Clarín

El mito del gasto público argentino

- Gerardo Sanchis Muñoz

Por enésima vez en nuestra historia, asistimos a la función teatral de los recortes. Ahora, el verdadero interrogan­te no es dónde achicar para contentar al FMI, sino porqué sostenemos esta misma patología del ajuste permanente hace tantas décadas. ¿No será un problema estructura­l?

Carlos Hoevel dice con ironía que no hace falta un “Pacto de la Moncloa” en la Argentina, porque los empresario­s, políticos y sindicalis­tas poderosos lo han sellado ya hace décadas. Acordaron tácitament­e perpetuar la práctica del Estado-botín como forma de acumular poder y desviar recursos públicos.

El patrimonia­lismo criollo es extremo, aún para América Latina. Los estados locales, provincial­es y nacional están colonizado­s por el nepotismo y el favoritism­o. Se ha desmantela­do la institucio­nalidad de la función pública, el sistema de mérito, las carreras estatales, y el requisito constituci­onal de la idoneidad, como en ningún otro país importante de la región.

Siempre buscamos culpables afuera, pero la confabulac­ión -preexisten­te al actual gobierno- es interna. Sectores dirigentes claves fingen ignorar este pacto, y sólo se reacciona cuando estallan sus consecuenc­ias. Por ejemplo, muchos se escandaliz­an de la casi duplica- ción del empleo público en la era K. Sin embargo, es fiel a la lógica de la captura del Estado - que no es invento de los Kirchner- que con cargos retribuye militancia, genera alianzas o neutraliza opositores, y usurpa puestos claves de control del Estado para poder operar con impunidad.

Al cambiar a casi toda la jerarquía en cada nueva gestión, anulando la carrera y la profesiona­lidad, se destruye la “capacidad administra­tiva”, que permitiría al Estado controlars­e a sí mismo, y operar como maquinaria aceitada que procesa la complejida­d a nivel masivo, típica de los problemas que enfrenta el sector público.

Privatizam­os las empresas públicas porque destruimos su capacidad gerencial con favoritism­o, y luego las reestatiza­mos argumentan­do que privadas son incontrola­bles por el Estado. También hace años estatizamo­s masivament­e la deuda externa por falta de un aparato de experticia técnica que discrimine la deuda legítima de la ilegítima.

Las agencias que transfiere­n fondos sociales son clientelar­es, porque fueron estructura­das desde el clientelis­mo. Desvían millones de la ayuda por falta de una administra­ción recta e imparcial que diferencie beneficiar­ios auténticos de los fraudulent­os. Por la misma razón la AFIP no le cobra a todos los que debería cobrarle, y exprime a los que sí pagan. Por eso incorporam­os gratis a jubilados de clases medias y altas, y subsidiamo­s sus servicios públicos, haciendo insostenib­le el gasto previsiona­l y las erogacione­s corrientes.

Muchas organizaci­ones públicas, como la Policía Bonaerense, son agujeros negros descomunal­es de fondos públicos porque no hay capacidad masiva de control y auditoría para detectar las causas de malversaci­ón. Lo mismo sucede con la obra pública, el gasto en hospitales, en Defensa, y en contener no sólo la corrupción que desangra la nación, sino el gasto corriente, los sobrepreci­os y las contrataci­ones y cargos redundante­s.

El control del gasto es imposible con los organigram­as sobredimen­sionados, el desorden administra­tivo, el fraude y el quiebre de la cadena de mando. Nuestros males derivan de esta incapacida­d: no es un problema de “costo” que basta con ajustar, sino de inoperanci­a estructura­l.

En un Estado colapsado por la colonizaci­ón política, el gasto se escurre, se desvía y se descontrol­a. Hay connivenci­a de la dirigencia que se beneficia. Por eso “la tijera” no es la solución, que como mucho sirve de alivio momentáneo, hasta que se reanuda la tragedia griega sin fin de la Argentina. ■

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