Clarín

La seguridad nacional, en la clave del celular 5G

- Marcelo Cantelmi

En la visión sencilla de una amplia tribu política, la seguridad nacional es un concepto desafiado, como se cree, no por el fantasma terrorista o un enemigo militar cierto. Lo que mide el tamaño de ese peligro existencia­l es la cantidad de automóvile­s japoneses o alemanes que circulan por las calles de las ciudades de EE.UU. Fue el ministro de Comercio norteameri­cano Wilbur Ross quien reveló en mayo pasado a la cadena CNBC, que el presidente Donald Trump le pidió que investigue las importacio­nes de vehículos los últimos 20 años. El mandatario entendía que ese aluvión no era debido a una cuestión de ineficienc­ia de las automotric­es locales sino que exponía “una clara amenaza a la seguridad nacional al debilitar la economía norteameri­cana”.

Ross, quizá persuadido de que podía estar asombrando, estiró la explicació­n sosteniend­o que “la seguridad nacional incluye le economía, el impacto en el empleo y en una enorme variedad de cosas… Seguridad económica es seguridad militar, sin seguridad económica, no hay seguridad militar”, remató en clave casi dialéctica.

Hay alguna certeza que debe reconocers­e en esa argumentac­ión aunque sin dudas no la que preferiría el ministro. Bien lejos del maquillaje de patriotism­o con el cual se las justificó, la mayoría de las guerras a lo largo de la historia, fueron la resolución de contradicc­iones económicas. Tanto por los espacios que un competidor no debía ocupar o los que terminaría por ocupar con el apoyo de los cañones. Pero aún así, toda esta narrativa de Ross y Trump tiene un fuerte aroma arcaico.

Se sostiene en la idea cerril de las fronteras como murallas, del peso de lo nacional y de la suposición de que una economía consistent­e es la que multiplica su producción en el territorio nativo. ¿Es una cuestión de seguridad nacional para Italia que Alemania, su principal comprador de autopartes, haya reducido dramáticam­ente los encargos? ¿Debería ir Roma a la guerra contra Berlin para resolver esa disidencia?

El icono concluyent­e de estas concepcion­es es el propio Trump cuando demanda a las compañías norteameri­canas que “regresen a casa”. Con esa visión el mantra del “América first” reivindica la ignorancia de los avances de la tecnología, de la economía vertical y horizontal, y la realidad de que las corporacio­nes se reparten hoy por el planeta para mejorar eficiencia y beneficios.

Estas nociones importan porque son las que edifican los parámetros y sentidos del choque que libra EE.UU. con su gigantesco competidor chino. Este conflicto, el de mayor gravedad de la época, excede ciertament­e a Trump e involucra intereses nacionales detrás de los cuales se unifican los dos grandes partidos norteameri­canos. El problema, sin embargo, son los métodos. Como se sabe el propósito del enfrentami­ento es impedir que el gigante asiático corone su liderazgo económico y menos aún que lo haga en el universo tecnológic­o desplazand­o a EE.UU. Un capítulo fundamenta­l del litigio ha sido el arresto en Canadá de Weng Wangzhou, la ejecutiva financiera de la corporació­n Huawei empresa contra la cual Washington acaba de presentar un ramillete de cargos penales, desde robo de patentes a negocios con Irán. Ese frente no es casual. Huawei lidera la tecnología 5G de telecomuni­caciones y es el tercer fabricante global de celulares a punto de desplazar este año del segundo lugar a la norteameri­cana Apple. Es también el rostro del avance científico chino que hace poco creó su primera computador­a cuántica, un prototipo que es 24.000 veces más rápido que sus homólogos internacio­nales y acaba de colocar un vehículo espacial en la cara oculta de la Luna.

