La sueca que cambió el golf y le dio a las mujeres el lugar que reclamaban
Brilló en un deporte conservador y machista. Hoy tiene una fundación que ayuda a las promesas.
En invierno Estocolmo suele despertarse totalmente nevada. Pero los inconvenientes climatológicos no desalentaron a Annika Sörenstam, que de niña se refugiaba en el sótano de su hogar a pasarse el día pegando approaches de 25 yardas en la jaula que sus padres le habían armado. Fue esa pasión por entrenarse la que la llevó a ser la mejor jugadora del mundo desde los 90 hasta finales de la década de 2000.
Y tanta fue siempre la pasión que caracteriza a la sueca de 48 años que en 2003 decidió probarse en un torneo del circuito de la PGA.
“Competí contra hombres desde que fui una niña y nunca lo viví como una limitación o algo extraño. No dejé que ciertas cosas que se pusieron en mi camino, que seguramente no deberían ser obstáculos, me impidieran seguir adelante. Di la cara y en aquel momento sentí que había superado a mis rivales de la LPGA. Estaba buscando la manera de ser aún mejor y justo me llegó la invitación”, rememoró Sörenstam, quien visitó Argentina en el marco del Torneo Annika Invitational que su propia fundación patrocina.
Aunque le escape a la idea de haber competido por una reivindicación de la mujer dentro de un deporte tan conservador, la historia marca que el golf entre las mujeres no era antes de su aparición lo que es hoy. Multicampeona, Sörenstam reinventó a la mujer dentro de un deporte dominado por los hombres sin intención de darle un espacio al otro género. Ese pensamiento cerrado no sólo se veía en el profesionalismo sino, fundamentalmente, en la práctica recreativa del golf.
Ella, que se volvió millonaria gracias a sus triunfos y que ganó en todo el mundo, principalmente dejó una buena imagen en aquel torneo por su nivel competitivo. Quizá una mala presentación suya hubiese sido un golpe difícil de digerir para las golfistas de la LPGA básicamente porque el golf es un deporte en el que lo mental y lo emocional importan más que lo físico. Dicho en otras palabras: quienes esperaban ver a Sörenstam fallar lo hubieran hecho básicamente por su condición de mujer.
Así, el fijiano Vijay Singh, uno de los mejores jugadores del mundo por aquel entonces, afirmó que un torneo de la PGA “no es un sitio en el que pueda estar una mujer”, e incluso fue más allá y desafió a la organización con un “si me tocara jugar con ella me retiraría del torneo de inmediato”.
“Fue un desafío competir porque tenía un microscopio sobre mí -rememoró Sörenstam-. Todos tenían una opinión sobre mi swing o sobre mi juego en general. Y yo quería saber si podía manejar esa presión. Siempre me sentí más una golfista que una mujer golfista y lo que hice fue buscar un nuevo desafío, ir más allá. Cuando sos el mejor en algo es difícil encontrar motivación para seguir compitiendo y la invitación a un torneo PGA fue la mejor motivación que pude tener. Me entrené como nunca en mi vida durante meses, alcancé el mejor nivel de mi vida y me lancé. Quede conforme”, recordó.
A diez años de su retiro, Sörenstam no se alejó del golf y de los desafíos y le dedica su vida a su Fundación Annika con un objeto claro: ayudar a las mujeres a destacarse en el golf
“Vengo de un país al que uno no asocia con mi deporte y entendí que eso debía pasarles a miles de chicas en todo el mundo. Me propuse ayudar a otras niñas a luchar por sus sueños”, expuso.
“En este torneo que hicimos en Buenos Aires -contó- hubo representados más de 18 países. Buscamos crear atención para las chicas y darles la oportunidad de jugar. Estas niñas son el orgullo de sus federaciones y nosotros queremos que ellas inspiren a otras y que así se retroalimente el amor por el golf”.
Además la fundación también trabaja factores externos al juego. Particularmente, la confianza en uno mismo, que fue uno de los aspectos que a Sörenstam más le costó desarrollar. En ese sentido fue taxativa y aseguró: “El golf es un gran deporte para trabajar la autoconfianza”. ■