“Una catástrofe en cámara lenta”: de Chávez a Maduro, 20 años después
Venezuela. Poco y nada subsiste de aquella nación rica, próspera e ilusionada con el triunfo del “comandante”. Ahora, con Maduro, sólo quedan ruinas y desesperanza.
Los baños en el aeropuerto internacional Simón Bolívar en Caracas rebalsan de orina; las canillas están secas como huesos. En el hall de partidas, pasajeros que lloran se preparan para el exilio, con la incertidumbre de no saber cuándo regresarán. En la aduana, un sticker adherido a una de los escáneres advierte: “¡Aquí no hable mal de Chávez!”. Pero incluso antes de salir de la terminal, resulta obvio que su revolución bolivariana, al igual que las escaleras mecánicas inmóviles del aeropuerto, se ha detenido. El 6 de diciembre de 1998, Hugo Chávez proclamó un nuevo amanecer de la justicia social y el poder popular. “La resurrección de Venezuela está en camino y nada ni nadie la puede detener”, le dijo el líder populista de izquierda a una marea de simpatizantes eufóricos después de su aplastante victoria en las elecciones.
Dos décadas han pasado y esos sueños están hechos trizas. El comandante está muerto y su revolución en terapia intensiva, mientras el caos económico, político y social abarca todo lo que alguna vez fuera una de las sociedades más prósperas de Latinoamérica. Casi el 10 por ciento de la fuerte población venezolana de 31 millones ha huido al extranjero; y el 90% que todavía permanece en el país vive en la pobreza.
Para comprender el colapso de Venezuela, The Guardian viajó cientos de kilómetros por la nación que Chávez soñó transformar, desde el sitio en el centro de Caracas donde dio su primer discurso como presidente electo, hasta su ciudad natal en las planicies rurales abrasadas por el sol en el sudoeste del país. En el camino, encontramos un afecto que persiste hacia un populista carismático al que todavía celebran como el campeón de los pobres, y la determinación entre los venezolanos de todas las clases sociales de capear, de alguna manera, el ciclón económico que arrasa a su país.
Pero sobre todas las cosas, hay privación, hambre, aprehensión profunda y mucha bronca, incluso entre los chavistas orgullosos, ante un gobierno que ahora es incapaz de satisfacer las necesidades más básicas de sus ciudadanos, y que niega una crisis humanitaria sin precedentes en la historia moderna de Latinoamérica. “La gente no entiende lo que sucede en Venezuela porque es demasiado difícil de creer”, afirma Alberto Paniz Mondolfi, médico en la ciudad de Barquisimeto, quien describe la implosión de un servicio de salud que alguna vez fue la envidia de la región. “El país con más riqueza en petróleo absolutamente devastado y transformado en una nación destrozada por una guerra, sin guerra. No estoy eno- jado. Estoy tremendamente triste. Porque no había absolutamente ninguna necesidad de llegar a este punto. Dejaron morir al país… y es desgarrador”, lamenta.
Veinte años después de que Chávez declarara el renacimiento de Venezuela, su capital está de rodillas. Las carteleras tratan de persuadir a los ciudadanos de que “juntos todo es posible”, aunque el estado de ánimo es sombrío y atónito. De noche, las franjas de la ciudad se parecen a una zona de desastre: calles desiertas, sin vehículos, inmersas en la oscuridad por los cortes de electricidad y los semáforos rotos. Ciudadanos famélicos revuelven pilas de basura no recolectada. “La sensación que tengo es la de una catástrofe en cámara lenta”, dice Ana Teresa Torres, periodista que vive en Caracas. “Es como estar viendo el colapso de un edificio y no poder hacer nada para detenerlo”.
A pesar del derrumbe, en un asentamiento pobre tradicionalmente chavista, denominado San Agustín, todavía hay devoción hacia el político que muchos llaman “mi comandante”. “Fue el hombre que sacó a los pobres de las catacumbas”, dice Gilda González, coordinadora local de Misión Ribas, un programa educativo que Chávez estableció en 2003. González, que se declara revolucionaria y guarda recuerdos de Fidel Castro junto a su escritorio, señaló hacia un horizonte de edificios de departamentos construidos por el gobierno. “Todo lo que usted ve aquí hoy fue obra del comandante, y nuestro presidente, Nicolás Maduro, está luchando mucho para continuar esa obra”, dijo acerca del hombre que heredó la revolución de Chávez después de que murió en 2013.
Los líderes venezolanos culpan de la situación desesperada a las sanciones y la “guerra económica” agitadas por lo que el ministro de Relaciones Exteriores, Jorge Arreaza, recientemente denominó el gobierno “extremista, supremacista, racista” de Donald Trump. “No es simplemente una guerra económica, es una guerra total, una guerra política, una guerra mediática y comercial”, reivindicó Arreaza. Pero mientras Venezuela tambalea cada vez más profundamente en la ruina, los que alguna vez fueron fervientes admiradores están perdiendo la fe. Pedro García, un trabajador social chavista y músico en la misma comunidad, afirma que los herederos de Chávez han conducido al país hacia un abismo de lucha y latrocinio políticos. Como para confirmar su opinión, al día siguiente, el ex tesorero de Chávez fue sentenciado a 10 años de prisión en EE.UU. por aceptar más de mil millones de dólares en coimas. García dijo que continuó atesorando los ideales que sustentaban la lucha bolivariana de Chávez, pero bajo el gobierno de Maduro Venezuela se ha transformado en una olla a presión que está en el fuego desde hace demasiado tiempo. “Este desastre explotará en cualquier momento”. Cuando Chávez visitó la ciudad de Tinaquillo en 2005, prometió revivir la industria textil debilitada de Venezuela, como parte de un esfuerzo dirigido por el Estado, de reducir la dependencia del petróleo, la fuente de más de 95% de los ingresos por exportaciones de Venezuela y que les da mayor poder a los trabajadores. “Estamos forjando un nuevo camino, un nuevo socialismo”, declaró.
Esos planes se han marchitado. De acuerdo con los datos oficiales suministrados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) el mes pasado, la economía de Venezuela se redujo 15,7% en 2017, mientras que la inflación alcanzó un porcentaje de 860. Los expertos creen que la situación real es mucho peor.
“¿Ve esto? Este es nuestro país”, dice Lilibeth Sandoval, abogada y representante regional del grupo opositor Vente Venezuela, mientras camina en punta de pie a través de las ruinas de una empresa textil abandonada que Chávez recorrió hace 13 años. “¡Está destruida!”. En una estación de servicio cercana, los empleados se quejan de que PDVSA no les ha pagado en meses, la compañía petrolera estatal que supervisa las reservas de crudo más grandes del mundo. “Y todavía éste sigue siendo un buen empleo”, afirma Eduardo Martínez. Las propinas de los conductores significan que apenas alcanzan para sobrevivir. Sin embargo, los pantalones de Martínez están raídos, y sus zapatos están muy agujereados, y tiene un absceso no tratado y supurante en la muñeca izquierda. “Un día todo esto se derrumbará, como las Torres Gemelas”, dijo. Un Maduro sonriente mira desde una cartelera en el desvío hacia la ciudad rural de Macapo, junto al grito de batalla: “Vamos Venezuela”. Y miles de habitantes locales ya se han ido. Las Naciones Unidas estima que 3 millones de habitantes han huido del país desde 2015 para escapar a la escasez crónica de alimentos y medicamentos, un sistema de salud y de transporte decadentes y una economía en caída libre. ■
La economía de Venezuela se redujo 15,7% en 2017 y la inflación alcanzó 860%.