“La pretensión de intervenir y modificar la lengua de todos”
En la nota “No al “todes”: la Real Academia Española le puso un freno al lenguaje inclusivo”, publicada en miércoles 28, se hacen justas apreciaciones sobre el juicio que en relación con el llamado lenguaje inclusivo, tema de resonante actualidad, se vierte en el Libro de estilo de la lengua española según la norma panhispánica, de reciente aparición. Obviamente, compartimos lo que allí se señala sobre la curiosa pretensión de intervenir y modificar la lengua de todos con la intención de que sea ella la que tome a su cargo la reivindicación de un sector de la sociedad que se siente silenciado o discriminado.
Pero lo que como presidente de la Academia Argentina de Letras no puedo dejar de manifestar, es mi sorpresa ante un malentendido grave y de penoso arrastre; me refiero a la tácita y errada suposición de que las normas por las que se rige la lengua común de más de quinientos millones de hablantes se fijan en España y son responsabilidad de la Real Academia Española. Bastaría considerar la naturaleza “panhispánica” anunciada en el título mismo de la obra para aventar el error: en efecto, las normas acatadas por quienes hablamos español o castellano son el resultado de cuidadosos y regulares consensos alcanzados por las veintitrés academias nacionales agrupadas en la ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española), entidad creada en 1951. Mal podría un único país erigirse en tribunal de un idioma que no es de su empleo exclusivo, que ha variado en el tiempo en su propio territorio, que excede sus fronteras y que es utilizado en más de una veintena de naciones que llevan dos si- glos de vida política (económica y cultural) independiente. Sería no solo una inconsecuencia histórica, sino un extravío lingüístico: en procesos inexorables, cada nación modela su variedad día a día, la modifica y altera, la enriquece y la perfila diferentemente en respuesta a sus tradiciones populares y cultas. Para advertirlo, sería suficiente contrastar el español empleado por sendos diarios de Madrid, México, La Habana y Buenos Aires. El verdadero prodigio es que todos nuestros países (también España, como uno más) han convenido en conservar una matriz común, de competencia y responsabilidad de todos y de cada uno, puesta bajo el acuerdo y tutela de una suerte de sociedad anónima de accionistas igualitarios, con idénticos derechos de voz y de voto.
Me consta que esa es también la opinión de la hermana academia española y de las restantes americanas. La República Argentina cumplió doscientos ocho años; en su lengua escribieron Hernández, Sarmiento, Dávalos, Banchs, Borges y Cortázar. A cuatro meses de ser anfitriones del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, flaco favor haríamos los argentinos a nuestra dignidad nacional (ya suficientemente hostigada), si persistiésemos en descuidar o ignorar que el idioma castellano o español se cultiva bajo una soberanía compartida. • Desde la fracasada y vergonzosa final de la Copa Libertadores, sólo dos preguntas parecen desvelar a la ciudadanía. ¿ Cómo evitarlo en el futuro? ¿A quiénes caben las responsabilidades? ¿Cómo atrapar a los que arrojaron las piedras? ¿Qué sanciones le corresponderán?
Pero no fueron ninguna de esas, sino otras dos: ¿se vuelve a jugar? y ¿cuándo? Las únicas importantes para funcionarios, simpatizantes, barras, periodistas, curiosos y desprevenidos. Nada más importa.