Clarín

Tomás Maldonado y el adiós a un paladín de la modernidad

Vanguardis­ta, inconformi­sta, innovador. Tenía 96 años y falleció esta semana en Milán.

- Miguel Jurado

A los 96 años, falleció en Italia el artista, diseñador y pensador argentino Tomás Maldonado. La importanci­a de Maldonado en el diseño y el arte argentinos seguirá brillando eternament­e. Había nacido el 25 de abril de 1922 en Buenos Aires, se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, y ya siendo estudiante se vinculó a la vanguardia. Junto a otros jóvenes artistas como Alfredo Hlito, Claudio Girola y Jorge Brito, publicó un manifiesto contra los “filisteos” y “vanguardis­tas indignos” que avalaban los premios del Salón Nacional.

Ex profesor de la mítica escuela de diseño y arquitectu­ra de Ulm y el académico argentino del diseño más famoso del mundo, Maldonado se con

virtió en leyenda antes de su muerte. Su historia es la de un artista plástico tan vanguardis­ta como marginal en un país perdido del Tercer Mundo que se convirtió en un teórico del diseño de fama internacio­nal. Maldonado condensa mejor que nadie el derrotero del diseño moderno, de las utopías artísticas occidental­es y de la modernidad en sí misma.

Seductor y convincent­e, inconformi­sta declarado y apasionado vanguardis­ta, Maldonado nunca perdió la oportunida­d de reírse de sí mismo y de los idealistas como él. “Si me encontrara hoy con el Tomás Maldonado de 22 años, me resultaría insoportab­lemente dogmático”, aseguraba hace 15 años en Buenos Aires. Al mismo tiempo, confesaba que la Asociación Arte Concreto-Invención (fundada por él en los 40) quería cambiar el mundo. “Creíamos que podíamos poner al capitalism­o en dificultad­es, llevarlo al colapso”.

Maldonado sabía cautivar a su público, acuñaba frases ingeniosas sin cesar como: “Las utopías están bien a

condición de que no se concreten”, o “la Escuela de Ulm, como la Bauhaus, fueron posibles porque los alemanes estaban distraídos”.

En el período artístico heroico de la década del 40 en Buenos Aires, el manifiesto del Arte Concreto que él redactó con otros creadores, declaraba pomposamen­te: “Toca el fin de la re

presentaci­ón”. Los “concretos” eran artistas abstractos que buscaban expresar formas y colores sin relación con la realidad objetiva. Iconoclast­as radicales en un país conservado­r y figurativo. Resistidas en el medio local, las creaciones de estos vanguardis­tas sincroniza­ron a la perfección con las tendencias en la arquitectu­ra, la gráfica y el diseño industrial inaugurada­s por la Bauhaus, 20 años antes. Por esa razón, no es de extrañar que Tomás Maldonado deviniera en maestro de diseño, cumpliendo una metamorfos­is personal e intelectua­l poco habitual en un plástico. En 1954, el arquitecto alemán Max Bill lo invita a ser profesor de la Escuela Superior de Diseño de Ulm, y la parábola de su historia profesiona­l comienza a cerrarse.

Maldonado declaraba que la modernidad no fracasó, a pesar de lo que decían los posmoderno­s y los conservado­res gatopardis­tas que siempre se mantienen agazapados. Aseguraba que la modernidad era un proyecto en el que valía la pena empeñarse. Fustigaba a las falsas modernizac­iones que servían de instrument­o para la globalizac­ión. “Esiste la tentación de creer que el pasaje del arte concreto al diseño industrial, la arquitectu­ra y las preocupaci­ones por el medio ambiente se reduzcan a una contaminac­ión de formas y no es así”. El maestro apuntaba a una modernidad desvincula­da de los formalismo­s, que consistier­a más que nada en una actitud innovadora al afrontar los problemas proyectual­es y en la preocupaci­ón por explorar la relación de la producción con el arte, el diseño y la arquitectu­ra.

Eterno vanguardis­ta, aún en sus últimos años, arengaba a abrazar el futuro. Instaba a los jóvenes a mantener una vigilancia crítica sobre la expresión artística, social y política. “No crean en las cosas que les cuentan, ni siquiera las que yo cuento. No se dejen contar historias”, les aconsejaba.

Además de enseñar en universida­des como las de Ulm, Bolonia y Milán, también lo hizo en Princeton, entre 1967 y 1970. Y en diciembre pasado estuvo nuevamente en Buenos Aires, inaugurand­o una exposiciói­n en el Museo Nacional de Bellas Artes, en las que abarcaba algunas de las mejores piezas de su período 1945-1954 y otras más modernas, de su retorno a la actividad artística.

El Maldonado eterno, el que sobrevive a su desaparici­ón física, siempre invitará a formular preguntas. Mientras la revolucion­aria producción artística del Maldonado del “concretism­o” se convirtió en pieza de museo, poco y mal conocida, el pensamient­o del Maldonado filósofo de la modernidad, educador del diseño moderno, todavía suena como una utopía auspiciosa. La voz de su espíritu crítico todavía sueña con cambiar el mundo.

 ??  ?? Apasionado. Fue uno de los impulsores del Arte Concreto en durante la década del 40 en Buenos Aires. “Toca el fin de la representa­ción”, afirmaba.
Apasionado. Fue uno de los impulsores del Arte Concreto en durante la década del 40 en Buenos Aires. “Toca el fin de la representa­ción”, afirmaba.

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