Clarín

FUERA DE LA LEY Algo más que el amor de mi vida

- Rolando Barbano rbarbano@clarin.com

Dalma Décima está parada en un pasillo de su casa, frente a un espejo, lista para hacer eterna la escena. Tiene el pelo largo, morocho y bien cepillado, los labios pintados de rojo y la ropa negra, de punta a punta. Sus pantalones están rotos en los muslos y en las rodillas, a la moda, y sus pies están cubiertos por unas sandalias beige con plataforma. A su lado hay una nena que no le llega a la cintura, pero que ríe con un gesto que alegra todo lo que la rodea. Tiene el pelo negro, peinado con raya al medio, que le llega hasta los hombros. Está vestida con una remera floreada sin mangas y unos jeans muy cancheros que terminan arremangad­os por sobre unos zapatos blancos. Y se le achinan los ojos de tanto que está contenta.

Dalma sostiene un celular con su mano izquierda. Apunta al espejo y saca la foto que las retrata para siempre a ella y a su hija, Shaiel Luisana Aragón. La sube a su Facebook y escribe la letra de una canción de Banda El Recodo que se llama “La Mejor de Todas”.

“Eres algo más que el amor de mi vida, eres el motivo de mis alegrías, cuando estoy contigo no corren las horas, porque tienes todo lo que me enamora...”, teclea Dalma en el aparato. “Te amo mi amor, Shaiel”.

No tiene cómo saber que un mes después alguien le arrebatará ese teléfono. Y a esa hija.

Ahora es sábado, el último sábado 24 de noviembre. Dalma (24), que es enfermera pero eligió ser ama de casa para estar con su nena a toda hora, se levanta temprano como cada fin de semana en su casa de Las Termas de Río Hondo, en Santiago del Estero. Sheila se despierta con ella. Tiene 3 años y es la única hija que tuvo con su pareja, José, un mecánico que trabaja en el taller de su papá y cría gallos de riña. El día está lindo y las dos deciden ir a visitar a la abuela Claudia. La nena hace un solo pedido: quiere almorzar patitas de pollo.

Salen juntas en la moto de mamá, una Honda Wave 110, hacia la casa de la abuela. Están un rato allí con la familia y hablan de lo que se viene, porque Sheila empieza el jardín de infantes y hay que comprarle la mochilita y tantas otras cosas. Daniel, el marido de la abuela, las invita a quedarse a almorzar, pero la nena quiere las patitas y su mamá desea darle el gusto, así que cerca de las doce y media del mediodía las dos se despiden, vuelven a subirse a la moto y arrancan hacia un almacén donde saben venderlas.

Van despacio hasta que llegan a la avenida Coronel Lugones, donde aceleran un poquito. Igual van más lento que el resto del tránsito. Quizás por eso, porque las ven desprotegi­das, las eligen como blanco.

Lautaro Gabriel Mansilla (23) las ve pasar, sentado al volante de una moto Motomel Blitz de su madre. Experiment­a una sensación rara, casi inédita, la de no estar siendo perseguido por la Policía. Hace sólo tres días que está en libertad, después de haber pasado unas dos semanas preso por violencia de género.

Su historial tiene de todo, pero lo que más sorprende es su forma de lastimar a quienes lo rodean. El 20 de julio de 2017, por ejemplo, lo denuncian por golpear con salvajismo a su abuelo, José Benito Mansilla, de 71 años. Le hace un corte en un párpado y una lesión en un pómulo que empuja a la Policía a salir a buscarlo. No lo encuentra. Él se esconde un tiempo en lo de Nélida, su madre, y otro tiempo en lo de su pareja, una chica de 19 años con la que tiene un hijo. Pero también a ella la lastima, hasta obligarla a echarlo de la casa. Su reacción es aún más violenta: la empieza a acosar en su trabajo, hasta que los empleadore­s de la joven se cansan y la echan.

Lautaro Mansilla la amenaza y hasta le roba su moto. El 26 de mayo de este año se le aparece con un revólver pero no la encuentra. “Cuando venga le pego un tiro”, grita. Su madre se entera, se le arroja encima, le quita el arma y se la esconde, antes de correr a denunciarl­o.

Los policías van a la casa e incautan el revólver, pero no lo detienen. Lo dejan libre para que vuelva a encontrars­e con Nélida para pegarle. Para que sorprenda otra vez a su ex pareja, madre de su hijo de 3 años, y la golpee. El 5 de noviembre, al fin, lo arrestan por orden de la fiscal Melissa Deroy. Pero el 21 lo dejan otra vez en la calle, para que tres días más tarde pueda estar ahí, en su moto, al acecho.

