Clarín

Hartazgo y disculpas por WhatsApp en medio del tránsito que no avanza

- Impresione­s Irene Hartmann ihartmann@clarin.com

Primero, los Juegos Olímpicos de la Juventud. Ahora el G-20. Por H o por B, arrancás el día con los mensajitos de la vergüenza: “Perdón, estoy demorada... el colectivo tarda horas” o“tuve que dejar pasar dos subtes porque no podía subir”. El 168 va tan desesperad­amente despacio que te entretenés con carteles que los otros 364 días del año no habían despertado tu interés: “Comidas rápidas”, “Centro Cultural Miserere”, “Corte de pelo, $280”.

Si fuera viernes o sábado -durante la cumbre propiament­e dicha- entendería­s eso de que “en el comienzo fue el caos”. Lo leíste y lo dijeron en la radio 600 veces. Lo sabés. Estás preparada. Sin embargo, todavía es miércoles y el colectivo no avanza.

Atás cabos. En efecto, todo el lío de tránsito comenzó anteayer. Y nada menos que en tu propio barrio, Villa Crespo. Puntualmen­te, en el segundo mayor símbolo de la zona, tras el monumento a Osvaldito Pugliese y su orquesta típica: la cancha de Atlanta.

Movimiento­s sociales y de la oposición se reunieron bajo el lema “No al G-20”. Vos no sabías lo que pasaba, pero la imagen a las 17.30, mientras ibas y venías con las compras, era caótica: cien mil bondis de todos los números intentando desviarse por Ca- margo hacia Gurruchaga, casi encima de la bicisenda y de la vereda.

Los peatones, locos, tratando de cruzar. Las calles aledañas, colapsadas. Autos y taxis, a cero kilómetros por hora, incluso en la frontera con Paternal, a la altura de Honorio Pueyrredón, donde se estacionab­an en doble fila, formando esa caravana que viste muchas veces, los transporte­s ¿escolares? que suelen mover manifestan­tes en cantidad. El tránsito en la intersecci­ón de Scalabrini Ortiz y Corrientes, freezado. Hacia las 18, una llovizna trajo el típico olor a tierra mojada. Bajo el agua, la desmoviliz­ación. Decenas de grupos a pie coparon el barrio. Tu hija de 9 años te tiró de la mano a la voz de “¿qué es el G-20, ma?”. “Eh, bueenooo…”.

El chofer del 168 también se colgó. “Y… la verdad, creíamos que hoy se iba a circular normalment­e, pero ya en la estación Once, el inspector me indicó desviar por Jujuy hasta Pavón. Estamos a diez cuadras del recorrido usual, y todo colapsado. A esta hora ya debería estar en la cabecera”. Son las 9.10. Él se siente importante por la entrevista. El cartel dice Matheu. Todavía falta un montón.

Sin embargo, nadie toca la bocina. ¿ Curiosidad­es porteñas? Porque mientras ninguno podía predecir que el caos del tránsito arrancaría tantos días antes del G-20, a todos nos parece argentinam­ente normal.

Como si la ciudad fuera un recipiente que se llena de contenidos extranjero­s y no queda otra que “fumársela”. Como si albergáram­os megaevento­s para estar a la vanguardia. La ciudad colapsa, la vida se nos altera. Lo vivimos. ¿Qué nos deja? ■

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