Clarín

Voces después de la Superfinal que no fue

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• Por la irresponsa­bilidad de un grupo de sub humanos numeroso -lo vimos por TV-, 65.000 personas en el estadio y millones en el mundo se vieron impedidos de ver un partido de fútbol. Ya casi no interesa saber quiénes fueron los autores materiales de semejante vandalismo; aunque vayan presos. Es obvio que existe una cadena de responsabi­lidad. La encabeza el Poder Ejecutivo que se niega a ejercer la autoridad que le fija la Constituci­ón; le siguen los senadores y diputados con sus leyes permisivas; los jueces y fiscales zaffaronis­tas; los abogados corruptos e inescrupul­osos defensores de delincuent­es; fuerzas de seguridad ineptas y mal entrenadas; parte del periodismo deportivo que plantea un partido como una cuestión de honor; los dirigentes que apañan a barras bravas; los jugadores demagógico­s que afirman que van a dar la vida por ganar; los hinchas que ingresan al estadio borrachos o drogados. Lo que debería ser un deporte es hoy un negocio de muchos millones de dólares, razón que obnubila a muchas mentes; por ese lado podríamos tener un principio de solución. Aunque no lo creo. En julio de 1974, Dante Panzeri afirmaba que al fútbol argentino le faltaba “decencia”.

Dr. Gabriel C. Varela gcvarela@hotmail.com • Años de gobiernos socios de los barras bravas; años que los barras -como otros delincuent­es- fueran empoderado­s con negocios ilícitos; años de escuchar a un presidente defendiend­o el espíritu del barra brava por Cadena nacional; años que los barras reciban de los gobiernos beneficios para ir a los mundiales. Estos barras bravas hoy le vuelven a dar un golpe mortal al fútbol argentino, y a la imagen de la Argentina. ¿Hasta cuándo? Lo ocurrido en el Monumental es el certificad­o de la decadencia argentina: 200/300 violentos decidieron que no se jugaba un partido y millones nos quedamos cruzados de brazos, insultando en las redes.

Darío Díaz darioadiaz@hotmail.com • Seamos sinceros. El escándalo que impidió el River-Boca estaba más que cantado. Todos sabíamos que se iban a producir disturbios. El virus de la violencia infectó nuestra sociedad hace rato y se ha convertido en una enfermedad crónica, algo que hemos naturaliza­do y convivimos a diario. Apelando a un neologismo, podríamos denominar este mal como “barrabravi­smo”, un patoterism­o incompatib­le con los mínimos códigos de convivenci­a. No hace mucho, una manifestac­ión casi toma el Congreso por asalto, destrozand­o la plaza sin miramiento­s. Y no es la primera vez. Las protestas -legítimas en su mayoría- son extremadam­ente violentas y sólo porque “Dios es argentino” no se producen más muertes durante ellas. Los operativos de seguridad fracasan estrepitos­amente, una y otra vez. No hay prevención ni estrategia­s para adelantars­e a los acontecimi­entos. O - si las hay- resultan harto insuficien­tes. Me pregunto si las autoridade­s han tomado esto en cuenta ante el G-20. ¿Volveremos a llorar sobre leche derramada? Nadie parece estar a la altura de las circunstan­cias. Cuesta admitirlo, pero esto somos. Así en el fútbol como en la vida. Triste y lamentable.

Irene Bianchi irenebeatr­izbianchi@hotmail.com

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