Si no se juega este Superclásico, no se debería jugar ninguno más
Tan nefastos e ineptos son los dirigentes del fútbol argentino y sudamericano, tan enceguecidos por sus miserias se encuentran, que están matando al Boca-River, al partido más importante. Si el Tribunal le da por ganada a Boca la Libertadores, si Boca no se presenta o si se juega en otro país esta final de la Copa, hay que bajarle directamente la persiana a la historia del Superclásico. Que no se juegue ninguno más. Y punto.
¿En qué condiciones se disputaría el próximo Superclásico en el país con tanto odio alrededor? ¿Quién se atrevería a garantizar la seguridad en el Boca-River que viene, ya sea por la Superliga o en un cruce de verano? Tal vez los cráneos de la dirigencia eligen ponerlo en escena con tribunas vacías. Como para que todavía sea más penosa la realidad.
Nadie puede decir "yo no fui". Todos son responsables. Ahora el más egoísta parece ser Daniel Angelici, con esa postura prepotente, decidido a no jugar, a que le entreguen los puntos y la Copa Libertadores. Ahí está el presidente de Boca, listo para pegarle al Superclásico el tiro del final.
Aunque se trate de una posición exagerada para calmar a aquellos hinchas xeneizes tan pasionales como vengativos, el de Angelici resulta un mensaje híper peligroso. A su gente debería explicarle que Boca tiene que actuar diferente a como lo hizo River tras el episodio del gas pimienta del 2015. ¿Cuál sería el placer y el orgullo de ganar en el escritorio la Libertadores más valiosa de la historia?
Si a un paso están de coronar un atentado contra el Superclásico también es porque Rodolfo D'Onofrio hizo su parte. Aquella corrida de hace tres años a velocidad de F1 y por la noche hacia Asunción, para pedir los puntos y no jugar el segundo tiempo contra Boca por la agresión del "Panadero", se parece más que mucho a este reclamo de Angelici. Aquella vez todo River lo celebró. Ahora le resultó un búmeran. Boca actúa como River en la Libertadores 2015. Aquel de River y D'Onofrio fue el primer disparo al corazón del Superclásico.
A contramano del juego y su esencia, del juego y su sentido de competencia, del juego y la caballerosidad, marchan D'Onofrio y ahora Angelici, acompañados por muchos hinchas que festejaron a uno y que ahora celebran al otro. En lugar de jugar para ganar, prefieren protestar para no perder. Las conductas desnudan a todas sus palabras. A todas.
Alejandro Domínguez, por otro lado, como un francotirador infalible, sigue atacando a los hinchas de verdad. No merecen que le muden el Su- perclásico a otro país aquellos que compraron una entrada, no tiraron piedras, soportaron cuatro horas de espera en las tribunas del Monumental sin quejas, se fueron sin hacer problemas, volvieron al otra día y dejaron el estadio también en paz ante la nueva postergación. El hincha parece no existir para el presidente de la Conmebol, golpeado por la Libertadores más manchada de la historia.
¿Y el presidente de la AFA para qué viajó a Asunción? ¿Para que el partido más importante de la historia del fútbol argentino se lo lleven a otro país? A Claudio Tapia le robaron el Superclásico en la cara sin decir nada.
“El partido no se jugará en Argentina porque el país no está en condiciones”, dijo Alejandro Domínguez. Una bomba para el presidente de la Nación, Mauricio Macri; para el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta; y para el recién renunciado ministro de Seguridad porteño, Martín Ocampo. Ellos también pusieron en peligro la vida del Superclásico y no hacen nada para recuperarlo, todo en un país donde cada día muere una ilusión distinta, mientras se refuerza la peor de las sensaciones: mandan los violentos. Ellos siempre hacen lo que quieren. Ellos siempre ganan. ■