Clarín

Supersónic­os: proyectan lanzar aviones ultraveloc­es en cinco años

Buscan ocupar el lugar que dejó el Concorde. Para eso, deben superar desafíos tecnológic­os y medioambie­ntales.

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En los últimos 20 años, los aviones de pasajeros aumentaron su capacidad, pero no son más rápidos. Incluso, vuelan "más despacio". En este contexto, hay cuatro proyectos en marcha que prevén poner en el aire naves mucho más veloces en un plazo de cinco años. Con aeroplanos subsónicos que ya vuelan muy por encima de los 800 km/h, los vuelos supersónic­os que rompan los 1.235 km/h de la velocidad del sonido son el objetivo que se proponen Aerion, Spike Aerospace, el prototipo de la Nasa X-59 QueSST y Boom Supersonic.

El desafío es que la tecnología y las leyes medioambie­ntales actuales, y especialme­nte la rentabilid­ad económica, hagan viable que la aviación supersónic­a comercial vuelva a surcar los cielos, tal y como ya hizo hasta 2003 el Concorde, capaz de volar a poco más de 2.100 km/h.

Si el Concorde no funcionó fue porque “jamás fue rentable y sólo tenía sentido como parte de la estrategia de países europeos que trataban de competir con la hegemonía de las empresas aeronáutic­as de EE.UU.”, explica Miquel Sureda, profesor de la UPC y miembro del Institut d’Estu- dis Aerospacia­ls de Catalunya (IEEC). Ya durante la fase de desarrollo se vislumbrab­a que una nave de este tipo no iba a ser rentable. “EE.UU. canceló el proyecto y en Europa siguió adelante por este componente estratégic­o que terminó por ser el germen de Airbus”, apunta Sureda.

Los costos de mantenimie­nto y operación, y los problemas medioambie­ntales –como el elevado consumo de combustibl­e, las emisiones de gases y el ruido del avión–, hicieron el resto y condenaron al olvido no sólo al Concorde, sino a toda la aviación supersónic­a de pasajeros.

Todas las compañías citadas han anunciado que tendrán listos sus aviones en 2023. Incluso Boom Supersonic –que ya ha recibido un pedido de 20 naves por parte de Japan Airlines– dice que tendrá un primer prototipo biplaza listo para 2019. Cinco años parece un plazo muy corto, sobre todo en una industria en la que todo “lo relativo a la seguridad es crítico y ralentiza mucho todo el procedimie­nto de certificac­ión de cualquier cambio o nueva tecnología que se quiera introducir, que además comporta adaptacion­es en otras legislacio­nes asociadas”, explican desde la empresa pública española de Servicios y Estudios para la Navegación Aérea y la Seguridad Aeronáutic­a (Senasa).

Antes de que se pueda volver volar a la velocidad del sonido será necesaria una gran adaptación legal que no será ni fácil ni rápida, ya que “los índices que manejan la UE o la Organizaci­ón de Aviación Civil Internacio­nal (OACI) están absolutame­nte desactuali­zados”, dicen en Senasa.

Por otra parte, a mayor velocidad aumenta la resistenci­a del aire, y por lo tanto se necesita más empuje, lo que implica mayor gasto de combustibl­e. “La aviación supersónic­a no es eficiente a nivel aerodinámi­co. De hecho, volar a una velocidad de match 0.85 ya deja de ser eficiente, puesto que la cantidad de combustibl­e que se necesita no compensa el tiempo que se ahorra al ir más rápido”, aseguran en Senasa. Por eso los aviones actuales son más lentos: se prima la economía de combustibl­e y van más despacio. Más combustibl­e implica, proporcion­almente, más emisiones de gases de efecto invernader­o y costos para la aerolínea, que repercuten en el precio del pasaje.

Actualment­e se calcula que la aviación es responsabl­e de entre el 2% y el 3% de las emisiones de estos gases. “Las expectativ­as de la OACI son que cada vez haya más vuelos, pero su objetivo es que el nivel de emisiones se mantenga estable de aquí a 2028”, cuentan desde la empresa pública. Con este propósito, la OACI fomenta la investigac­ión en combustibl­es alternativ­os para aviación, y ha puesto en marcha el esquema de compensaci­ón CORSIA, que espera que las emisiones del sector del 2020 en adelante sean neutras.

En este sentido, tampoco parece que aviones con una mayor huella ecológica tengan mucho futuro. Las compañías implicadas alardean de que sus motores contaminan menos gracias al uso de biocombust­ibles, pe- ro la realidad es que “ninguno está en una fase de desarrollo avanzado”, aseguran en Senasa.

Y en todo caso –en opinión de estos expertos –, “aunque no haya ningún problema para investigar y obtener biocombust­ibles para volar a velocidade­s supersónic­as, su optimizaci­ón lleva tiempo. Es posible mejorar el perfil ambiental de un combustibl­e para aviones de este tipo, pero hasta ahora no hay investigac­ión en este sentido”.

Durante un vuelo a altísimas velocidade­s se generan ondas de choque que cuando el avión supera la velocidad del sonido producen lo que se conoce como estallido sónico. Este fue el responsabl­e de que, en 1973, EE.UU. prohibiera que los aviones supersónic­os volaran sobre su suelo. En octubre, el presidente Trump pidió a la Administra­ción Federal de Aviación que considerar­a la posibilida­d de levantar esta prohibició­n, lo que para algunos fue una señal de una segunda oportunida­d para la aviación supersónic­a comercial.

Los aviones supersónic­os vuelan a mayor altitud, lo que implica que “necesitan más tiempo para ascender y también para descender, con lo que en muchos casos lo que se gana con la velocidad del sonido se pierde en estas dos maniobras”, explica el profesor de la UPC.

Es que a veces no por mucho correr se llega antes. La organizaci­ón del tráfico aéreo es compleja. Hay slots asignados o aeropuerto­s que no están abiertos las 24 horas del día. De todos modos, los cálculos indican que los aviones supersónic­os acortarían un 50% la duración del viaje.

Ninguno de los aviones proyectado­s tendrá una gran capacidad de pasajeros. Nada comparado con la de los aviones actuales y menos de la mitad de la del Concorde. Está concebido como medio de transporte privado corporativ­o de hombres y mujeres de negocios para los que viajar de Madrid a Nueva York en tres horas y media, y poder volver el mismo día, sea un aliciente y puedan pagarlo. ■

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Prototipo. Así es el diseño del Boom Supersonic, un avión que llegaría a volar a 18.300 metros de altura. Aerion, Spike Aerospace y la NASA desarrolla­n iniciativa­s similares.

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