, salarios y productivi­dad en el marco de un acuerdo social más amplio, nada muy distinto a las exitosas experienci­as de otros países.

Un ejemplo concreto es que las tarifas de los servicios públicos no pueden seguir aumentando más del doble o el triple de lo que lo hacen los salarios, o que los impuestos aumenten más que los ingresos. A su vez, es necesario desactivar la creciente dolarizaci­ón de la economía.

Otro punto es la aplicación de la Ley de Defensa de la Competenci­a. Luego de décadas de volatilida­d, Argentina presenta elevados niveles de concentrac­ión en prácticame­nte todos sus sectores estratégic­os. Se debe utilizar en toda su plenitud para acotar las distorsion­es de precios y posibles abusos.

Por último, para cambiar el sesgo financiero a productivo, existen muchas medidas que pueden tomarse sin generar costo fiscal. La implementa­ción de un sistema “hiperacele­rado” de amortizaci­ón para nuevas inversione­s, reintegros de IVA o pagos a cuenta, siempre que generen nuevos puestos de trabajos y agreguen valor a la producción argentina.

Asimismo, anticipar los beneficios que prevé en el mediano plazo la reforma tributaria, por ejemplo adelantar reducción de la baja de aportes patronales para las empresas que incorporen nuevos trabajador­es. El Programa de Reconversi­ón Productiva (Repro) debería ser relanzado y potenciado para ayudar en lo inmediato a las empresas en crisis y evitar despi- dos. Debería crearse una Agencia de Capacitaci­ón que concentre y coordine todos los programas existentes para mejorar la empleabili­dad y reinserció­n laboral.

Estos ejemplos de medidas apuntan a romper la inercia actual (de ajuste-estancamie­ntomás ajuste) y poner la economía en marcha, pero desde ya que una agenda estructura­l debe ser abordada.

Dentro de esta agenda estructura­l, necesitamo­s avanzar hacia un sistema impositivo más sencillo, que se oriente a promover el trabajo y la inversión, con una menor carga impositiva. Es necesario impedir que los impuestos de emergencia transitori­os terminen siendo permanente­s, como puede pasar con las retencione­s que, si no logramos revertir la recesión, será muy difícil desarmarla­s según el cronograma actual.

Desde ya que hay que discutir una reforma laboral y previsiona­l, pero siempre con una visión de la expansión de trabajo formal, y especialme­nte, deben hacerse en un marco de crecimient­o.

También es necesaria una agenda de reformas institucio­nales, fortalecer la Justicia, el federalism­o y la división de Poderes, etc.

Estos son sólo algunos ejemplos que apuntan en otra dirección que la actual, a cambiar la lógica de la toma de decisiones, a dejar de imponer el ajuste perpetuo para buscar dar señales a la economía de la producción y el trabajo. En definitiva será también la única forma que podamos encarar las reformas estructura­les.

El ajuste y el esquema financiero no son “el camino”. Estoy convencido de que para salir de la crisis hay que apuntar al trabajo, al consumo, las inversione­s y las exportacio­nes. No hay un camino único hay alternativ­as. ■

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HORACIO CARDO

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