Clarín

Un tetracampe­ón que hace todo para seguir escribiend­o la historia

No son pocos los del ambiente del basquetbol que no aceptan el éxito de un club de fútbol.

- Mauricio Codocea mcodocea@clarin.com

Si el fútbol, según Gary Lineker, es ese deporte en el que “juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania”, el basquetbol es aquel en el que juegan cinco contra cinco y siempre gana San Lorenzo en la Liga Nacional. Ahora la víctima fue Instituto, un dignísimo contendien­te pero que, como todos los demás, no tuvo éxito en su intento por domar a la bestia.

El cuarto triunfo conseguido en Boedo dictaminó que los dirigidos por Gonzalo García son los primeros tetracampe­ones consecutiv­os del torneo local. Y San Lorenzo, además, es el tercer máximo ganador histórico de la competenci­a.

Asombra San Lorenzo, que tuvo a Julio Lamas al comando en las dos primeras consagraci­ones y a García en las últimas dos. El éxito sin precedente­s se explica desde los nombres. Ellos dos son de elite pura: uno con dos ciclos en la Selección y un bronce olímpico como asistente; el otro, también mano derecha de Hernández en el selecciona­do y candidato al traje de DT de Argentina en el futuro.

Pero también es primera clase el núcleo de jugadores que se vistió de azulgrana en el lapso triunfal. Desde Marcos Mata, figura que permanece, y una leyenda como Walter Herrmann en aquella campaña debut en 2015, hasta Máximo Fjellerup, un pichón de crack que en un plantel de estrellas ni siquiera es titular.

Para esos logros fueron o son clave Nicolás Aguirre, el mejor base de Argentina a la hora de la verdad; Gabriel Deck, que viene de ser titular en una final de Real Madrid; el uruguayo Mathias Calfani, quien se convirtió en uno de los mejores basquetbol­istas sudamerica­nos; Selem Safar, tirador argentino top; y Matías Sandes, uno de los internos más exquisitos del país. Y tantos más.

San Lorenzo también eligió con ojo clínico a los extranjero­s. ¿Que tuvo muchos? Sí. Lo amparó un reglamento que le permitió lo mismo a todos. Y se equivocó muy poco. Le rindieron Matthew Bryan y Marcus Elliot en un puñado de partidos en la 2015/16; Jerome Meyinsse en la 2016/17; y en las últimas temporadas, el cubano Javier Justiz, Dar Tucker y Donald Sims.

Tiene dinero San Lorenzo. Por supuesto. Pero sería pecado de mediocrida­d considerar a ese como el único aspecto de su éxito. ¿Cae peor su hegemonía que la de Peñarol? Eso parece. ¿Por qué? ¿Porque San Lorenzo es un club de fútbol? ¿Porque es un sapo de otro pozo? Nada más desacertad­o.

San Lorenzo fue grande en el basquetbol porteño cuando el deporte no se extendía a competenci­as de alcance federal. Fue fundador de la Liga allá por el 85. Y fue, guste más o menos, un club que llegó a la máxima categoría amparado por las reglas.

En 2015 el equipo no pudo ascender en la cancha. Pero las ganas de ponerlo en Primera estuvieron; sobre todo de Marcelo Tinelli, el vicepresid­ente que creció oyendo aquellas hazañas en la Capital Federal.

Entonces se empezaron a evaluar opciones. Y se utilizó un otro recurso reglamenta­rio: una fusión. Ahí, el nombre de 9 de Julio apareció para allanar el camino. El equipo cordobés había ascendido, pero decidió no participar de la máxima categoría. Quizá ese sea el punto que muchos critiquen: más que “fusión” fue una “absorción” porque no hubo mezcla de clubes sino que todo quedó en manos de San Lorenzo.

El basquetbol además fue pata fundamenta­l en la Vuelta a Boedo. Le dio impulso al Polideport­ivo Roberto Pando y se convirtió en el deporte emblema que volvió a hacer de local en tierra santa.

Al margen de los sueldos suculentos, San Lorenzo se movió con la prolijidad y las comodidade­s que muchos no pudieron -o no supieronof­recer.

“En el club en el que yo estaba ni siquiera me habían dado una cuenta bancaria. Acá me dieron la posibilida­d de preocuparm­e sólo por jugar al basquetbol”, graficó un jugador.

El resultado, al cabo, fue lógico. Aunque, al mismo tiempo, superó todas las expectativ­as.

Y lo más increíble es queda margen para seguir haciendo (más) historia. ■

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