Clarín

Los temores que genera nuestro miedo

- Alberto Amato amato@clarin.com

Hay una pasión argentina inconfesab­le porque mete miedo. Es el miedo. Tenemos miedo a casi todo mientras decimos que el mundo es de los audaces. Hay miedos lógicos, es verdad, al peligro por ejemplo. Pero inventar un peligro para sentir miedo, ya es otra cosa. Woody Allen se ríe de eso. Dice: “El miedo es mi compañero más fiel, jamás me engañó para irse con otro”. El miedo es propio, único, personal; le damos forma, lo cuidamos, lo alimentamo­s y cuando se hace monstruo no lo dominamos más. Paraliza y gobierna. Quién no sintió, de chico, el temor de que hubiese un monstruo bajo la cama. Lo había: era el miedo.

En estos días dos importante­s clubes de fútbol deben dirimir un campeonato. Sí o sí, habrá un ganador y un perdedor. Autoridade­s, tal vez jugadores, hinchas seguro, todos aquellos que deberían sentirse entonados por el desafío parecen temer a la derrota, o a saberse derrotados, que no es lo mismo. Acaso temen la burla, el dolor de la caída, la alegría del otro, la angustia de lo irreversib­le. Y lo han conver- tido en un papelón histórico, que ha dejado al país en ridículo y ha enseñoread­o a la violencia como a un árbitro parcial y desquiciad­o. Es un disparate, pero así es el monstruo.

El día que asumió el primero de sus cuatro mandatos, Franklin D. Roosevelt dijo que a lo único que había que temer era al miedo. Estados Unidos estaba entonces en la lona, su ejército era el decimosépt­imo del mundo detrás del de Rumania: doce años después su país era una potencia mundial. Lo que FDR no dijo es cómo no temerle al miedo. Esa sí es una batalla personal, me temo, si me permiten la paradoja. ■

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