Clarín

Casonas porteñas que hicieron historia

- Judith Savloff jsavloff@clarin.com

Uno cree que sí o sí tiene que salir del centro de la Ciudad de Buenos Aires para encontrar casonas, patios amplios, enredadera­s y silencio, salvo por los pájaros. Aires, ritmo de barrio. Pero quedan ese tipo de remansos, incluso en medio del trajín porteño. Joyitas más o menos desconocid­as que, además, son capaces de revelar fragmentos clave de las memorias locales.

Es más: ni siquiera hace falta ir buscarlas entre las callecitas curvas del coqueto Palermo Chico, ese escenario que Carlos Thays diseñó en 1912, entre lo que hoy es Libertador, Tagle, Cavia y las vías. Un espiral arbolado para dejarse llevar, libre de la cuadrícula que rige la mayor parte de Capital. Aunque por ahí existe un tesoro único: la primera casa racionalis­ta de la Ciudad. Hecha de rectas, simple y clara, la construyó en 1928 el arquitecto Alejandro Bustillo (1889-1932) sobre la base de la obra del pope de esa vanguardia, Le Corbusier (1887-1965), por encargo de Victoria Ocampo (1890-1979), escritora y creadora de la revista Sur, puente entre intelectua­les de acá y del exterior. Hoy sede del Fondo Nacional de las Artes, aún llama la atención por la apariencia austera. Así que no cuesta mucho imaginar cómo, a fines de los años ‘20, cuando aún se levantaban palacios y el Art Nouveau dejaba de estar de moda, sus vecinos chillaban: ¡Afea al barrio!

Quizás es más difícil evocar a Felicitas Guerrero (1846-72), la bella viuda a quien Enrique Ocampo mató de un tiro cuando supo que se volvería a casar pero con otro -y se suicidó, según la versión oficial- en la casona de mitad del siglo XIX que se impone en México 524, Mon- serrat. Uno tiende a recordar a la chica en la Iglesia que sus padres le construyer­on en Barracas. Pero desde la Gerencia de Casco Histórico porteño confirmaro­n a Clarín que ella vivió ahí. Curioso: el espacio, actual sede de la Sociedad Argentina de Escritores y del restaurant­e El Histórico -dueño de uno de los patios más lindos de Capital-, se conoció como Casa de José Hernández pese a que el autor de El Martín Fierro nunca lo habitó.

Con su fachada de muros gruesos blanqueada con cal, las ventanitas con rejas simples y la puerta ancha de madera, la Casa del Virrey Liniers (fin del siglo XVIII, en Venezuela 469) es un pasaje directo a la época colonial. Es que Monserrat fue, junto con San Telmo, la zona porteña fundaciona­l y top incluso hasta la epidemia de fiebre amarilla de 1871, que mató al 8 % de los vecinos (unos 14 mil) e hizo que los que pudieron, se mudaran hacia el norte.

No lejos, las curvas de cemento, las esculturas y los vitrales de la ex Cervecería Munich (1927, en Avenida de los Italianos 821) también permiten viajar sin escalas a las décadas en las que Buenos Aires dejó los últimos rasgos de gran aldea para plantarse como metrópoli. Con aires imperiales del este de Europa y elegancia Art Decó, la creó el arquitecto austro-húngaro Andrés Kálnay, quien vino con su hermano Jorge, en un barco que, creían, iba hacia Estados Unidos, huyendo de las guerras y de la miseria. No la pensó como vivienda y tiene pinta de palacio. Pero es un testimonio originalís­imo del “modernismo a la porteña”, en el que se mezclaron lo clásico y las nuevas tendencias europeas de las primeras décadas del siglo XX.

La vorágine cotidiana distrae. Agota. Pero estas y otras casonas están a metros nomás de las avenidas y sus bocinazos. La cuestión es prestarles atención. Relajarse. ■

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