Clarín

El misterio de una luz en las noches

- Pablo Calvo pcalvo@clarin.com

Se buscan como ciegos nuestras dos soledades. Es que el faro del Palacio Barolo proyecta su luz contra mi edificio. A veces hace flotar esa linterna de minero unos pisos más arriba y otras veces pasea su espada blanca unos metros por debajo de mis pies. Pero hay noches indescifra­bles en que ilumina por completo mi ventana.

Justo esos días no estoy. El cono encendido pasa de largo y en su estela esparce un miste- rio fugaz. Siento entonces que ese reflector inmenso que gira sobre Buenos Aires quiere decirme algo, pero no sé qué. Estoy atento los días equivocado­s, en que el faro no despierta. Y me quedo dormido cuando comienza su espectácul­o sin avisar. Puede ser mi fantasía o una certeza de la radiación electromag­nética, pero el unicornio se activa de repente, no sólo cuando las estrellas le compiten en belleza, sino en las madrugadas donde sólo los fantasmas caminan por Monserrat.

El diariero y los encargados de mi manzana están avisados: si ven que el faro apunta de lleno a mi balcón, aunque fuese por una milé- sima de segundo, tienen que tocarme el portero eléctrico con la insistenci­a de un afilador de cuchillos. En la noche de la última granizada presencié un momento maravillos­o: el faro quebró la espesura de los grumos helados con un haz de luz tan rojo como en una película de Viggo Mortensen, desde lo alto de la Avenida de Mayo.

Caían rayos sobre el Río de la Plata y cascotes sobre mi toldo metálico, pero no me moví de ahí, esperando quedar mano a mano con el vigía. Pero otra vez la luz pasó por encima y por debajo de mi posición, mientras la Luna entre nubes se mataba de risa. ■

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