“A Rosas le dieron una chica para criar y tuvo seis hijos”
El escritor se mete con un hecho real: cómo “el Restaurador” abusaba de una joven que tenía recluida en un sótano.
Federico Andahazi hace ficción sobre un hecho del pasado. En su nueva novela, La matriarca, el barón y la sierva clava su daga en el rosismo, con las armas de la literatura. La matriarca en cuestión es un ser maquiavélico, ebrio de poder que apela a recursos como la mentira ya que “la mentira es mucho más convincente que la verdad, porque en ella se acomodaban todos los dispositivos teatrales”. -Usted es un investigador de la vida privada y la historia nacional a través de su Historia sexual de los argentinos, compuesta por la trilogía Pecar como Dios manda, Argentina con pecado concebida y Pecadores y pecadoras. ¿Cuánto de sus estudios sobre los “pecados” y los “vicios” se volcaron en la novela?
-La semilla de la novela surgió mientras estaba investigando para La historia sexual de los argentinos. Se trata de un hecho real que quedó completamente silenciado por la historia, y que me impactó. Cuando Rosas estaba en la cima del poder recibió en adopción a una chiquita de manos de un camarada de armas, el teniente Juan Gregorio Castro, que era viudo. Castro estaba muy enfermo y antes de morir le entregó a Rosas a su hija, una niña, que en la realidad se llamaba María Eugenia, para que Rosas la criara. -¿Y qué pasó?
-Esto era muy usual en la época; de hecho, uno de los hijos naturales de Belgrano se crió en la casa de Rosas. Pero esta chiquita no tuvo la suerte del hijo de Belgrano. Rosas, en lugar de tratarla como a una hija, la encerró en un sótano, la sometió a servidumbre y no le dio ningún tipo de educación. Pero además, bajaba sistemáticamente a ese sótano para abusar de ella, en un acto casi incestuoso, porque él debía oficiar de tutor. En la historia real, esta chica tuvo seis hijos de Rosas. En los archivos de Tribunales figuran las denuncias que iniciaron estos chicos por no haber recibido ningún tipo de sustento. Esas denuncias existen y cuando descubrí esta material pensé, “ahí hay una gran historia”. Pero cuando uno escribe una nove
la es necesario desatarse las manos, dejar de lado el documento, el archivo y reconstruir los hechos con hipótesis literarias. Muchas veces, en nombre de la historia, los historiadores nos mintieron. En cambio, podemos comprobar que, por el camino de la ficción, los escritores se aproximan a la verdad mucho más que los historiadores. Yo creo en la literatura más que en la historia. -En La matriarca usted evoca la época rosista. ¿Se basa en un personaje o suceso histórico real? -Hay una reconstrucción literaria de aquella época, no una reconstrucción histórica. La matriarca tiene muchos puntos de contacto con Encarnación Ezcurra, el barón se parece en varios aspectos a Rosas y el personaje menos conocido por la historia es el de la sierva. Decidí cambiarle el nombre real, María Eugenia Castro. Me parecía que dejarle María Eugenia iba a tener resonancias hoy bastante peculiares y quería que la novela fuera leída sin ninguna referencia que evocara de manera tan manifiesta un personaje de la actualidad.
-La matriarca es un personaje maquiavélico, cuya sordidez y silencio oculta un trasfondo de ambición y de cálculo. ¿Exige el maquiavelismo una inteligencia singular? ¿Aparece hoy? -Igual que en el pasado, Maquiavelo está en las sombras. Los políticos, los príncipes, nunca fueron maquiavélicos, maquiavélico fue el asesor, el que permanece detrás del poder. El Maquiavelo de hoy se parece a Jaime Durán Barba. Y hay muchas cosas para reprocharle. El principal reproche es haber construido el adversario sin pensar en que ese enemigo podía dar efectivamente una pelea dura. Hay un texto maravilloso de Umberto Eco, La construcción del enemigo, donde explica de qué modo el gobernante construye al opositor. Durán Barba decidió antagonizar con el kirchnerismo, poner en la fría mesa de mármol a ese monstruo que ya estaba políticamente muerto. Le insufló respiración artificial y pasó lo que pasa con el Frankenstein de Mary Shelley. El monstruo se levantó de la mesa y fue contra su benefactor.
-¿Se equivocaron con el kirchnerismo?
-Yo creo que el gobierno subestimó el potencial que podía tener el kirchnerismo. Pero es lo de menos; el gran problema de la Argentina es que nunca se apostó a construir una oposición sensata. Yo hubiera preferido que el sector democrático del peronismo que hoy está en esta alianza con Pichetto como candidato a vice fuera la oposición. Entonces estaríamos mucho más tranquilos pensando en la continuidad de la república más allá de quién gane y quién pierda. En vez de eso, estamos debatiéndonos en el abismo de continuar siendo una república o convertirnos en Venezuela.
-Usted trabaja en el programa Le doy mi palabra con Alfredo Leuco en Radio Mitre, haciendo una columna que habla sobre historia y política argentina. ¿Cómo concilia su oficio de escritor con el de columnista y analista político?
-No siempre se concilian. Me gustan mucho todas estas disciplinas, pero cada una en su lugar. La radio me apasiona en la medida que pongo al servicio de la radio la escritura. Mis columnas intentan ser literarias, no soy de los que se sientan frente al micrófono a contar lo que hicieron el día anterior. La radio necesita contenidos, no sólo voces agradables. Uno intenta acercar a la radio eso mismo que lo formó a uno como escritor. Los escritores en la Argentina tienen un vínculo histórico con la política. Uno de los mejores escritores argentinos ha sido Sarmiento y eso también marca de alguna forma la impronta de la relación de los escritores con la política. Tal vez en otras circunstancias yo hubiera preferido mantener una posición más aséptica. Pero hay momentos en los que uno decide bajar al barro de la política, sobre todo cuando ve peligrar la existencia de la República.
-Muchas de sus novelas fueron llevadas al teatro. ¿Cómo fue su experiencia como narrador al encontrase con un público activo, presente? -Es una experiencia vertiginosa. Los personajes se levantan del papel, cobran vida propia y toman una voz particular. Las dos experiencias teatrales me resultaron gratificantes. El anatomista ya se había llevado al teatro en Brasil y Portugal y acá la dirigió José María Muscari. Después vino Errante en la sombra, dirigida por Adrián Blanco. Fue todavía más fuerte, porque como es una “novela musical” para la cual compuse cuarenta letras de tango, no sólo se corporizaron los personajes, sino que las letras cobraron música a partir de la interpretación brillante de Daniel Iacovino.
-Asimismo, su novela El anatomista llegó al cine en 2012 en Estados Unidos como El secreto del anatomista. ¿Cómo fue su experiencia? -En realidad los derechos de El anatomista fueron cedidos varias veces. Primero por una productora francesa, luego por una angloamericana y en este momento se trabaja en otro proyecto. Las piadosas está en proceso desde hace tiempo; hay incluso un guión en inglés. Pero son procesos extensos y creo que lo mejor para un autor es desentenderse y dejar que trabajen los que saben del tema: los agentes literarios, los productores y los directores. ■
“El Maquiavelo de hoy se parece a Jaime Durán Barba. Y hay muchas cosas que reprocharle”.