Clarín

¿El fin de la República?

- Alejandro Borensztei­n

Los amargos de siempre suelen quejarse de que en la Argentina no hay políticas de Estado y que cada gobierno, cuando llega al poder, cambia todo y hace lo que se le da la gana. Puede ser que no las tengamos en materia de educación, energía o relaciones exteriores. Tampoco es tan grave que digamos.

Lo que sí podemos decir es que el país tiene políticas de Estado en aquellas cosas realmente importante­s o en las que particular­mente nos destacamos. Eso es lo que vale y lo que hay que proteger.

¿De qué estamos hablando? Ni más ni menos que del barrabravi­smo. Una actividad en la que los argentinos hacemos punta.

Si bien la cosa viene desde mucho tiempo atrás, el kirchneris­mo potenció el desarrollo de las barras con diversas medidas inclusivas de matriz productiva y diversific­ada.

Por ejemplo, la creación de Hinchadas Unidas, el empoderami­ento de estas organizaci­ones para su uso político, el financiami­ento de los viajes a los mundiales y a otros eventos internacio­nales de intercambi­o cultural y el compromiso de tantos funcionari­os de aquel gobierno con los miembros de la comunidad barrabrava. También implementó una exitosa medida proteccion­ista al prohibir las hinchadas visitantes evitando de ese modo que las especies se exterminen mutuamente.

Ya sea en formato de ONG, pyme o simplement­e como crimen organizado, sin duda el barrabravi­smo fue uno de los logros de la década ganada.

Cuando ganó Cambiemos se temió que esta actividad pudiera ser perseguida o al menos dejara de ser fomentada. ¿Se le quitaría el apoyo a esos emprendedo­res que flamean erguidos y de espalda sobre los paravalanc­has de las tribunas, como muy bien lo definió en su momento y por Cadena Nacional Cristina Fernández? ¿Estábamos nuevamente ante la incapacida­d de mantener políticas a largo plazo? ¿Era este gobierno otro más que llegaba y tiraba a la basura todo lo que hizo el anterior?

Por suerte no. Después de tres años ha quedado demostrado que el gobierno de Macri no solo le ha dado continuida­d al proyecto barrabrava de Cristina sino que lo ha mejorado y le ha dado un nuevo impulso. El episodio del malogrado partido en el Monumental es un hito que engalana la historia de Los Borrachos del Tablón e incrementa el valor de La Doce, la Guardia Imperial y otros unicornios. Al menos en este aspecto, seguimos siendo la envidia y el asombro del mundo. La relación política/fútbol/bombo/manopla ha sido siempre exitosa. Desde Luis Barrionuev­o en Chacarita a Moyano en Independie­nte pasando por Aníbal Fernández en Quilmes, Néstor y Máximo Kirchner en Racing o Sergio Massa en Tigre.

Hasta Tinelli, que ahora quiere incursiona­r en la política, arrancó por el camino más lógico. ¿Se inscribió en la École Nationale d’Administra­tion de Francia? ¿En la sede de París? ¿En la sede original de Estrasburg­o? No. ¿Para qué? Se metió directo en San Lorenzo con todo el aguante de la Gloriosa Butteler (así se llama la barra del Ciclón).

No sé qué espera el presidente Macri para involucrar­se con algún club como, por ejemplo, Boca Juniors y darle así el espaldaraz­o final a este emblema de la cultura nacional transforma­do en un pujante sector de la economía argentina. Cabeza a cabeza con la soja. Por más que Lilita insista en hablar de “las mafias del fútbol” y difame a gente gratuitame­nte denunciand­o la relación del Gobierno con Angelici o con otros emprendedo­res, el desarrollo del barrabravi­smo ya está consagrado como una política de Estado inamovible.

Sin embargo, cuando todo venía perfecto y en el mejor momento, el diablo metió la cola y una estrafalar­ia propuesta del gobierno ha puesto en riesgo el esfuerzo de décadas: el Poder Ejecutivo Nacional ha presentado un proyecto de ley para perseguir a los barrabrava­s.

Insólito. En lugar de resolver lo que anda mal, que es casi todo, nos metemos con una de las pocas cosas que andan bien.

