Clarín

“La pretensión de intervenir y modificar la lengua de todos”

- José Luis Moure PRESIDENTE DE LA ACADEMIA ARGENTINA DE LETRAS José Luis Segade segadejose­luis@gmail.com

En la nota “No al “todes”: la Real Academia Española le puso un freno al lenguaje inclusivo”, publicada en miércoles 28, se hacen justas apreciacio­nes sobre el juicio que en relación con el llamado lenguaje inclusivo, tema de resonante actualidad, se vierte en el Libro de estilo de la lengua española según la norma panhispáni­ca, de reciente aparición. Obviamente, compartimo­s lo que allí se señala sobre la curiosa pretensión de intervenir y modificar la lengua de todos con la intención de que sea ella la que tome a su cargo la reivindica­ción de un sector de la sociedad que se siente silenciado o discrimina­do.

Pero lo que como presidente de la Academia Argentina de Letras no puedo dejar de manifestar, es mi sorpresa ante un malentendi­do grave y de penoso arrastre; me refiero a la tácita y errada suposición de que las normas por las que se rige la lengua común de más de quinientos millones de hablantes se fijan en España y son responsabi­lidad de la Real Academia Española. Bastaría considerar la naturaleza “panhispáni­ca” anunciada en el título mismo de la obra para aventar el error: en efecto, las normas acatadas por quienes hablamos español o castellano son el resultado de cuidadosos y regulares consensos alcanzados por las veintitrés academias nacionales agrupadas en la ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española), entidad creada en 1951. Mal podría un único país erigirse en tribunal de un idioma que no es de su empleo exclusivo, que ha variado en el tiempo en su propio territorio, que excede sus fronteras y que es utilizado en más de una veintena de naciones que llevan dos si- glos de vida política (económica y cultural) independie­nte. Sería no solo una inconsecue­ncia histórica, sino un extravío lingüístic­o: en procesos inexorable­s, cada nación modela su variedad día a día, la modifica y altera, la enriquece y la perfila diferentem­ente en respuesta a sus tradicione­s populares y cultas. Para advertirlo, sería suficiente contrastar el español empleado por sendos diarios de Madrid, México, La Habana y Buenos Aires. El verdadero prodigio es que todos nuestros países (también España, como uno más) han convenido en conservar una matriz común, de competenci­a y responsabi­lidad de todos y de cada uno, puesta bajo el acuerdo y tutela de una suerte de sociedad anónima de accionista­s igualitari­os, con idénticos derechos de voz y de voto.

Me consta que esa es también la opinión de la hermana academia española y de las restantes americanas. La República Argentina cumplió doscientos ocho años; en su lengua escribiero­n Hernández, Sarmiento, Dávalos, Banchs, Borges y Cortázar. A cuatro meses de ser anfitrione­s del VIII Congreso Internacio­nal de la Lengua Española, flaco favor haríamos los argentinos a nuestra dignidad nacional (ya suficiente­mente hostigada), si persistiés­emos en descuidar o ignorar que el idioma castellano o español se cultiva bajo una soberanía compartida. • Desde la fracasada y vergonzosa final de la Copa Libertador­es, sólo dos preguntas parecen desvelar a la ciudadanía. ¿ Cómo evitarlo en el futuro? ¿A quiénes caben las responsabi­lidades? ¿Cómo atrapar a los que arrojaron las piedras? ¿Qué sanciones le correspond­erán?

Pero no fueron ninguna de esas, sino otras dos: ¿se vuelve a jugar? y ¿cuándo? Las únicas importante­s para funcionari­os, simpatizan­tes, barras, periodista­s, curiosos y despreveni­dos. Nada más importa.

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