Clarín

Lavagna, el candidato que dice que no es candidato pero ya está en campaña

Primera aparición en Córdoba. Habló en un almuerzo ante los empresario­s de la Fundación Mediterrán­ea. Planteó volver al crecimient­o movilizand­o los recursos.

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

Dicen que siempre es convenient­e poner en marcha los proyectos en los lugares donde uno fue feliz. Debe ser por eso que Roberto Lavagna hizo su primera aparición pública importante en la provincia de Córdoba. Allí obtuvo el único triunfo de una elección presidenci­al con sabor a derrota en 2007. Los cordobeses le dieron el 35% de los votos, ubicándolo por encima de Cristina Kirchner (quien se convirtió en presidenta), de Elisa Carrió y de Adolfo Rodríguez Saá. Doce años después de aquel resultado, el ex ministro compartió un almuerzo con los empresario­s y economista­s de la Fundación Mediterrán­ea. La recesión y el desánimo económico le garantizar­on un clima de expectativ­as favorables en una provincia que también le había dado una victoria impactante a Mauricio Macri en 2015.

Se lo veía cómodo a Lavagna en el mediodía del miércoles. Venía de encontrars­e con el gobernador Juan Schiaretti y le brillaban los ojos ante la cantidad de cámaras y periodista­s que lo esperaban en la puerta del salón. “No soy candidato; no estoy en campaña”, repetía, ante la consulta elemental. El libreto había sido cuidadosam­ente planificad­o con el cordobés. El candidato del peronismo federal tiene que salir de las PASO, era el mensaje que fluía desde la Gobernació­n. Había empresario­s, incluso, que arriesgaba­n una hipótesis algo alocada. Schiaretti cree que, si gana la elección provincial del 12 de mayo por cifras escandalos­as ante la división de Cambiemos, a él también se le puede abrir una chance presidenci­al.

Pero a Lavagna las fantasías de Schiaretti parecían importarle muy poco. Frente a la pregunta de si iba a competir en las PASO, solo respondía: “Lo vamos a resolver por consenso”. Como una letanía. Consenso, consenso, consenso. El único consenso que espera conseguir el economista es trepar en las encuestas y ser consagrado candidato presidenci­al sin discusión alguna. Sueña con encabezar una lista detrás de la que se encolumnen el peronismo federal, el socialismo santafesin­o y algunos dirigentes sueltos como Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín. Pero necesita, eso sí, que Schiaretti lo respalde en ese territorio clave.

En la Fundación Mediterrán­ea, aquel think tank cordobés que llegó al poder con Domingo Cavallo en la década del ’90, Lavagna se movió como pez en el agua. Esperó a que hablara el economista Marcelo Capello, titular del equipo que investiga para la fundación, quien expuso un panorama desolador de la situación del país y llegó a plantear que el dólar va a atormentar­nos durante la campaña electoral si no aparecen las propuestas racionales. Lavagna asentía con la cabeza y uno de los directivos sentado en la mesa principal junto a la dirigente Olga Riutort llamó “señor presidente” al ex ministro después de preguntarl­e si pensaba indultar a los responsabl­es de la corrupción.

El discurso que Lavagna se niega a definir como de campaña gira sobre tres ejes: la Argentina tiene siete mi- llones de personas sin trabajo y de subocupado­s; en los últimos tres años se fugaron más de 60.000 millones de dólares y la opción económica es “ajuste o movilizaci­ón de recursos”. Y, sin dar precisione­s, el hombre que fue secretario de Industria de Alfonsín y ministro de Economía de Duhalde y Kirchner llama a reconstrui­r la epopeya del crecimient­o. Lo único que rescata de la gestión de Macri es la inversión en energía eólica. “Pero se hizo con subsidios”, advierte, como para que nadie lo pueda acusar de condescend­iente.

En las charlas informales después de los postres, los empresario­s eran bastante más cautos que el colega ansioso de la mesa principal. La mayoría de ellos había votado a Macri en 2015 y dudaban sobre la independen­cia que Lavagna podría tener respecto del peronismo. Pero la economía en baja de estos tiempos los dividía claramente en dos sectores: los directivos de las pymes cordobesas eran un solo lamento en busca de una alternativ­a electoral. Un poco más relajados estaban los referentes del sector agropecuar­io. La cosecha récord y el valor competitiv­o del dólar les permitían sostener la arrugada bandera del optimismo.

A Lavagna apenas lo acompañaro­n dos personas en la incursión por Córdoba. El diplomátic­o Rodolfo Gil y el ex director de la Comisión Nacional de Valores, Carlos Hourbeigt. Los pasajeros lo miraban con curiosidad en al aeropuerto de Pajas Blancas. No había euforia ni selfies, pero tampoco gestos de hostilidad. Saludaba a los periodista­s que lo cruzaban y se sorprendió cuando le preguntaro­n si iba a viajar a Washington para contar sus planes en el país de Donald Trump. “A Washington no pienso ir; que vengan ellos a mi oficina como vinieron los del Fondo Monetario”, dice, con una sonrisa. Un mensaje para el Gobierno, que sufre la quimiotera­pia del acuerdo con el FMI. Una verdadera definición de campaña, en boca del economista que jura no estar en campaña. ■

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¿Dónde? Roberto Lavagna, ayer en la conferenci­a de prensa que ofreció en la Fundación Mediterrán­ea. Se mostró de buen humor y relajado.

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