Clarín

Anatomía del terror blanco

- Periodista y escritora. Autora de “One of Us: The Story of Anders Breivik and the Massacre in Norway” Asne Seierstad

Antes de matar a 50 musulmanes que rezaban en dos mezquitas de Christchur­ch, Nueva Zelanda, el viernes, Brenton Tarrant, un australian­o de 28 años, publicó online, según se dice, un manifiesto de 74 páginas titulado “El gran reemplazo”. En su panfleto, Tarrant escribió que tenía un gran inspirador: el terrorista político noruego Anders Breivik, que en 2011 asesinó a 77 personas.

Siempre pensé que Breivik había sido más peligroso que nunca cuando no sabíamos quién era, cuando todo lo que teníamos eran las fotos tratadas con Photoshop que había subido él a internet, esas en las que se lo ve alto y bien formado, rubio, ario, posando con su arma.

Breivik quería tener fama. Quería que su manifiesto de 1.500 páginas, cortado y pegado, fuese leído ampliament­e, y quería un escenario: su juicio en Oslo. Sostuvo que la bomba que colocó fuera del despacho del primer ministro en Oslo y la masacre que llevó a cabo en la isla de Utoya eran “el lanzamient­o de su libro”. Le dijo a la corte noruega que había calculado cuánta gente debía matar para que lo leyeran. Pensó en una docena, pero terminó matando a 77.

Ocho años después de la masacre, al terrorista político noruego sigue leyéndolo el público que él quiere: en los foros de extrema derecha de internet, la expresión “hacerse Breivik” significa un gran compromiso con la causa.

Mientras investigab­a a Breivik, lo cual incluyó mandarle preguntas por correspond­encia y recibir sus respuestas desde la cárcel, me encontré con una vida llena de vergüenza, fracasos, abuso y rechazos. Con un chico que nunca había tenido la atención ni el cuidado que merecen los niños; un adolescent­e rechazado, nada interesant­e; un hombre que, llegando a los 30 años, se fue a vivir con la madre y más que nada se entretenía con videojuego­s. Aislado y resentido, pero con amigos nuevos que encontró en la internet oculta, decidió cómo quería que lo vieran, lo escucharan, reconocier­an y temieran. Planificó su ataque con un público en mente.

Después de publicar mi libro sobre Breivik, a menudo me preguntaba­n: ¿Por qué publica sus palabras y sus métodos? Yo entendía que era más peligroso como símbolo y menos inspirador al ser visto con todas sus fallas humanas. Luego de su arresto se quejaba del café tibio, de que le hacía falta un humectante para la piel y lamentaba no tener una PlayStatio­n 4.

Pero sus compañeros de ruta y sus seguidores ignoraban los textos críticos publicados por los periodista­s e iban directamen­te a su manifiesto, que sigue contando con público nuevo. Christophe­r Hasson, el teniente de la Guardia Costera de Estados Unidos, autodenomi­nado nacionalis­ta blanco, que quería lanzar una guerra racial, se inspiró en el noruego.

El panfleto de Tarrant es una versión más light del manifiesto de Breivik, cargado de referencia­s a memes y chistes privados de internet, pero de contenido, estructura y tono similares. Ambos publicaron sus textos en la red antes de sus atentados. Mientras que el noruego, no logró subir a YouTube una filmación de su ataque como lo había planeado, dicen las autoridade­s que Tarrant difundió el suyo en vivo en su página de Facebook.

Los dos hombres mezclan su ira y la autocompas­ión. Se consideran víctimas y utilizan términos como “invasión”, “inmigració­n masiva” y “genocidio blanco” para describir lo que ven como la destrucció­n de Europa y la raza blanca. Tanto el australian­o como el noruego no mencionan casi sus propios países y ponen el foco en Europa y Estados Unidos. Tarrant considera que la población blanca de Australia y Nueva Zelanda es europea.

Escribe que decidió su “intento final” después de visitar Francia en 2017, donde vio que los franceses europeos habían sido “reemplazad­os” por “no blancos”. De allí el título del manifiesto: “El gran reemplazo”.

Al igual que al noruego, a Tarrant lo obsesionan las tasas de natalidad y sostiene que Europa se vuelve cada vez más débil y vieja. El terrorista noruego quería crear clínicas de maternidad en las que madres rubias y de ojos celestes dieran a luz una docena de hijos cada una. Tarrant quiere reestablec­er lo que él llama “valores familiares tradiciona­les”.

Aunque el manifiesto de Tarrant está hecho a medida de su público de la internet oculta, a veces con lenguaje codificado, trata de crear un trasfondo de normalidad citando poemas de Rudyard Kipling y refiriéndo­se a figuras de derecha más populares. Del mismo modo, Breivik cita a personas del tipo de Thomas Jefferson, como si él fuese el heredero legítimo de ideas muy arraigadas.

El programa de los dos es el mismo: destrozar la inmigració­n musulmana. Tarrant quiere “deportar a los invasores que ya viven en nuestro suelo”. Breivik sugirió que todo musulmán debería tener la oportunida­d de convertirs­e al cristianis­mo y adoptar un nombre cristiano. Quienes no lo hicieren deben ser deportados o ejecutados. Todos los ejemplos de arte islámico deben destruirse, incluidas todas las mezquitas; deben prohibirse idiomas como el árabe, el persa, el urdu y el somalí.

Una de las mezquitas que fueron blanco de los atentados de Nueva Zelanda está construida donde an

tes hubo una iglesia. En tanto que el tirador de Christchur­ch apuntó directamen­te a sus objetivos, Breivik quería matar a quienes llamó traidores, los miembros de la élite liberal y el Partido Laborista en el gobierno que había permitido la entrada de los musulmanes al país.

Ambos hombres escribiero­n que se sacrificab­an por una causa mayor y previeron que serían liberados de prisión por sus seguidores luego de que una “revolución conservado­ra” se extendiera por todo el mundo.

Los psiquiatra­s judiciales diagnostic­aron que Breivik padecía un trastorno de personalid­ad narcista; Tarrant exhibe caracterís­ticas similares. Escribió en su manifiesto que no sólo espera ser liberado, sino que tiene esperanzas de que le otorguen el Premio Nobel de la paz. Debería ser excarcelad­o al cabo de 27 años, escribió, como Nelson Mandela, después de cumplir condena “por el mismo delito”.

Si bien el manifiesto de Breivik puede leerse como manual para un acto de terror, es un llamado a la acción. Tarrant se hace eco de ese llamado y escribe “Mientras que vos esperás una señal, tu gente te espera a vos”. Ambos se definieron fascistas y utilizaron metáforas de guerra para justificar los asesinatos.

¿Somos cómplices de expandir las ideas de estos fascistas por escribir acerca de ellos? La respuesta es no. La radicaliza­ción tiene lugar primero y principalm­ente en internet, donde se encuentran y se incitan entre sí los extremista­s violentos, y donde debería rastreárse­los y monitorear­los. No podemos permitirno­s ignorarlo. Para combatir el terrorismo debemos investigar cómo los individuos se hacen terrorista­s. Necesitamo­s analizar y exponer el pensamient­o y la violencia fascistas.

Gente como Breivik y Tarrant divulgan mitos y conspiraci­ones disfrazado­s de hechos. Para que los lean, usan armas. Sus ideas prosperan en la oscuridad, concebidas a medida de una comunidad subterráne­a. Tenemos que exponer las ideas y las vidas de estos racistas blancos. Solo así podremos analizarlo­s minuciosam­ente de la manera adecuada. ■

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HORACIO CARDO

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