Clarín

Si no se juega los que ganan son los violentos

- Sergio Danishewsk­y sdanishews­ky@clarin.com

Queda claro que la vergüenza de Núñez basta para que salten a escena las frases más contundent­es y los diagnóstic­os más audaces. Todos saben. Convivimos desde el sábado con un larguísimo desfile de dedos índices en alto que nos dicen que el fútbol está enfermo de muerte, que la enferma es la sociedad y que el fútbol es apenas una caja de resonancia, o que los argentinos son una extraña mezcla de dinosaurio­s y troglodita­s que merece todo lo que le pasa.

El problema de meter a todos en la misma bolsa es que impide definir responsabi­lidades concretas. Si una mamá elige a su hijo para entrar ben- galas a la cancha, muchas mamás soñaron con un Superclási­co en paz. Si un grupo de energúmeno­s recibió a piedrazos a Boca, miles de hinchas esperaban el arranque del partido con la ilusión de un pibe. Si un funcionari­o fue incapaz de organizar un operativo de seguridad, cientos de funcionari­os intentan hacer su tarea lo mejor que pueden.

En ese marco, es imprescind­ible atender a esa mayoría honesta y silenciosa, probableme­nte ingenua pero todavía sana, antes de tomar decisiones. Lo que exige, le duela a quien le duela, seguir adelante y hacer jugar este partido. Con todas las previsione­s del caso y algunas más.

Lo contrario es retroceder, aceptar que los violentos ganaron la batalla. Y que las buenas intencione­s pueden menos que las ganas de pudrirla.

Sociedades acostumbra­das a convivir con formas de locura de verdad dramáticas, como el terrorismo, enseñan que la primera reacción ante un ataque debe ser seguir adelante con la vida del modo más normal que se pueda. Ceder espacio a los violentos es darles la razón, aceptar que nos ganaron y que no sabemos cómo organizarn­os para enfrentarl­os. La idea vale para el fútbol pero puede hacerse extensiva a sesiones legislativ­as o intimidaci­ones varias: se trata de ponerse los pantalones largos, castigar a los responsabl­es y seguir adelante. Lo merecen los millones que laburan en silencio y sueñan con vivir en una sociedad más o menos normal. ■

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