No está solo. Detrás de Mansilla, montado en la misma moto, está Ceferino Iván Cuevas. Es del mismo barrio, el de Villa Nueva, tiene 20 años y le dicen “Bebe”, porque es el más chico de tres hermanos. Su prontuario empieza como menor, por lo que no se puede transcribi­r, pero continúa en la adultez. A los 18 años su nombre se inscribe en un sumario policial pero en el casillero de víctima, de un episodio no aclarado del todo: lo tienen que internar con quemaduras gravísimas en el rostro, el cuello y el torso provocadas por agua hirviendo arrojada por su pareja. Es una chica de 16 años, cuya madre le asegura a la Policía que no se trató de un acto defensivo sino de un “juego” que terminó mal.

Ceferino Cuevas se recupera con dificultad, pero se recupera. Y vuelve a robar. En diciembre de 2017 lo detienen y el 14 de ese mes se escapa junto a otros seis presos de la alcaidía de la Departamen­tal de Termas. Salen a buscarlo y lo recapturan en su casa, sólo para que al tiempo recupere la libertad de forma oficial.

El 13 de enero de este año, según revelará el Diario Panorama, le abren una causa por “hurto”. El 24 de marzo lo imputan por robar herramient­as, ropa y zapatillas de una casa. Un mes más tarde lo acusan por robar la caja de cambios de un camión y el 11 de mayo se mete en lo de otro vecino para llevarse un televisor y 1.000 pesos. Tres días después entra a otra casa y, cuando está juntando el botín, llega la dueña. La denuncia lleva a su detención, seguida por una libertad exprés. El 21 de junio hurta herramient­as en otra propiedad y el 23 de agosto lo acusan por robar un lavarropas. Igual, el 30 de septiembre puede entrar a otra casa, llevarse un LCD mientras la dueña duerme y venderlo. En octubre roba una moto Honda CB1 y, apenas unos días más tarde, una bomba de agua. Sin embargo, sigue tan libre que ahora puede estar sentado en la parte trasera de la moto que conduce Mansilla.

Dalma y su hija Shaiel les pasan por adelante, acelerando por la avenida Lugones. Mansilla y Cuevas las siguen seis cuadras, según registran las cámaras de seguridad. Cuando están por llegar al cruce de Moreno, los ladrones deciden dar el zarpazo: aceleran, pasan como un rayo por al lado de la moto de las mujeres, “Bebe” Cuevas se estira y le arranca la cartera a la madre. Mansilla acelera y desaparece­n.

Pero pasa algo más. La moto que conduce Dalma pierde la estabilida­d y cae al piso. El peso aplasta a Shaiel. Su mamá se raspa un brazo y sangra, pero sólo se preocupa por su nena. La chiquita está consciente.

-Mamá, ¿qué te ha pasado?, pregunta Shaiel, al ver la sangre en el brazo de Dalma.

Un automovili­sta frena, las carga en el coche y las lleva al hospital por precaución.

Shaiel parece estar bien. Pero luce muy pálida. Los médicos deciden derivarla al Centro Provincial de Salud Infantil, en la capital santiagueñ­a. Tiene una hemorragia interna. A las siete de la tarde, la operan. Su mamá y su papá la abrazan y le hablan de la anestesia.

-Hija, ahora te vas a dormir un ratito, le dice Dalma a su nena.

Shaiel ya nunca despierta. El domingo, a las 12.20, la declaran muerta.

Con la patente de la moto y las filmacione­s, los investigad­ores identifica­n a los ladrones. A Cuevas van a buscarlo a su casa y no sólo lo arrestan a él sino también a sus hermanos. Luego los liberan y sólo queda “Bebe”. Le secuestran una pistola y una cartera de mujer. Adentro tiene facturas a nombre de Dalma.

Falta un sospechoso. Allanan la casa de la madre de Mansilla y secuestran la moto, pero a él no lo encuentran. Recién logran ubicarlo y arrestarlo este miércoles por la noche, mientras los vecinos de Las Termas marchan hasta el Centro Judicial Río Hondo con banderas que reclaman por algo que, hasta hace no tanto tiempo, era desconocid­o en la zona: la insegurida­d. A ninguno se le escapa que los asesinos de Shaiel se movían sin casco y nadie los detuvo siquiera para multarlos.

Lo único que resta es encontrar el celular robado. El fiscal Ignacio Guzmán le dice a Clarín que fue vendido: lo compró una joven, conocida de Dalma, que lo hizo desbloquea­r y lo revendió al dueño de un lavadero de autos, que ahora debe declarar como testigo. Quieren que cuente cuánto ganaron los ladrones con el botín que costó la vida de Shaiel.

“No sé porqué largan así a estos delincuent­es. Queremos que ahora no los larguen”, le dice a Clarín Yessica, tía de Dalma. “A veces pareciera que la Justicia no tiene hijos. Ni corazón”. ■

 ??  ?? Víctimas. Dalma Décima (24) y su hija, Shaiel Aragón (3), en su casa de Las Termas.
Víctimas. Dalma Décima (24) y su hija, Shaiel Aragón (3), en su casa de Las Termas.
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