Esa oscuridad que llevamos dentro

La oscuridad parece olvidada. Ya nadie recuerda lo que significa caminar por una calle tan obcecadamente oscura que ni los propios pies se ven. Pero llevamos la oscuridad metida en nuestra memoria ancestral y no podemos olvidarla. Al caer la noche somos distintos, somos fieras que se esconden de las fieras a la vez que buscamos la oportunidad de dar el salto. Nuestras víctimas serán quienes nos rodean a los que intentaremos seducir, o hacer cómplices, o engañar, o convencer, porque es de noche y todos nos parece diferente.

¿Acaso esa rubia era diferente hace unas horas? ¿Acaso no podíamos pensar en morcillas crujientes, asados jugosos, juegos de naipes, bebidas ardientes, historias falsas a la luz del día? ¡Todo parece valer cuando está oscuro! Monstruos impensables se despiertan y nos hacen refugiarnos o salir de nuestras cuevas, sólo depende de si somos cazadores o cazados. La oscuridad nos permite imaginar cosas que apenas un rato antes ni soñábamos. Intentaremos el beso imposible, beber más de la cuenta, confesar lo inconfesable, escribir poemas que nos avergonzaría escribir por la mañana, jugar más de la cuenta en la ruleta, pelearnos, divorciarnos, llorar a rajatabla, reír a carcajadas, planear canalladas y humoradas, ser nosotros en clave de extravío; porque cualquier cosa puede ocurrir a medianoche.

La oscuridad todo lo cubre, todo lo esconde, todo lo perdona, porque ella tiene la generosidad de una vieja manta, gastada, olorosa, eterna. Sólo ella nos salva de la luz, que nos hace creer que somos de verdad. Pero recuerde, mañana puede ser un día hermoso, y tampoco hay que perderlo. ■