Clarín

Las inútiles dietas de fin de año

- Roberto Pettinato

Creo que ya es tarde para comenzar una dieta. Esto viene de la antigüedad, cuando no había gordos en verano. Salvo Roma, con demasiadas columnas y sombra, en el resto de los imperios desérticos y/o al aire libre, la gente pesaba no más de 56 kilos y podía correr el doble cuando se les venían las carrozas de Nerón.

Ya nadie hace dieta. Todo es ejercicio. Un amigo me decía: “En los ‘80, la dieta era M&Ms, Mars, alcohol y cocaína. Una lástima que ahora los Mars ya no los encontrás ni en dope”.

Pienso que a cierta edad ya no es bueno intentar cambiar el cuerpo. Nuestros músculos son aquellos que sostienen los que se fueron y lo demás consiste en usar dimmers para bajar la luz y que no te vean de espalda. Y lo más importante: cuando llegás a tu peor estado -con los glóbulos blancos superando tu ingesta de calorías-, ahí hay que conocer una persona que te ame como estás. ¿Qué podría empeorar de ahí en más? ¿Acaso han mejorado por lo menos los shorts y las bermudas para hombre? No. ¿La gente en la playa es como Nicole a las 22? No. ¿Sabés nadar con elegancia? ¡Menos! ¿Creés que si te bronceás como un leberwurst se te verá más atlético o delgado? ¡¡¡No!!!

¡Cuando llega el verano, ni siquiera nos damos cuenta de que estamos repitiendo las dietas que ya no nos funcionaro­n en los últimos cinco febreros! Y como si fuera poco, el mal humor se esparce por el departamen­to de un ambiente repleto de arena. Y todo por esos inmundos batidos que estás tomando. A la mañana, un batido. Al mediodía, otro. A la tarde, el batido-colación. ¡Y a la noche, salir a matar a cualquier persona que tenga comida sobre un plato! Lo gracioso es que pretendemo­s que nuestro estómago se reduzca y la panza deje de existir. Y no entendemos que si eso se va, luciremos pellejos como una pelota a la que le pusiste mal el pico y se desinfló en segundos. Y no es só- lo lo que siempre se alega, que vivimos en un mundo de publicidad­es con pendejas/os bailando alrededor de una birra en la playa y esperando el fogón nocturno. ¡No, señor! Eso no me hace sufrir tanto como ver al príncipe de Emiratos que viene como si nada con su estómago sin correa tapado todo con una blanca túnica que lo hace lucir bien. ¿Lucir bien? ¡No! Siempre lo conocimos así y aquella que lo ame, lo amará grande, ultra robusto, con un avión privado de 200 plazas y dueño de lo que está debajo de todo el territorio en donde estás.

Comé más fibra, tomá más agua, nadá dos piletas, no comas de noche, comé como un rey, como un mendigo, como un boludo, como una rata, como un tero... Si no mirá las patitas de los teros, ¡qué buen diseño conservan!, diría una madre. Lo que te angustia es cómo cambian los métodos y las ideas... Un día, el salmón era bueno. Al siguiente, graso. Los langostino­s ahora te tapan las arterias, la manteca quedó prohibida y mucha fruta te irrita. Una copa por noche era lo mejor para vivir 100 años. ¡Hoy es grasa que se fija como los chicles que usa el gobierno para tapar un nuevo agujero!

Ah, y si querés carne magra, viajá a Barcelona, que tal vez la estén descargand­o allá. A cierta edad, repito, ¿de qué sirve que lo intente todo, si mis pechos seguirán cayéndose buscando que un chaleco los devuelva al tórax? ¿Y qué hago con mis rodillas? (Las rodillas: la forma que tuvo Dios de decirnos que no intentemos nada estruendos­o). Así que antes de convertirl­as en dos turbinas industrial­es, prefiero conservarl­as como están. Las pantorrill­as, también. Igual con las cervicales: la última vez que levanté dos cajas de mudanza nunca más pude mirar hacia la derecha.

La gran pregunta es: ¿me desangro de hambre hasta enero o resguardo mi sistema respirator­io, el circulator­io, el nervioso central, el aparato digestivo y el cerebro sin tocarlos, sin exigirles nada y me quedo quieto, absolutame­nte quieto, en forma y saludable hasta que la muerte me sorprenda? Jajaja. ■

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Cuestión de peso. “Ya nadie hace dieta. Todo es ejercicio”.
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