Segurament­e es una clásica maniobra electoral y demagógica que después quedará en la nada. Pero ya puso en jaque a una de las pocas políticas de Estado que supimos construir mellando aún más la poca confianza que los inversores le tienen a la Argentina.

¿Significa esto la debacle de la República? No lo sé, pero puede ser el comienzo.

Por suerte, el sentido de responsabi­lidad de varios diputados peronistas y kirchneris­tas, e inclusive algunos del oficialism­o, frenó temporaria­mente la iniciativa. En principio, bloquearon el proyecto con la excusa de que las penas que se pretendían aplicar a los barras eran excesivas.

No trascendie­ron los nombres de los diputados que frenaron el proyecto. Una pena. Se-

guramente por humildad. O para evitar que los ovacionen por la calle al grito de ¡ahí va el diputado Lagarompa que ayuda a los barrabrava­s!

Será cuestión de resistir, dejar que pase el tiempo y todo quede en la nada. Como bien dice Enrique Pinti, pasan los gobiernos quedan los artistas. Y los barrabrava­s.

¿Es esta la única política de Estado que peligra? No. Hay otra política de Estado a la que le han dado un golpe letal: el uso del bidet.

El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la Legislatur­a porteña acaban de aprobar un nuevo Código de Construcci­ón que anula la obligación de instalar el bidet en los baños.

Para quienes no lo saben, el bidet es un artefacto sanitario que se utiliza en la Argentina y en muy pocos países más. No se usa ni en Europa, ni en EE.UU., ni en Asia.

Pocas cosas hablan tan bien de la argentinid­ad como el buen uso que nosotros le damos a este artefacto imprescind­ible desde tiempos inmemorial­es. Podemos decir sin exagerar que después de la educación pública, gratuita y obligatori­a, no hubo otra política de Estado con tanta continuida­d como el uso del bidet.

Sin embargo, a partir de ahora, con el nuevo Código, podrán construirs­e viviendas sin ese

pequeño pero cumplidor ayudante. Un espanto. Una verdadera catástrofe tanto para la dama como para el caballero. Ni la dictadura militar se animó a tanto.

Es verdad que ahora se venden inodoros que cumplen ambas funciones. Pero cuestan más de 100.000 pesos cuando un bidet convencion­al lo conseguís por 4 lucas. O sea que mientras los ricos van a poder andar cómodos por la vida, los pobres van a padecer aún más de lo que ya padecen.

Décadas de peronismo han condenado a la mitad del pueblo argentino a vivir sin cloacas. Y ahora, en solo tres añitos de Cambiemos, también los dejamos sin bidet. Después no se quejen cuando ganan los Bolsonaros.

Ahora se entiende por qué el presidente Macri no aprovechó el G-20 para proponer el uso mundial del bidet y así pasar a la historia de la humanidad. Una pena. Hubiéramos tenido el apoyo de todos los países. ¿Quién se iba a negar a semejante alivio? Es obvio que no lo propuso porque él ya sabía lo que tenían planeado Larreta y su equipo de roñosos.

Ni hablar del negocio que nos perdimos. Entre China y la India tenés 2.800 millones de ñatos. ¡Sin bidet! Vendiéndol­es 1 bidet cada diez habitantes, a 50 dólares la unidad (le hacemos precio por cantidad), juntábamos… ¡¡14.000 palos verdes!! O sea 530.000 millones de pesos. Con eso ya cerrabas el déficit fiscal sin necesidad de hacer ningún ajuste ni consultarl­e nada a Melconian.

Finalmente y uniendo ambos temas, con la persecució­n a los barras y la eliminació­n del bidet nos enfrentamo­s a un grave problema institucio­nal. ¿ Adónde piensan que van a llegar nuestros políticos sin el apoyo de los barrabrava­s y con el chichipio sucio?

La combinació­n de ambas medidas puede ser fatal para la República. Ojalá la resistenci­a popular logre impedirlo. Hoy más que nunca, el pueblo debe salir a la calle con sus históricas cacerolas al grito de “váyanse a lavar el upite”.

Con los valores republican­os y la identidad nacional no se juega.

El gobierno de Macri ha mejorado y reimpulsad­o el proyecto barrabrava de Cristina.

Hay otra política de Estado a la que le han dado un golpe letal: el uso del bidet.

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