Si no se juega los que ganan son los violentos
Queda claro que la vergüenza de Núñez basta para que salten a escena las frases más contundentes y los diagnósticos más audaces. Todos saben. Convivimos desde el sábado con un larguísimo desfile de dedos índices en alto que nos dicen que el fútbol está enfermo de muerte, que la enferma es la sociedad y que el fútbol es apenas una caja de resonancia, o que los argentinos son una extraña mezcla de dinosaurios y trogloditas que merece todo lo que le pasa.
El problema de meter a todos en la misma bolsa es que impide definir responsabilidades concretas. Si una mamá elige a su hijo para entrar ben- galas a la cancha, muchas mamás soñaron con un Superclásico en paz. Si un grupo de energúmenos recibió a piedrazos a Boca, miles de hinchas esperaban el arranque del partido con la ilusión de un pibe. Si un funcionario fue incapaz de organizar un operativo de seguridad, cientos de funcionarios intentan hacer su tarea lo mejor que pueden.
En ese marco, es imprescindible atender a esa mayoría honesta y silenciosa, probablemente ingenua pero todavía sana, antes de tomar decisiones. Lo que exige, le duela a quien le duela, seguir adelante y hacer jugar este partido. Con todas las previsiones del caso y algunas más.
Lo contrario es retroceder, aceptar que los violentos ganaron la batalla. Y que las buenas intenciones pueden menos que las ganas de pudrirla.
Sociedades acostumbradas a convivir con formas de locura de verdad dramáticas, como el terrorismo, enseñan que la primera reacción ante un ataque debe ser seguir adelante con la vida del modo más normal que se pueda. Ceder espacio a los violentos es darles la razón, aceptar que nos ganaron y que no sabemos cómo organizarnos para enfrentarlos. La idea vale para el fútbol pero puede hacerse extensiva a sesiones legislativas o intimidaciones varias: se trata de ponerse los pantalones largos, castigar a los responsables y seguir adelante. Lo merecen los millones que laburan en silencio y sueñan con vivir en una sociedad más o menos normal. ■