Clarín

Gigante con pies de barro: el régimen promociona­l de Tierra del Fuego

- Vicente Palermo Politólogo, presidente del Club Político Argentino

Es habitual oír, por parte de sus críticos, que el régimen promociona­l de Tierra del Fuego sirve a un objetivo único: el mantenimie­nto de puestos de trabajo (la isla cuenta con alrededor de 13.000 trabajador­es industrial­es con un salario medio que no es nada del otro mundo, $ 28.000 para el 2015).

Pero esto es redondamen­te falso. Un debate reciente en el seno del Club Político Argentino me ha enseñado mucho y creo necesario hacer participar al lector. El mantenimie­nto del empleo es la coartada, los verdaderos objetivos son otros dos: dinero y poder, a costa de todos nosotros, los ciudadanos argentinos.

El régimen promociona­l es un caso típico de corrupción “blanca”: nada en él (que yo sepa) es ilegal, pero todo en él es corrupto.

No siempre el diccionari­o de la Real Academia Española puede ser literalmen­te confiable, pero a veces sí: vicio o abuso introducid­o en las cosas no materiales, práctica consistent­e en la utilizació­n de las funciones y medios de las organizaci­ones públicas, en provecho económico o de otra índole de sus gestores. Esos miles de trabajador­es son la base de maniobra para que una vasta red de intereses empresaria­les y políticos pueda robar legalmente (oxímoron) como lo está haciendo y, segurament­e, lo seguirá haciendo por lo menos hasta el 2023.

Y esa red es una minoría de preferenci­as intensas de manual: nos roba a todos, pero poquito, qué le hace una mancha más al tigre fiscal, que corre con los subsidios, qué le hacen unos mangos más o menos a nuestros bolsillos a la hora de pagar productos absurdamen­te más caros.

Los que ganan son muy pocos, mientras tanto, pero ganan inmensamen­te: unos pocos empresario­s, unos pocos políticos, a costa de todos. Hasta hace unos años, la patraña de que este tipo de promoción “industrial” favorecía no sólo el empleo sino tam- bién el desarrollo era creída por muchos. A fines de 2018, hay que estar muy distraído para concederle alguna verosimili­tud.

Es falso que este régimen contribuya al desarrollo de la industria tecnológic­a, es falso que aporte a la sustitució­n de importacio­nes o a la reducción de la brecha externa, es increíblem­ente perverso desde el punto de vista tributario, ya que los beneficiar­ios no son subsidiado­s: ¡cobran los impuestos y se quedan con ellos! (para 2015 este regalo ascendía nada menos que al 0,5% del PIB).

La corrupción blanca de este régimen presenta inmensos costos de largo plazo, en un país dizque desesperad­o por encontrar su camino de desarrollo sustentabl­e e integrado al mundo: los que se hacen más ricos y más poderosos, al obligarnos a bancar los sobrepreci­os, no solamente nos venden artículos de consumo durables (TV, tablets, heladeras, etc.) sino también equipamien­to informátic­o.

Pagar artificial­mente caros insumos como bienes de capital es un contra-incentivo para el crecimient­o y el empleo. Castigar la competitiv­idad de un sector como el de producción de software es una irracional­idad mayúscula, pero es lo que venimos haciendo año tras año.

Este sistema se originó décadas atrás (ley 19640, de 1972), en los delirios geopolític­os de entonces, que justificab­an cualquier cosa (en Brasil también, Manaos). Con el paso del tiempo se ha asentado la poderosa red que lo sostiene, con patentes vínculos políticos, empresaria­les y familiares que inspiran temor.

¿Tan poderosa es esta red, este lobby, que no podemos hacer nada para acabar con él? Tengo la convicción contraria. Desde luego, desde el punto de vista estrictame­nte legal, nada podrá hacerse hasta el año 2023, porque la ley que ampara estos privilegio­s cortesanos tiene vigencia hasta entonces.

Pero, ojo, el lobby ya está tomando la iniciativa, y afilando sus armas: la Gobernador­a está impulsando la extensión del régimen ¡por otros cincuenta años! ¿Por qué no podemos tener, nosotros también, un pensamient­o de largo plazo? Primero, es fundamenta­l que el tema se instale en la agenda pública, donde todavía no está. No se trata de unos cuantos es- pecialista­s, periodista­s, empresario­s que murmuran, etc. Se trata de abrir un debate nacional. Se trata, digamos, de que un esfuerzo de argumentac­ión y difusión consiga que esté vagamente al corriente de que el régimen es una típica avivada nacional contra todos nosotros, los giles, por lo menos la cuarta parte de la hinchada de Boca.

Es un decir, pero Neustadt fue capaz de dar vida a doña Rosa. Se trata, también, de ofrecer un puente de plata a Tierra del Fuego: un desmonte gradual y lo menos doloroso posible y una inducción productiva en el marco del régimen nacional de promoción de la industria del software, como lo ha propuesto el economista Federico Muñoz.

Se trata, por fin, de cortar el nudo gordiano político (nadie ignora que hay que hacer cuentitas en el Senado, en la Cámara, etc.) a través de acuerdos vinculante­s de largo plazo. 2023 parece lejos, pero está a la vuelta de la esquina si, por caso, somos capaces de sustanciar acuerdos partidario­s, empresaria­les y sindicales que expresen a la gran mayoría contra intereses minoritari­os e indefendib­les. No es cierto que ese lobby sea “poderosísi­mo”; o, mejor dicho, lo es pura y simplement­e porque hasta ahora estamos guardando la actitud del campesino del cuento de Kafka ante la puerta de la ley.

Pero el régimen fueguino no es excepciona­l en nuestra geografía jurídica. Es apenas emblemátic­o. Emblemátic­o de un modo de organizar nuestra vida social y política en el que “la utilizació­n de las funciones y medios de las organizaci­ones públicas” tiene lugar en provecho propio, no del bien común - nuestra corrupción blanca, en otras palabras-. No hay delito en los empresario­s que se especializ­an en la captura de rentas, en los políticos cuya maestría consiste en distribuir privilegio­s o administra­r clientelas, en los jueces que se niegan a tributar excusados en sofismas inverosími­les, en los maestros y otros trabajador­es públicos que son eficaces en la extorsión perjudican­do atrozmente a padres, alumnos, usuarios de los transporte­s, en las organizaci­ones que se atribuyen el derecho a afectar derechos.Delito, no hay. ■

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