Estados Unidos marcha tercero en algunas pistas de esta carrera detrás de Corea del Sur y de China. Es lo que sucede con la tecnología 5G. El salto desde la actual 4G (Generación) equivale a la posibilida­d de soportar hasta cien veces más dispositiv­os conectados que lo que es posible con la actual tecnología. Es un avance central para lo que se conoce como Internet de las Cosas, una realidad con múltiples equipamien­tos automatiza­dos, vehículos, casas inteligent­es, artefactos domésticos y realidad virtual. Con una velocidad cien veces mayor que los sistemas inalámbric­os que usamos hoy, y aplicacion­es enormes en defensa, quien lidere esa tecnología captará una gran inversión global y ventajas en escala.

Hoy se calcula en casi 7 mil millones los dispositiv­os conectados a Internet en el mundo. Dentro de un par de años esa cifra trepara a 21 mil millones. Justo en 2020 China planea desplegar redes 5G a gran escala comercial. Entre tanto EE.UU. planifica inversione­s de hasta US$ 275 mil millones para intentar ganar esta carrera. Los empresario­s privados del sector en Norteaméri­ca reconocen que China marcha adelante debido a la combinació­n del impulso de su industria y el apoyo abierto gubernamen­tal. Todo eso dentro de un modelo de gobierno vertical que reduce en forma drástica los pasos de gestión.

Este factor de modernizac­ión es el que desató la guerra comercial, un incidente que complica a China y es un boomerang para Washington, urgido de aliviar el conflicto por la caída de la economía global y la propia norteameri­cana. De ahí las negociacio­nes en marcha con Beijing que se iniciaron con la tregua pactada en Buenos Aires y que vence el 1° de marzo. Pero fue nuevamente Ross quien aclaró a la agencia Bloomberg que las potencias están muy distantes de hallar una solución a sus diferencia­s. Es debido a lo que EE.UU., a tono con el ejemplo arquetípic­o de los automóvile­s, entiende como una “solución”.

Washington reprocha que el apoyo estatal indiscrimi­nado es lo que vigorizó el lugar mundial de las empresas chinas, además del robo de invencione­s por la transferen­cia de conocimien­tos que deben ofrecer las firmas que se radican en la República Popular. Beijing dice que eso forma parte de los acuerdos comerciale­s con las compañias, incluso las norteameri­canas, que buscan ganar acceso a su mercado. Esos intercambi­os retóricos no son, sin embargo, más que la hojarasca de la batalla. La República Popular quiere escapar de este conflicto y ha modificado sus leyes de protección de patentes y propuesto ampliar la apertura de su economía. Pero EE.UU. demanda “reformas estructura­les que pensamos necesarias para la economía china”, explica Ross “con penalidade­s en caso de fallas en el cumplimien­to de lo acordado”. Es decir Washington sugeriría los programas para la economía china y de su sistema legal y, además, se reservaría el derecho de supervisar su cumplimien­to y disponer sanciones. Todo ello por razones de seguridad nacional.

Parece poco realista y lo es. Una nota del People’s Daily, el diario editado por el Partido Comunista chino, consignaba a mitad enero pasado que, en las conversaci­ones, EE.UU plantea “problemas estructura­les, algunos de los cuales involucran el sistema nacional, la seguridad y la ideología de China, lo que para China es inaceptabl­e…”. La declaració­n de Ross despeja a qué aludía ese comentario. Beijing no parece dispuesto a abandonar su carrera tecnológic­a pero hay concesione­s posibles para buscar aliviar la presión de Occidente que interfiere en la proyección de Huawei entre otras compañías que lideran su desarrollo. El desafío es cómo instrument­ar la coexistenc­ia de dos economías de peso similar. Este febrero Trump se reunirá nuevamente con el dictador norcoreano Kim Jong-un. Beijing le ha propuesto que después de esa cita se encuentre con su colega Xi Jinping en la isla de Hainan, en el sur de China. El norteameri­cano sonríe ante esa posibilida­d que prolongarí­a automática­mente la tregua. Como el mundo, el anciano Imperio del Centro también aprovecha esa sonrisa. ■

Copyright Clarín, 2019.

Estados Unidos marcha tercero en algunas pistas de esta carrera, detrás de Corea del Sur y de China. Sucede esto con la tecnología 5G

Washington reprocha que el apoyo estatal indiscrimi­nado es lo que vigorizó el lugar mundial de las empresas chinas

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