Verdades y mitos de los días en la Casa de Tucumán
Nada de “casita” de Tucumán, ese diminutivo con el que tanto insistían en la escuela primaria. El nombre apropiado, a la altura de los acontecimientos, es Casa Histórica de la Independencia.
Así corresponde llamar a la edificación en la que, el 9 de julio de 1816 se firmó el acta que declaró la Independencia. El nombre de la calle por el que se entra a la casa, que hoy es un museo, empieza a contar la historia: actualmente se llama Congreso de la Independencia, pero en aquel entonces el nombre era Calle del Rey.
“Esa casa funcionó como dote del casamiento de Francisca Bazán con Miguel Laguna. Cuando ya la administraban sus hijos, tras sus muertes, la alquilaron”, cuenta a Clarín el historiador Daniel Balmaceda. “La parte que usaba el Estado funcionaba sobre todo como Aduana, pero luego de la batalla de Tucumán de 1812, en la que el ejército comandado por Belgrano venció a los realistas, se improvisó allí un hospital para los heridos. No hay documentación, pero es muy probable que Belgrano haya estado en la Casa antes de volver allí en el año de la Independencia”, sostiene Balmaceda.
Las sesiones en la Casa Histórica, que empezaron el 24 de marzo de 1816. En algún momento de esos meses de debate, explica el historiador, quienes pasaban cerca de la casa empezaron a impacientarse. Para calmar los ánimos, se implementó un cartel en el que cada mañana se daba a conocer el orden del día del debate. “Se popularizó la imagen de los vecinos agarrados de los barrotes de las ventanas para intentar ver qué pasaba. Pero esa idea es falsa: al ser ventanas que daban a un patio interior, no tenían barrotes. Sí tenían eran las que daban a la calle, pero allí no se sesionaba”, desmitifica Balmaceda. ■