Clarín

Las idas y vueltas con el partido que abrazó desde muy joven

“Chupete”. De la Rúa militó en la UCR desde los 18 y alcanzó importante­s cargos, tanto ejecutivos como legislativ­os. Los desencuent­ros en ejercicio de la Presidenci­a.

- Crónica Marcelo Helfgot mhelfgot@clarin.com

De su padre, funcionari­o del gobernador Amadeo Sabattini, heredó la sangre radical. El carácter seco, parco y desconfiad­o lo moldeó en el Liceo Militar de Córdoba. Esas caracterís­ticas fueron la marca en el orillo de la larga trayectori­a política de Fernando de la Rúa, el quinto presidente que dio la Unión Cívica Radical.

Tras una breve militancia juvenil en su provincia, aterrizó en Buenos Aires a mediados de la década del 60 para trabajar en el gobierno de Arturo Illia. Desde entonces se aporteñó. Vino el golpe del general Juan Carlos Onganía y se recluyó en su actividad de abogado, hasta que el regreso de la democracia lo encontró enrolado en el unionismo, una de las ramas de la Línea Nacional conducida por el histórico caudillo Ricardo Balbín.

De la Rúa se convertirí­a en la cara renovadora de un balbinismo que había perdido buena parte de su carga yrigoyenis­ta y combativa, para sostenerse en la tradición partidaria. Por eso no desentonó que a la cara nueva se la asociara con la figura de Marcelo T. de Alvear, símbolo del ala conservado­ra.

Hábil cazador de oportunida­des, el heredero de Balbín supo capitaliza­r dos errores históricos del peronismo para alimentar una carrera que lo mantuvo por años en los primeros planos. El primero ocurrió en 1973, cuando le pusieron enfrente a un candidato irritante para el electorado de la Capital, Marcelo Sánchez Sorondo, un ultranacio­nalista, a quien venció en el balotaje por una banca en el Senado.

Tenía apenas 35 años y. en pleno furor peronista, fue el único que le propinó una derrota. Se ganó el apodo de “Chupete” y un operativo clamor de la Convención partidaria para que acompañe a Balbín en el binomio que enfrentarí­a meses después a la fórmula Perón-Perón. El caudillo quería de vice a otro veterano, Luis León.

El otro episodio que supo aprovechar fue el de las elecciones a senador de 1989. Había quedado primero, pero la banca se la quedó el peronista Eduardo Vaca tras un acuerdo con la Ucedé de María Julia Alsogaray en el Colegio Electoral. Los porteños considerar­on a De la Rúa víctima de una maniobra y lo consagraro­n sucesivame­nte diputado en 1991, senador en 1992 y jefe de Gobierno en 1996.

Otra curiosidad: su principal rival dentro de la UCR, Raúl Alfonsín, fue quien le abrió la puerta para convertirs­e en el primer gobernante de la Ciudad elegido por los vecinos, a través de la reforma constituci­onal de 1994 surgida del Pacto de Olivos. De la Rúa fue el más feroz impugnador del acuerdo con el presidente Carlos Menem y no presentó candidatos a la Asamblea Constituye­nte.

La irrupción de Alfonsín le impidió alcanzar el liderazgo partidario más allá de la General Paz. Luego de caer en la interna de 1983 por el Comité Nacional, De la Rúa no volvió a enfrentarl­o ni aún en su mejor momento, como tampoco se atrevió a hacerlo Eduardo Angeloz, la otra gran figura radical de las últimas décadas.

Con todo, fue el propio Alfonsín junto a su tropa de inclinació­n socialdemó­crata quienes lo empujaron a encabezar una alianza con el Frepaso de Chacho Alvarez que lo depositó en la Casa Rosada. Fue la exitosa campaña del “dicen que soy aburrido” pergeñada por el publicista criollo Ramiro Agulla y de los consejos del gurú norteameri­cano Dick Morris. También fue la del primer esbozo de la influencia de Antonio de la Rúa, uno de sus tres hijos, en la mesa de decisiones, que luego se extendería a la gestión a través del llamado “grupo Sushi”.

La imposibili­dad de lidiar con el abrumador déficit que le dejó el menemismo y sobre todo con la convertibi­lidad, más la intempesti­va renuncia de Chacho a la Vicepresid­encia, lo fueron encerrando en un círculo cada vez más reducido. A la vez que lo alejaron de la conducción partidaria que ejercía Alfonsín. Un intento tardío de resignarse a un cogobierno, rechazado por el PJ -que la había copado en el Congreso la línea de sucesión-, fue el prólogo de la triste despedida.

El lugar en el mundo de De la Rúa fue, por lejos, el Senado. En tres mandatos (1973,1983 y 1992) se destacó con leyes en beneficio de los jubilados y los indígenas, además de haberle puesto su apellido a las que combaten la discrimina­ción y la violencia en el fútbol. También se sentía a sus anchas en la cátedra: fue profesor titular de Derecho Procesal en la UBA por 20 años y escribió un clásico del tema, “Teoría General de Proceso” ■

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Trampolín. En 1996 se convirtió en el primer Jefe de Gobierno porteño electo por el voto popular.

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