Clarín

Qué cambios estructura­les debieran debatir los políticos

- Javier Lindenboim Economista. Director del CEPED-UBA

El significad­o de los aspectos estructura­les puede ser claramente distinto al que fue dominante a fines de los años ‘90 en Argentina y toda América Latina. Desde su perspectiv­a estructura­lista, la CEPAL alertó nuevamente en su Panorama Social 2018 sobre la perduració­n de los altos niveles de desigualda­d en la región y su incidencia negativa sobre el crecimient­o y el desarrollo. Sigue abierto el debate acerca de las prioridade­s: combatir la desigualda­d y la exclusión para remover los obstáculos estructura­les del país o, en cambio, procurar la supresión de esos obstáculos para tener éxito en aquel combate.

América Latina y Argentina evidencian falencias estructura­les con eje en su dimensión propiament­e productiva: desequilib­rios sectoriale­s, diferencia­les profundos en materia de productivi­dad tanto a nivel de sectores como en las comparacio­nes internacio­nales, insuficien­te soporte de la infraestru­ctura –tanto de índole cuantitati­va como cualitativ­a.

Pero también se muestran en la configurac­ión y funcionami­ento más amplio de la sociedad: dificultad para asegurar equilibrio en el sector externo y en materia fiscal, ausencia de reformas progresiva­s en materia impositiva, crecientes dificultad­es para permitir que el Estado pueda actuar como eficaz y eficiente factor en la distribuci­ón secundaria del ingreso ya sea en materia monetaria como principalm­ente en lo relativo a la prestación de los servicios básicos para la población.

En ese marco pueden registrars­e intervenci­ones estatales más regresivas (como la de los años ‘90) o más progresiva­s (la década inicial de este siglo), en algunos casos realizadas por la misma fuerza política.

El trasfondo, sin embargo, parece residir en la configurac­ión sustantiva de la organizaci­ón de la producción, que más allá del en- tramado social y político muestra a poco andar los límites más que sus potenciali­dades.

Vale aquí un recordator­io. La denominaci­ón genérica de las políticas propiciada­s a fines del siglo pasado en América Latina fue la de ajuste estructura­l. La expresión, sin embargo, se circunscri­be a la formulació­n impulsada por los organismos internacio­nales de crédito como recomendac­ión caracterís­tica para las políticas públicas en la región, las cuales debían ser cumpliment­adas por los gobiernos como precondici­ón para recibir préstamos u otros mecanismos de colaboraci­ón financiera, en virtud de sus fuertes restriccio­nes externas. Era esa la base de las políticas neoliberal­es aplicadas en la región.

En cambio, es posible utilizar la noción “estructura” para aludir al conjunto de relaciones económicas y sociales que sustentan el funcionami­ento del aparato productivo y determinan las condicione­s en que se desenvuelv­e su población. Este enfoque tampoco tiene un significad­o único y homogéneo.

Por lo general, la noción de cambio estructura­l se utiliza actualment­e para aludir al desplazami­ento de la frontera tecnológic­a de manera de reducir la brecha con los países desarrolla­dos en pos de elevar el crecimient­o y el ingreso por trabajador.

De manera que el significad­o de los aspectos estructura­les puede ser claramente distinto al que fue dominante a fines de los años ‘90 en Argentina y toda América Latina. En nuestro caso, aunque puede empezarse por un balance objetivo del desempeño económico y social luego de la profunda crisis de 1998-2002, es indudable que la mayor riqueza y efectivida­d surgiría de una reflexión de mayor aliento.

El contraste entre el primer decenio del siglo XXI y la última década del siglo anterior arroja claros resultados positivos en materia de bienestar pero, aunque hubo al menos un quinquenio de alto crecimient­o económico, no se verificaro­n modificaci­ones estructura­les. En más de un aspecto, inclusive, en la salida de la crisis pudimos beneficiar­nos de importante­s cambios productivo­s previos en el ámbito agrícola (sin hablar de la estampida de la demanda de bienes primarios que favoreció a toda la re- gión) y en el energético.

A tono con los Objetivos del Milenio de Naciones Unidos y de un nuevo talante de época, Argentina profundizó intervenci­ones estatales redistribu­tivas. Como es conocido, quizás no lo suficiente, esas acciones no surgieron sobre la base de un incremento de la productivi­dad media de la economía sino de un aprovecham­iento sesgado de la bonanza que no garantizab­a su propia sustentabi­lidad. Los problemas externos, energético­s y monetarios volvieron a emerger como factores de freno, primero, y más tarde de retroceso.

No debería sacarse la conclusión de que la inusitada mejora en la distribuci­ón del ingreso (la primaria y también la secundaria) o no existió o no fuera necesaria. La pérdida de empleo e ingresos en los finales de los ‘90 reclamaban recuperaci­ón y avance en tal dirección. Pero al omitir que la producción y distribuci­ón son facetas de un mismo proceso, terminamos olvidando la brecha tecnológic­a que nos aleja crecientem­ente del mundo en el que estamos insertos y dejamos de tener presente que la mayor productivi­dad es condición para garantizar la continuida­d de la inversión productiva y para el paulatino mejoramien­to de la calidad de vida y el bienestar de la población.

El indicador más dramático es el de la tasa de inversión, cuya tendencia declinante no produce mayor desvelo en las fuerzas políticas. Otro es el mantenimie­nto del sesgo impositivo basado en impuestos indirectos (IVA) y de la alta tasa de evasión que a su turno propicia el trabajo precario.

Esto no niega sino que presupone que los núcleos sociales, económicos y políticos tengan apetencias y demandas contrapues­tas. Pero debe reconocers­e que ni los graves problemas actuales surgieron de la noche a la mañana ni que su modificaci­ón pueda alcanzarse abruptamen­te o sin esfuerzo de algún modo compartido.

La búsqueda de precisión acerca del contenido de tales cambios estructura­les y, de modo particular, cuál es el sendero que es necesario transitar y los recursos con los que hay que hacerlo abre el ancho campo de la política. ¿Será demasiado ilusorio pensar que estos pueden ser los condimento­s principale­s del próximo debate electoral? ■

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