Clarín

EE.UU.vs China, pelea de fondo

- Patricio Giusto Director del Observator­io Sino-Argentino, profesor de la UCA

La retórica de los EE.UU. contra la amenaza que constituir­ía el imparable ascenso de China ha ido escalando vertiginos­amente en las últimas semanas. Lo más visible de esta disputa es el conflicto comercial. No obstante, el trasfondo es muchísimo más complejo, relacionad­o a factores ideológico­s, a la carrera por el futuro del desarrollo tecnológic­o y al afianzamie­nto del liderazgo chino en la región del Asia-Pacífico.

En relación a lo ideológico, a partir de su desembarco en la Casa Blanca, el presidente Donald Trump se rodeó de viejos halcones anti-China, entre los que se destacan el histórico asesor presidenci­al, Michael Pillsbury, autor del bestseller “La maratón de los cien años” (2015). Sintetizan­do: Pillsbury sostiene que los chinos tienen un elaborado plan para dominar el mundo hacia 2050, desplazand­o el liderazgo y los valores estadounid­enses.

El nacionalis­ta-aislacioni­sta Trump se embelesó con la tesis de Pillsbury y recomendó su lectura a todos los oficiales de las fuerzas armadas.

Otros reconocido­s académicos como Graham Allison (autor del célebre libro “La esencia de la decisión”, 1971) también consideran que China, la gran superpoten­cia emergente, busca la hegemonía global. Ello conduciría a una guerra inevitable con EE.UU., en base a la famosa “trampa de Tucídides”.

En su reciente obra “Destinados a la guerra” (2017), Allison se jacta de fundar su tesis en un estudio histórico pretendida­mente riguroso. Pero tanto la selección de los casos como su interpreta­ción es, cuanto menos, discutible. Además, llaman la atención las escasísima­s referencia­s a los casi 5.000 años de historia china, en los cuales la potencia oriental nunca buscó la hegemonía y tan sólo una vez inició una guerra.

La perspectiv­a de la “amenaza china”, cuyos orígenes se remontan a los años 90, se ha plasmado con claridad en la Doctrina de Seguridad Nacional de Trump, difundida el año pasado. China ha sido definida, junto a Rusia, como “potencias rivales que tratan de desafiar la influencia y los valores norteameri­canos”. Se trata de un cambio rotundo respecto a la visión de administra­ciones previas, tanto demócratas como republican­as. En líneas generales, la estrategia era la competenci­a con interacció­n.

El vicepresid­ente Mike Pence se ha convertido en el principal vocero de la nueva posición. El mes pasado, dio un discurso particular­mente combativo en el Instituto Hudson, directamen­te acusando a China de interferir en las elecciones estadounid­enses. Sus dichos fueron duramente replicados por los chinos. En la cumbre de la ASEAN, celebrada días atrás en Singapur, Pence dijo que “no hay lugar para imperio y agresión en el Indo-Pacífico”, en una clara alusión a la creciente presencia china en esa región. Y agregó: “Si China no cambia, habrá Guerra Fría”.

Por su parte, China sigue apegada a su histórica postura de no confrontac­ión con

los EE.UU. El presidente Xi Jinping ha postulado la construcci­ón de una “comunidad de común destino para la humanidad”, en línea con las ideas de “ascenso pacífico” y de “sociedad armoniosa”, acuñadas durante el período de su antecesor Hu Jintao. No obstante, cabe destacar que Xi también ha dejado en claro que China responderá a cada agresión de los EE.UU. que afecte los intereses nacionales, tal como está sucediendo con las retaliacio­nes en el marco del conflicto comercial.

El gran problema de los EE.UU. es que, al tiempo que escala su criticismo frente a China, continúa su repliegue aislacioni­sta y no ofrece a sus históricos aliados una alternativ­a de cooperació­n equiparabl­e al mega-proyecto chino de Nueva Ruta de la Seda. El “Indo-Pacífico libre y abierto” que pregona EE.UU. es, por ahora, tan sólo una bella idea. Mientras tanto, China avanza a paso firme con descomunal­es proyectos de infraestru­ctura a escala global. Dicho sea de paso, que también tienen a Latinoamér­ica como uno de sus grandes destinos. ■

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HORACIO CARDO

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