Clarín

Todos eran nuestros hijos

- Silvia Fesquet

Qué tienen en común una chica de 15 años, alumna de una escuela de Flores, menuda, de sonrisa amplia, pelo largo y mirada franca, cinco hermanos, y un chico de 14, apasionado por el fútbol, jugador en el club de barrio Juan XXIII de Rosario, fanático de Newell’s y que disfrutaba de ver las destrezas de uno de sus tres hermanos en la canchita del barrio Itatí? La muerte. Una muerte violenta, destemplad­a, fatalmente a destiempo, mucho más injusta de lo injusta que suele ser la muerte. Dos vidas jóvenes arrebatada­s por la locura, la sinrazón, el crimen nuestro de cada día. Xiomara Naomi Méndez Morales fue secuestrad­a por conocidos de su padre cuando salía del Liceo Nº 5 “Pascual Guglianone”. Poco más tarde un mensaje de WhatsApp enviado desde el teléfono de la chica le indicaba a la madre el precio de la libertad de su hija: 30 mil pe- sos y cocaína. Según su tía, en los audios Naomi parecía gritar “mamá, mamá”. “Se ve que le tapaban la boca o algo, porque no se la escuchaba, sólo lloraba”. Perversión en estado puro contra una chica indefensa. El dinero se entregó pero para Naomi llegó el peor final: tapada con una manta, tenía enroscada, impidiéndo­le respirar, cinta de embalar en la cara y en el cuello, que también apretaba un cinturón de seguridad. Murió asfixiada. Se sigue la pista de presuntos vínculos narcos detrás del crimen.

Narcos también parecen ser, de acuerdo con testimonio­s de vecinos, los responsabl­es del asesinato de Pablo Silva, víctima inocente de una pelea entre bandas, que recibió un balazo en la espalda mientras miraba el picadito que jugaba su hermano: acababa de terminar las clases en la Escuela República Arabe Unida sin llevarse ninguna materia. No pudo llegar a festejarlo. Coordinado­r de las inferiores del club Juan XXIII donde jugaba Pablo, su papá, Antonio Silva dijo : “Según dicen, pasaron por ahí y efectuaron disparos. Y él la ligó. Le tiraron por la espalda sin mediar palabra”.

Igual de absurda fue la muerte de Zaira Rodríguez, piloto de karting de 21 años. Una bala terminó con su vida, después de un fallido intento de robo del auto en el que viajaba con su novio, rumbo a un festejo familiar en la casa de sus abuelos. Fue muy cerca del lugar en que poco antes Alma, una nena de 4 años, salvara su vida de milagro al sobrevivir al tiro que entró por su espalda cuando ladrones quisieron asaltar la camioneta que manejaba su mamá, a cuadras de villa La Rana. “Afortunado”, -de acuerdo con la curiosa forma en que, conclui- mos, debemos agradecer el salir apenas con vida, no importa el nivel de lesiones, de cualquier hecho de insegurida­d- es Kevin Sanhueza, neuquino de 27 años, estudiante de Arquitectu­ra en La Plata, que trabajaba como repartidor para costearse los estudios y fue herido gravemente cuando entregaba un kilo de helado.

Todos estos hechos ocurrieron en las últimas dos semanas. Uno solo de ellos, -aun cuando ni Alma ni Kevin integren la estadísti- ca de víctimas fatales- debería parecernos lo suficiente­mente grave como para dedicarle toda nuestra atención, todo nuestro repudio, y toda nuestra ocupación. Pero no es así. No hay tiempo ni para llorar a los muertos: a uno le sigue otro, y otro, y otro más, en un triste sinfín al que ya nos hemos ido acostumbra­ndo. El domingo se conmemoró el Día Internacio­nal de la Eliminació­n de la Violencia contra la Mujer: hay una niña o adolescent­e menor de 18 años asesinada por semana. Y no es la ejecutada por mano ajena la única forma que adquiere la muerte joven. Un trabajo de Unicef difundido este año, con datos oficiales de 2014, da cuenta de que la mayor cantidad de suicidios se registró entre los adolescent­es y adultos jóvenes, con 976 casos en el grupo de 15 a 24 años. Por no hablar de los accidentes de tránsito: en 2017 hubo un promedio de 100 víctimas fatales por semana, y el 40,9% de ellas tenía entre 16 y 30 años, según el Observator­io del Instituto de Educación y Seguridad Vial.

“Saturno devorando a un hijo”, uno de los emblemátic­os cuadros que pintó Goya, es la imagen que viene a la memoria al pensar en la tragedia de una sociedad que asiste impávida, día tras día, a la muerte de sus jóvenes. Que no es otra cosa que la de su futuro. ■

“Según dijeron, ellos pasaron por ahí y dispararon.

Y él la ligó. Le tiraron por la espalda, sin mediar palabra”.

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